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Foro Estrategia del Mercosur en el Escenario Mundial |
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Con la gran
asimetría entre la economía de Estados Unidos y la nuestra, un área de libre comercio
con la idea de una sola América significa abdicar el futuro...
Entrar en el ALCA sin que seamos solidarios significa multiplicar de una manera
gigantesca los problemas que vivimos o satelizarnos. El futuro no nos perdonaría. |
El que pierde la memoria histórica se
arriesga a repetir los errores del pasado. La historia de las relaciones entre Brasil y la
Argentina ha sido marcada por los desencuentros. Y el momento que atraviesa el Mercosur
parece estar marcado por uno de esos desencuentros. Se multiplican las quejas contra
medidas unilaterales, proliferan las controversias comerciales que consumen todas las
energías de nuestros negociadores y dejan poco tiempo para esfuerzos constructivos. En
las declaraciones públicas de las autoridades lo que hay hoy son reclamos recíprocos y
amenazas de infidelidad. Integración pasa a ser sinónimo de rivalidad comercial y deja
de ser percibida por el sentido más amplio político y estratégico que la inspiró: un
proyecto de asociación entre seguimientos productivos y de unión entre pueblos. Un
proyecto que agrega valor a los socios, habilitándolos a enfrentar conjuntamente los
retos de la economía mundial.
Tengo miedo porque estamos perdiendo la memoria histórica de que éste es
un proyecto político de gran dimensión para construir el futuro. Se ha dicho que el mal
político piensa siempre en las elecciones y los estadistas en el futuro. El que analiza
la crisis actual, a partir de una perspectiva histórica, no puede dejar de preguntarse:
"¿Será que el Mercosur es la causa de nuestros problemas actuales? ¿Será que la
integración, al contrario, no puede ser parte de la solución de estos problemas? Si la
integración puede ser positiva, ¿por qué fue desvirtuada?" Una pregunta semejante
yo me formulaba sobre las relaciones Brasil la Argentina al llegar a la presidencia
de Brasil. Tenía como intelectual -no solamente la visión del político- la perfecta
conciencia de nuestras equivocaciones y la firme decisión de iniciar una nueva etapa.
Siempre fui un brasileño que tuvo un gran amor y admiración por la Argentina. Envié a
Buenos Aires, dos meses después de asumir el cargo, a mi ministro de Relaciones
Exteriores. Él iba a proponer la apertura de conversaciones para establecer un gran
cambio. Surgió mi encuentro en Foz do Iguazú, en noviembre de 1985, con el Presidente
Raúl Alfonsín. Yo quiero, una vez más decir aquí, lo que he dicho tantas veces en
tantos lugares: que es un patrimonio político y moral de la Argentina, un estadista de
las Américas, un hombre respetado y oído en todos los foros mundiales. Había una
afinidad en nuestras visiones. Ese día, conocí personalmente las virtudes
extraordinarias de ese hombre, su espíritu público, su visión histórica, su devoción
por su país. Y comprendíamos que deberíamos crecer juntos, cambiar la historia del
continente con la formación de un espacio económico y un mercado común entre nuestros
países.
Ese día, Alfonsín dio el primer paso importante para cambiar la imagen de
nuestras diferencias. Fuera del programa (y deseo señalar siempre esto porque fue un
marco histórico) él visitó Itaipú. Fue apenas una fotografía, pero sepultó la guerra
de las aguas del Paraná y cambió la historia de nuestras relaciones. Su gesto fue de un
gran coraje en aquel momento.
Firmamos acuerdos básicos, incluso el primero en el campo nuclear.
Necesitábamos resguardar el Cono Sur de la tentación de algunos sectores militares de
nuestros países de promover una carrera nuclear. Fijamos como ideal establecer un mercado
común inspirado en líneas generales en un modelo europeo. Y nuestro ideal desembocó en
el Mercosur que ahora vive su primera gran crisis provocando perplejidades y pesimismo.
Gradualismo y flexibilidad eran aspectos centrales de nuestra visión.
Deberíamos dar pasos firmes para evitar retrocesos y frustraciones.
Así había ocurrido en Europa, que hace 50 años empezó a integrarse con los acuerdos
del carbón y del acero. Nuestro proyecto preveía también la integración por sectores.
Establecía un horizonte de 10 años para alcanzar la liberalización del comercio.
