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¿Renacimiento de la inflación?

Autor: Dr. Rafael Levy
La propuesta de realizar un repaso a los motivos por los cuales la inflación pareciera estar renaciendo en la Argentina de estos momentos, es una oportunidad ideal para hacer un breve listado y ordenamiento de ideas sobre el particular, aclarando desde ya que aquí la brevedad puede conspirar contra la claridad.

La experiencia argentina se ha encargado de descalificar frecuentemente diversas preconcepciones acerca de las características la evolución de nuestra economía, y de relaciones causa efecto que pueden encontrarse dentro de ella.


Uno de los casos más notables a mi entender, es el de la inflación.

A lo largo de los años la sociedad argentina, a impulsos de ciertos conspicuos economistas, o de respetables personalidades del mundo empresarial o político que contaban con comunicadores sociales influyentes, fueron diseminando diversas teorías acerca de la inflación y sus motivos que calaron hondo en la opinión pública y en alguna medida marcaron momentos.


Dada mi edad, he visto y experimentado varias de ellas.

En el pasado lejano, época de mi niñez, fueron los aumentos salariales los que recalentaban la demanda y actuaban según se decía como disparadores de los precios que debían terminar en un nuevo aumento de salarios; fenómeno que fuera cristalizado en la expresión "espiral inflacionaria" y en una recordada descripción fenoménica sintetizada en la figura de "los salarios suben por la escalera mientras los precios lo hacen por el ascensor".

En otros momentos o desde otros sectores, el argumento era la liviandad con que el Gobierno Nacional expandía la cantidad de dinero del sistema, por políticas crediticias aventuradas vía redescuentos al sistema bancario.


También tuvo su lugar en el candelero la expresión de que era el déficit fiscal el causante del aumento desenfrenado de precios y, más recientemente, la de asociación éste déficit con la emisión monetaria para financiarlo.

Sin embargo los últimos años muestran, insólitamente, la presencia de superávit fiscal e inclusive en los últimos meses este superávit ha estado conviviendo con una política monetaria restrictiva, cuyo propósito era seguir muy de cerca las metas de inflación: en la práctica esta política es una variante atenuada de la restricción monetaria clásica, sin la virulencia de lo sugerido en su momento por el Profesor Milton Friedman.

Toda esta introducción viene al caso para mostrar lo débiles que resultan las teorías económicas cuando se centran en la explicación basada en la existencia un mecanicismo monocausal propio de las ciencias naturales y alejado de la comprensión de lo económico como expresión de un fenómeno social, donde debe reconocerse la existencia de grupos capaces de formar precios e imponerlos al mercado, respondiendo a su interés en maximizar beneficios: lo que fuera condensado en la literatura como "puja distributiva" o "reparto de la torta".


A esta doctrina surgida en latinoamérica, los economistas norteamericanos la recatalogaron y modelizaron como "expectativas racionales": agentes económicos (obviamente con poder de mercado) "descuentan" las decisiones de política económica que toman las autoridades.


En la Argentina, cuando un equipo de gobierno lograba serenar (o someter) las tensiones derivadas del reparto distributivo logrando instalar un determinado vector de precios relativos, se "atenuaban" las tensiones sociales y el sistema de precios ingresaba en una etapa de relativa estabilidad.


Conociendo implícitamente esta circunstancia, varios ministros de economía en la Argentina, y también en el mundo, apelaron a los acuerdos sociales como herramienta estabilizadora del sistema: el peronismo en la época del Plan Gelbard, el radicalismo mediante los acuerdos entre el Presidente Alfonsín y los entonces llamados capitanes de la industria e, inclusive, los propios ministros de las dictaduras que asolaron nuestro país recurrieron a esta variante de política, como el caso del Dr. K. Vasena.

La pérdida de volatilidad del sistema de precios también parece funcionar mejor al comienzo de gestiones gubernamentales.


Así ha sucedido con la mayoría de los gobiernos surgidos con amplio reconocimiento popular, como es el caso del peronismo de los años 1973-74 y también, por lo de "someter", con varios de los instalados por golpes de estado.

Su llegada parece morigerar la puja distributiva, como concediendo un voto de confianza a las nuevas autoridades también en materia de precios o, debido al "desensillar hasta que aclare" con que la sociedad civil recibía a los golpistas; téngase presente que los golpes de estado, detrás de su declamación en pro de un disciplinamiento social y político siempre presentaron un cambio del paradigma económico en beneficio del establishment y alteraron la distribución del ingreso en perjuicio de las clases bajas de la sociedad.