Firmamos, en la segunda mitad de los años 80, cerca de 34 instrumentos bilaterales, entre
acuerdos sectoriales, memorándum de entendimiento y convenios que convergían para el
gran proyecto. La iniciativa prosperó. Dibujamos un amplio espectro de mecanismos
bilaterales que darían soporte a ese gran proyecto de integración. Comisiones
parlamentarias, grupos de la sociedad civil, un banco de compensaciones y hasta una moneda
común, el "gaucho", ya que ningún espacio económico en el mundo puede
prescindir de aspirar a tener una moneda común. En fin, nuestra visión no era solamente
la construcción de una unión aduanera, sino la de conformar un mercado común. Y la
estrategia para realizar esa visión era evitar el surgimiento de asimetrías y, cuando
fuera necesario, corregirlas. Trabajar por sectores, hasta llegar a la totalidad de la
economía. Así, era un proyecto de avances sucesivos para evitar impases.
El éxito de ese proyecto se traduce, es cierto, en resultados comerciales
expresivos. Pero no fue el legado más importante de esa fase de la integración y sí lo
es el haber sido creadas las bases para un proyecto de integración más profunda. Un
proyecto que, por traspasar la dimensión meramente mercantilista, encontraba firme
respaldo junto a las clases políticas, a seguimientos productivos y a la sociedad en
general. Un proyecto cuya continuidad dependería menos de percepciones sobre resultados
positivos o negativos de la balanza comercial bilateral y de esa manera estaría más
comprometido con sus objetivos estratégicos.
Pero esa visión original fue desvirtuada. Y muchos de los problemas que
enfrentamos hoy se deben, en mi opinión, al hecho de que los presidentes Collor y Menem,
en junio de 1990, hayan decidido cambiar los rumbos de la integración. En lugar de
trabajar por un mercado común, dieron prioridad al área del libre comercio y de la
unión aduanera en el plazo de 5 años, con riesgos implícitos en este nuevo abordaje. Se
redujeron nuestros objetivos y nos quedamos vulnerables a lo que vendría. Hubo gran
expansión en nuestro comercio, un resultado extraordinario que no puede ser despreciado y
ya está incorporado al patrimonio de nuestras relaciones. El momento actual se
caracteriza por el agotamiento del modelo del arancel cero. Era un proyecto político
pautado en la idea de la expansión indefinida del comercio intrazona, que acarreó las
consecuencias que ahora estamos enfrentando.
Si no tuvimos problemas mayores en la primera mitad de los años 90 fue en
razón del fuerte crecimiento del comercio mundial y de la estabilidad monetaria que
prevaleció en los dos países. Sin embargo, la decisión de luchar solamente en
dirección a la unión aduanera tuvo un potencial de fricciones y crisis que estaban en
muchos sectores.
Se acabó la etapa de obtener únicamente ventajas comerciales. Ahora hay
que marchar hacia la integración y volver al proyecto inicial del mercado común. Es mi
visión. No sé si hemos perdido tiempo, pero seguramente incorporamos muchas dificultades
para corregir los rumbos. Es necesario pues más que nunca creer en lo que estamos
construyendo y conjurar el pesimismo. Los problemas que han surgido, que aparecen y crecen
en todos los momentos, exigen de los involucrados capacidad y paciencia para negociar y
una firme decisión política de avanzar y no retroceder. Sin embargo, el balance de los
años que van desde el acta de Iguazú a nuestros días tiene resultados positivos
extraordinarios. Es un patrimonio, voy a repetir, que no puede ser ignorado. El primero de
ellos, el cambio de nivel en las relaciones entre Brasil y la Argentina, el fin de los
antagonismos militares, léase carrera nuclear y la sintonía política, que, aunque no es
total, es suficiente para marcar un nuevo tiempo de cooperación.
Recordemos la mejoría de la infraestructura de intercambio entre los dos
países, los centros unificados de frontera, el estrechamiento de las relaciones
culturales, científicas y educativas. Las acciones turísticas de crecimiento vertiginoso
de las visitas recíprocas.
Hoy mismo, dije a un amigo mío argentino que hoy es difícil en Brasil no
tener una familia que no conozca a un argentino y en la Argentina una familia que no
conozca a un brasileño, que no tengan relaciones y que no conozca lo que ha producido
Argentina, o que no ha comprado productos argentinos. Entonces, han cambiado todas
nuestras relaciones y las cosas del pasado. Hay hoy una unión entre nuestros pueblos que
es una cosa formidable, que fue construida con esta decisión histórica del Presidente
Alfonsín de cambiar esas equivocaciones de nuestras relaciones.
En los campos económicos, los resultados son mensurables y explícitos. La Argentina
incorporó a su economía (también es una cosa que preciso decir) el bien extraordinario
que representa 168 millones de consumidores brasileños. Lo que aquí se produce, sin
aranceles ni barreras, puede ingresar en este universo de consumidores. El mercado
argentino pasa a ser 5 veces superior con el Mercosur a su población. Eso aumenta el
horizonte de posibilidades para incorporar tecnologías de producción y condiciones de
competencia. Nuestro intercambio bilateral, que era de 2.000 millones de dólares en el
'85 pasó a ser de 18.000 millones en el '88. La balanza comercial es favorable a la
Argentina hace muchos años. Y este año, que es un año de crisis, va a llegar a 1.000
millones de dólares de saldo a favor de la Argentina.
Algunos comentaristas cuestionan la importancia de la sociedad comercial con
Brasil. Con base en la supuesta concentración de las exportaciones argentinas en
combustibles y trigo. Brasil es, de hecho, un mercado decisivo para tales productos,
responsable por un tercio de las exportaciones argentinas de combustibles y energía en el
año 2000 y casi la mitad de las exportaciones de trigo. No domino la lista de
exportaciones argentinas a Brasil, encabezada por productos manufacturados de origen
industrial, que representaron en el 2000 casi la mitad del total de ventas argentinas para
el Brasil. Y cuando se habla de trigo, yo voy a decir que no fue fácil para Brasil la
decisión firme de la integración. Cuando yo era presidente, Brasil producía 6 millones
y 500 mil toneladas de trigo y hoy produce 1 millón y 800 mil toneladas. E importamos de
la Argentina una cantidad formidable de trigo que son de los productores argentinos. Estos
que dejaron de producir trigo en Brasil, nosotros tuvimos que contenerlos, porque había
una protesta muy grande, pero había una decisión política y era importante para ustedes
y para nosotros también cambiar esta situación. Como también de petróleo que
importamos de Oriente Medio y hoy acá ustedes tienen un mercado que es el mercado
brasileño.
¿Dónde, entonces, están los problemas? Ellos residen justamente en
algunos sectores de ambos países que no estaban preparados para un cambio tan grande, que
exige tecnologías avanzadas, sistemas de gestión, en fin, productividad para poder
competir. Se acabaron las enormes barreras proteccionistas y los generosos subsidios. El
mundo cambió, ahora es la hora de la verdad: los sectores no integrados sufren amenazas
concretas de la Argentina y de Brasil. Aunque no pesen mucho, si miramos los números
macro, no podemos despreciar estos sectores. Tenemos que encontrar también soluciones
para ellos. Ellos tienen visibilidad y poder de presión aquí y en Brasil. Pueden
contaminar el todo, dando la impresión de que el proceso no vale la pena y cuestionarlo.
El crecimiento sin precedentes del comercio intrazona en los años 90 nos dio la ilusión
de que habíamos hecho la elección adecuada. Creíamos, con cierta complacencia, que
manipulando aranceles para adentro y para afuera podíamos, sin grandes sacrificios,
alcanzar aquello que la Europa trabajó con paciencia durante varias décadas con ayuda de
políticas sectoriales conjuntas y medidas dirigidas a la reconversión de los sectores
improductivos. Desgraciadamente, el enfoque de la unión aduanera en perjuicio del mercado
común de integración por sectores acabó perpetuando demandas de protecciones que no se
adaptaron a la competencia externa. Si nos hubiéramos integrado debidamente por sectores,
repito, habríamos evitado mediante políticas comunes las disputas comerciales que
sobrecargan hoy nuestra agenda de integración.
Veamos el caso de los calzados. Este representa apenas 1% de nuestro
intercambio. El sector argentino protesta contra la invasión del calzado brasileño. Al
mismo tiempo, la integración en el sector se ve perjudicada por la imposición de ambos
lados de la frontera de impuestos a la exportación de cuero crudo, que impiden que las
industrias locales se vean beneficiadas con materia prima que se produce en la región. Es
un sector que típicamente se beneficiaría de una política integrada que contemplase,
además de la armonización arancelaria, instrumentos concretos para la integración por
cadenas productivas. Debemos aprender a administrar estos problemas. Hacer que el
substrato común de intereses compartidos impida que controversias puntuales contaminen la
esencia de este gran proyecto.