Pero el crédito que otorga la sociedad en este rubro no parece ser a largo plazo. El propio Dr. Martínez de Hoz, a pesar del fortísimo aparato militar que lo sustentaba debió pergeñar varios planes "antinflacionarios": terrorismo de estado, cierre de organismos gremiales obreros y empresariales, acuerdo de precios por 120 días, tablita cambiaria, etc. mostrando, por su abundancia, las falencias de dichos planes y explicando su permanencia como ministro en el apoyo otorgado a su persona por las fuerzas armadas y el establishment.

Para un agente económico el único modo de lograr una mayor participación en el ingreso consiste en fijar sus precios y disuadir a todos los restantes agentes integrantes de ella de que no lo hagan: es decir, alterar los precios relativos de manera de tornarlos en su favor.


La modificación de sus precios la concretan porque tienen poder formador de ellos, oligopolios , y, una forma de disuadir a los demás, consiste en amenazar con reiterar esa conducta las veces que sea necesario para lograr su propósito.


De modo que, para resumir, la inflación requiere una estructura productiva monopolizada u oligopolizada, pero también un cierto grado de apoyo gubernamental que implique privilegiar unos precios por sobre los de otros agentes económicos: en algunos casos se requieren cursos de acción específicos para materializarlo, como ocurre con los servicios públicos que demandan aprobación oficial, en otros, una modificación tributaria, convocatoria a audiencias, etc.


Pero en todos los casos se concluye aprobando una determinada distribución de la riqueza.

La devaluación de inicios de 2002, que fue sancionada por un ministro que estaba convencido de las bondades del plan de Convertibilidad y de la necesidad de no salirse de él, reanimó la puja distributiva debido a que modificar el tipo de cambio alteraba profundamente los precios relativos.

La asunción del Ministerio de Economía por el Dr. Lavagna generó un nuevo paréntesis de confianza, luego acentuada con la asunción de la Presidencia de la Nación por el Dr. Kirchner que, aunque no mostró una amplia base de apoyo electoral, su actuación avasallante frente a diversos actores de nuestra sociedad y economía permitieron sujetar dentro de ciertos límites la puja.


Durante el primer trimestre de este año y al cabo de casi dos de gestión ésta pareciera renacer.


¿Debido a qué? ¿Qué es lo que ha ocurrido?

En primer lugar y pese a algunas expresiones, hechos y realizaciones, todavía existen importantes indefiniciones sobre las principales directrices que el gobierno piensa imprimir a la economía, que son fuente de incertidumbre general y de los oligopolistas en particular.


Así, por ejemplo, si bien el canje de deuda ha resultado exitoso, el mantenimiento de estructura productiva primario exportadora derivada de las transformaciones del menemismo es un aliciente a su incremento en el futuro debido a que sostiene la vulnerabilidad externa de nuestra economía.


Es en parte por ello que se reiteran las presiones internacionales a efectos de dar cobertura a quienes no aceptaron la propuesta argentina.

En segundo lugar, la política cambiaria últimamente no acompaña a las transformaciones necesarias para modificar esa vulnerabilidad debido a que objetivamente está revaluando el peso, lo que alienta importaciones innecesarias y descoloca posibles exportaciones.


La baja en el TC nominal en los últimos tiempos refuerza los reclamos del sector cerealero exportador para reducir las retenciones.


El sector petrolero aún goza de enormes prebendas cambiarias incompatibles con la aspiración a ser país en serio.

En tercer lugar, el tema de la renegociación de precios y tarifas de los servicios públicos no muestra indicios de transparencia en la gestión; se trata más de suavizar el impacto sobre la canasta de sectores de ingresos muy bajos, lo que no es criticable en sí mismo, pero relegando la obligación de que la reconversión tarifaria tienda a asegurar inversiones futuras de parte de los beneficiarios de los aumentos, lo que reitera la experiencia reciente.

Estas fuentes de incertidumbre son enormemente amplificadas por los medios de comunicación, tributarios del establishment, generando fastidio en la audiencia, erosionando las intenciones que pudiera manifestar el gobierno, induciendo a retoques de precios en pequeños productores, comercio y servicios no oligopolizados y dando lugar a la aparición de otros sectores demandantes de mejoras que han sido postergadas históricamente, y no desean quedar muy rezagados en la distribución, los trabajadores.

Si se observa detenidamente el índice de confianza del consumidor, que releva mensualmente la UTDT, se concluirá que el índice se mantiene alto cuando se consulta respecto del estado de situación actual, pero cuando se emiten juicios acerca de sus expectativas la opinión es más relativa, cayendo respecto de períodos anteriores.

De todos modos, en circunstancias normales, el pasaje de una estimación de inflación del 8 al 10-11% anual no es una circunstancia crítica en el contexto histórico argentino, pero sí como ingreso a una de tasa creciente en un país que no resuelve la desocupación, la pobreza y la indigencia, y no invierte para corregirlas.

Fecha de publicación: 31/05/05

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