Frente a la crisis que atravesamos tenemos opciones limitadas. Una posibilidad es insistir
sobre los mecanismos vigentes, como si fuera razonable la expectativa de que con la
recuperación económica las cosas van a mejorar. Sería quizás la solución más fácil,
pero seguramente la más peligrosa. El Mercosur tendría una crisis de credibilidad,
tendría el destino de tantas otras utopías latinoamericanas del pasado. Si es ésa la
mejor opción, tampoco es el camino que el gobierno brasileño y la sociedad brasileña
desean trazar. Deshacer el Mercosur o retroceder a una simple área de libre comercio
significaría condenarlo a la irrelevancia, significaría tornar inviables las
negociaciones con la Unión Europea y tornarlo ineficaz en las discusiones del ALCA. Debo
aquí decir que Brasil es un país de muchas divisiones políticas. Pero hay unanimidad de
todos los partidos políticos a favor del Mercosur, de la unión y de relaciones con la
Argentina. No hay ningún partido, ningún sector que se manifieste contra esto. Es un
patrimonio también de nosotros; cambió la visión del pueblo, de los partidos, de los
dirigentes brasileños sobre estos problemas. Sólo hay por tanto un camino. Si queremos
dedicarnos de nuevo y plenamente a la razón de ser del Mercosur, la visión que lo
engendró como proyecto estratégico de naturaleza política y económica, necesitamos que
la economía no destruya la obra política. Este es un mensaje que desearía colocar acá.
Que las preocupaciones económicas no pueden destruir la obra política. La economía es
transitoria, pero la obra política que nosotros empezamos cambiando la historia no puede
jamás ser destruida por las dificultades del presente. En la Europa unificada, casi 50
años después del Tratado de Roma, se creó el Mercado Común, una de las claves de la
integración, del comisario que existe, que se dedica a vigilar que no se distorsionen las
condiciones de competitividad entre los diversos países para que se eviten conflictos
comerciales graves.
Hoy, con la nueva situación de nuestros países, con tasas de cambio de
distintas filosofías, una fija y otra flotante, estos problemas aumentan y serán más
difíciles de superar. Esto no nos debe desestimular, sino invitar a la voluntad y
enfrentar el reto. La Argentina y Brasil tienen una obligación hacia Sudamérica. Unidos,
son fuentes de estabilidad de la región; es un asunto que también no podemos dejar de
fijar. Ayudar a consolidar la institución a nivel interno y a nivel continental; deben
construir una política conjunta en los foros internacionales, que en nada interfieren en
la proyección y autonomía de sus inserciones también internacionales. Juntos,
aumentarán la fuerza del continente y pesarán más en las decisiones internacionales.
Hoy ya no podemos hablar, por estar fuera de la realidad, de la histórica concepción de
América como una sola región. La verdad, hoy nosotros tenemos tres Américas: tenemos a
América del Norte, que es rica, sajona, de la cual salieron los Estados Unidos a la
aventura del liderazgo mundial que tienen; México participa de esta América del Norte
por problemas más de Estados Unidos que de México, y es la frontera, los mexicanos que
están en Estados Unidos. Después tenemos la América Central, donde los estados
nacionales no están perfectamente definidos. Y Sudamérica, la región más pacífica de
la faz de la Tierra, con riquezas balanceadas entre los diversos países, que integrada
tiene un espacio importante en el escenario mundial.
Tuvimos los años dorados de Europa, de Estados Unidos, de los Tigres
Asiáticos. Sudamérica fue la última de las grandes regiones en superar las crisis
institucionales. Todo el continente hoy es democrático y espera la explosión de su
desarrollo. Inevitablemente, yo acredito nuestros años dorados sin duda alguna llegarán
en el siglo XXI. Por eso la necesidad de resistir contra la satelización de la región
para no ser dependientes de los capitales extranjeros ni de las grandes compañías
globales que muchas veces dejan de atender los intereses de los estados nacionales. Por
eso se vuelve necesario consolidar el mercado común. El mayor peligro para nosotros
sería hoy el ALCA, pero no creo que después de estos problemas que tuvieron los Estados
Unidos ahora el ALCA pase a ser una prioridad americana. Yo no lo creo, mas si esto se
torna una realidad sin la consolidación del Mercosur, entraremos en la zona de libre
comercio hemisférica, no con la venta de nuestros activos, sino con nuestro mercado de
consumidores, el as de la baraja del futuro. Con la gigantesca asimetría entre la
economía de Estados Unidos y la nuestra, un área de libre comercio con la idea de una
sola América significa abdicar el futuro.
Los norteamericanos no quieren ni siquiera oír hablar de mercado común.
Como el europeo, en el cual la solidaridad importa en costo de los países mayores para
preparar a los menores de modo que las asimetrías no sean estranguladoras, ¿por qué no
proponer a ellos: vamos a ser un mercado común todos nosotros? Porque ellos no aceptan
jamás oír esto. Quieren arancel cero. Y nosotros ya sabemos los problemas que vienen de
un proyecto limitado a una zona de libre comercio unión aduanera. Entrar así en el ALCA
sin que seamos solidarios significa multiplicar de manera gigantesca los problemas que
vivimos o satelizarnos. El futuro no nos perdonaría.
Consolidemos así el proyecto del MERCOSUR implementando condiciones de
competencia. Caminemos hacia la coordinación de políticas macroeconómicas en el futuro,
moneda y banco central común, trabajemos por políticas sociales comunes, por un
parlamento de Sudamérica, ayudemos a otros países a prepararse para ingresar al grupo,
mejoremos las conexiones físicas entre los países del área, puertos y carreteras, y
seamos finalmente más mercado común y menos área de libre comercio.
Hablar hoy, con todos estos problemas, parece que estamos hablando, mas no
debemos perder la idea, porque la idea es la fuerza, y si tiene una idea generosa y
fuerte, es una idea fuerte, que sin ninguna duda alguna será vencedora hoy, mañana en el
futuro. Para eso, es urgente delinear una agenda positiva. Los desafíos del ALCA, de la
negociación con la Unión Europea y de nuevas negociaciones bilaterales en el ámbito de
la OMC, están a las puertas.
Por sus dimensiones, si Brasil fuese seducido por estas tentaciones,
estaría proporcionalmente más apto a dejarse seducir por esa apuesta individual. Y se
habla mucho de la destrucción. Pero todavía así tenemos más por ganar que perder si
optamos por la unión y no por la división. No podemos detenernos en medio del camino;
esa agenda debe contener el diseño de la coordinación de las políticas
macroeconómicas. Mantengamos la vigilancia en este camino. Repito: la economía es lo
transitorio; lo permanente son los ideales que nos unieron. La nueva relación entre
Brasil y la Argentina fue marco en la historia del continente. Fue un momento de
visualizar el futuro, de luchar por cambios de valor.
Quien no desea mirar así no es posible que tenga una visión de nuestros
grandes proyectos, del proyecto del futuro de nuestros países. El mundo del futuro no
será de países pequeños o grandes, sino de países que dominen o no dominen saberes.
Que sean capaces de crear recursos humanos y sociedades justas. Nunca fue tan necesaria la
creación de espacios geopolíticos económicos para agrandar el poder de competencia y de
defensa frente a la concentración de riqueza en este mundo globalizado. La vulnerabilidad
de nuestros países frente al salvajismo de los mercados financieros exige cada vez más
nuestra unidad. Las leyes de mercado sin límite aplican la ley de Darwin a las sociedades
en la supervivencia sólo de los más fuertes. La crueldad es una tristeza que contiene la
dinámica de eliminar a los más débiles. Ahora mismo, el FMI reconoció y ha hecho una
autocrítica de la injusticia social, de las consecuencias de ese modelo que lleva a la
exclusión y la concentración de ingresos. En ese cuadro, los costos sociales pagados por
el Brasil y por la Argentina llevarán a nuestros países al estancamiento con las peores
consecuencias. Crecer juntos, decía Alfonsín. Sigue actual este slogan. Con el
crecimiento, nuestros problemas serán enfrentados, y juntos seremos más fuertes, menos
vulnerables y más respetados.
Toda vez que se dice alguna cosa de que estamos pagando nuestro
enflaquecimiento, la idea básica del Mercosur no es solamente la de una acción conjunta
de empresarios brasileños y argentinos. El Mercosur es un proyecto de integración
profunda con el objetivo de explorar nuevas posibilidades entre nuestros países, aumentar
la competitividad en terceros mercados aumentando la escala de nuestras economías para
participar en grandes mercados. Debemos sí avanzar sin cuestionarnos quién va a ser
beneficiado a corto plazo, porque a largo plazo ganaremos todos. El destino del Mercosur
es mejorar las condiciones de vida de su pueblo. El proyecto del Mercosur no es promover
los intereses de grupos económicos especiales: es elevar el nivel de las personas, del
consumidor, que necesita productos mejores y más baratos, es promover la calidad de vida
y empleo, y realizar proyectos culturales conjuntos. Crear la búsqueda de la felicidad.
Con ganas podemos cambiar el mundo. Esto decía Tomás Paine en su panfleto "El
Sentido Común", que todos reconocen como la obra incendiaria que dio comienzo al
proceso de la independencia americana. La bondad del derecho de revolución que dominó la
escena política del mundo en la vieja forma: la revolución como una manifestación
colectiva y la rebelión como una actitud personal. Estas dos palabras, revolución y
rebelión, ocuparon los últimos cien años de la historia política de la humanidad. Este
modelo, sin duda, fue corroído por la ideología que se agotó. Todos los discursos
políticos, y esto los políticos lo decimos con una cierta tristeza, en la historia de la
humanidad, fueron incapaces de mejorar la calidad de vida de las personas como lo hacen y
han hecho la ciencia y la tecnología. Fleming, con el descubrimiento de la penicilina;
Sabin, con la vacuna contra la parálisis infantil, han contribuido más al aumento del
promedio de vida, a disminuir el sufrimiento de enfermedades humanas, que cualquier
ideología política.
Solamente dominamos los saberes; la tecnología y la ciencia juntos nos
permitirán participar de estos proyectos del futuro.
Podemos cambiar todo menos la geografía. El Brasil y la Argentina no tienen
como no unirse en el reto de las tareas del futuro. Estamos juntos; no hay cómo mudar la
decisión del creador de colocarnos juntos; no podemos cambiar la geografía. En medio de
nuestras perplejidades, no podemos cometer la imperdonable omisión de olvidar lo que pasa
en el mundo, en el cual la globalización nos tornó socios. Se ha dicho: después de los
atentados de Nueva York, el mundo no será más el mismo. Y no es. La sorpresa de la
historia ocurre sin anuncios. ¿Quién podría afirmar, hace sesenta días, que
estaríamos lidiando con la perspectiva de una nueva guerra de esta proporción? Si
alguien lo hiciera, sería tomado como un dinosaurio. Los últimos veinte años,
anunciados como testigo del fin de la historia, fueron marcados por la concepción de que
el horizonte del Estado es débil. El horizonte del Estado débil, impotente, innecesario;
estaba a la vista la destrucción total del Estado. Incluso el Estado de bienestar social
al frente de esta destrucción. Fuerte sería la sociedad sin cualquier forma de
intervención; el mercado resolviendo todo por los principios de la libertad económica y
del liberalismo. Esto, hace sesenta, noventa días. Pero todo cambió, de repente, por una
de esas catástrofes que tiene marcada la humanidad. De los escombros de las Torres
Gemelas de Nueva York surge el keynesianismo, las intervenciones estatales para salvar la
economía de los Estados Unidos, a socorrer la banca y a sectores, las compañías de
aviación, salvar la economía de la recesión, la creación del colchón social para
socorrer a los pobres, macizos recursos para salvar sectores y empresas, y lo que es más
dramático, el resurgimiento de los conceptos de seguridad amenazando libertades
públicas.
La lucha contra el terror, el enemigo invisible, traicionero y cruel, vuelve
a exigir un tratamiento sin las limitaciones de los derechos humanos, que no están
presentes en el código de la guerra. Jamás en estos últimos cincuenta años se oyó
hablar tanto como ahora de la necesidad de revitalizar los dispositivos de seguridad,
modernizar el área de la inteligencia de información, justamente la más temida de todas
por el potencial de alcanzar nuestra privacidad. El mundo fue atacado por un arma
impensada y diabólica con mayor poder de destrucción que los arsenales nucleares: las
bombas del miedo. Aquellos, los artefactos atómicos, destruyen la vida. Éstas, la
calidad de vida. No hay libertad sin seguridad, dicen los nuevos teóricos políticos. Hay
riesgos estratégicos para todo el mundo, y somos todos impotentes y frágiles para
prevenir y enfrentar el terrorismo. Los americanos fueron las primeras víctimas. De
repente todo su arsenal de seguridad internacional, que, construido, se torna superado,
porque hay una guerra diferente, invisible. Otro dogma alcanzado cuida las
privatizaciones. ¿Cómo privatizar aeropuertos, sistemas de electricidad, de agua, y
otros servicios públicos, sin agregarles vulnerabilidad? El gobierno de los Estados
Unidos dice: tenemos que retirar los civiles de los aeropuertos, tenemos que tener gentes
militares, del Estado, que controle. Estamos muy cercanos, todos nosotros, a los
acontecimientos para evaluar sus consecuencias. El miedo está en todas partes: miedo a la
amenaza bacteriológica y miedo a un regreso contra la libertad. En ese cuadro, las
responsabilidades de Estados Unidos se dirigieron para otros blancos, y no podemos crear
utopías que jamás alcanzaremos.
Hablé de estas cosas para decir: Bien, tenemos que ajustar todo nuestro
pensamiento, esta retórica que estamos hablando de que Estados Unidos va a salvar, viene
acá a resolver el problema. Esto, si era en el pasado una ilusión, hoy es una cosa
impensable, imposible. En ese cuadro de responsabilidades, tengamos la certeza: Estados
Unidos ha desviado sus blancos. No hay más prioridades para otros, de tal manera que yo,
que siempre fui un combatiente contra el ALCA, dentro de esto voy a decir: yo no pienso
que esto sea más una prioridad de Estados Unidos. Estas ilusiones deben por lo tanto
salir como instrumento de divisiones acá. Un plan Marshall para acá, que resolvería la
situación de determinados países, no lo creo; sus prioridades de seguridad no están
dirigidas a nuestra región. Una alianza privilegiada bilateral con Brasil y Argentina
jamás, digo bilateral, pues Estados Unidos hace con Brasil separado, hace con Argentina,
decía el presidente Alfonsín en Brasil, he leído su intervención. "Sería incapaz
de eliminar 5.657 barreras arancelarias, de las cuales 2105 pueden ser clasificadas
claramente de restrictivas a las importaciones." Estas son palabras del presidente
Alfonsín. Estados Unidos tiene una política global de protección a sus intereses, que
no incluye medidas pródigas de esa naturaleza. Jamás lo han hecho, jamás lo harán. Y
tienen razón. Sí, ellos están defendiendo sus intereses. Errados estamos nosotros en no
defender nuestros intereses.
Así, debemos tener con ellos una relación madura, clara, sin hipótesis de
división. Y nuestros intereses sumados están juntos. El Brasil y la Argentina juntos son
más fuertes para defender sus intereses, porque separados, no veo cómo tenemos
condiciones de salvarnos. Nuestra alianza nos fortificará. Dará mayor fuerza a la
solución de nuestros problemas. Brasil jamás debe ser visto como fuente de impasses y de
problemas, sino como un aliado, como parte de las soluciones. Nada de retóricas que
pueden violar este gran proyecto político. Como dicen, Estados Unidos hoy prefiere el
Cono Sur. Yo pienso también, después de estos problemas, que ninguno tiene más
interés, más necesidad, de un Cono Sur unido a ellos para ayudarlos en los nuevos
desafíos de una guerra larga, sin enemigo visible, pero con gran poder de
desestabilización.
Para terminar, mi mensaje es uno solo: no permitamos que la economía
destruya el patrimonio político que construimos en estos años. Evitemos que las crisis
políticas, que el deterioro de la política creen falsos dilemas utilizando la economía
para justificar los equívocos. Yo, con la parcela de liderazgo que tengo, seré siempre
una voz, un luchador, un combatiente en creer en la Argentina, en apoyar a la Argentina,
en evitar cualquier medida que pueda en lo más mínimo dañar esta relación. Esta es mi
posición en Brasil. He procedido así, y así continuaré. Y me acuerdo de Sáenz Peña,
que hace más de cien años decía: "Todo nos une y nada nos separa." Y yo
agrego: no nos separará. Muchas gracias. |
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Fecha de publicación: 08/11/01 |
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