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Foro Estrategia del Mercosur en el Escenario Mundial
Autor: Dr. José Sarney
Con la gran asimetría entre la economía de Estados Unidos y la nuestra, un área de libre comercio con la idea de una sola América significa abdicar el futuro...
Entrar en el ALCA sin que seamos solidarios significa multiplicar de una manera gigantesca los problemas que vivimos o satelizarnos. El futuro no nos perdonaría.
El que pierde la memoria histórica se arriesga a repetir los errores del pasado. La historia de las relaciones entre Brasil y la Argentina ha sido marcada por los desencuentros. Y el momento que atraviesa el Mercosur parece estar marcado por uno de esos desencuentros. Se multiplican las quejas contra medidas unilaterales, proliferan las controversias comerciales que consumen todas las energías de nuestros negociadores y dejan poco tiempo para esfuerzos constructivos. En las declaraciones públicas de las autoridades lo que hay hoy son reclamos recíprocos y amenazas de infidelidad. Integración pasa a ser sinónimo de rivalidad comercial y deja de ser percibida por el sentido más amplio político y estratégico que la inspiró: un proyecto de asociación entre seguimientos productivos y de unión entre pueblos. Un proyecto que agrega valor a los socios, habilitándolos a enfrentar conjuntamente los retos de la economía mundial.

Tengo miedo porque estamos perdiendo la memoria histórica de que éste es un proyecto político de gran dimensión para construir el futuro. Se ha dicho que el mal político piensa siempre en las elecciones y los estadistas en el futuro. El que analiza la crisis actual, a partir de una perspectiva histórica, no puede dejar de preguntarse: "¿Será que el Mercosur es la causa de nuestros problemas actuales? ¿Será que la integración, al contrario, no puede ser parte de la solución de estos problemas? Si la integración puede ser positiva, ¿por qué fue desvirtuada?" Una pregunta semejante yo me formulaba sobre las relaciones Brasil – la Argentina al llegar a la presidencia de Brasil. Tenía como intelectual -no solamente la visión del político- la perfecta conciencia de nuestras equivocaciones y la firme decisión de iniciar una nueva etapa. Siempre fui un brasileño que tuvo un gran amor y admiración por la Argentina. Envié a Buenos Aires, dos meses después de asumir el cargo, a mi ministro de Relaciones Exteriores. Él iba a proponer la apertura de conversaciones para establecer un gran cambio. Surgió mi encuentro en Foz do Iguazú, en noviembre de 1985, con el Presidente Raúl Alfonsín. Yo quiero, una vez más decir aquí, lo que he dicho tantas veces en tantos lugares: que es un patrimonio político y moral de la Argentina, un estadista de las Américas, un hombre respetado y oído en todos los foros mundiales. Había una afinidad en nuestras visiones. Ese día, conocí personalmente las virtudes extraordinarias de ese hombre, su espíritu público, su visión histórica, su devoción por su país. Y comprendíamos que deberíamos crecer juntos, cambiar la historia del continente con la formación de un espacio económico y un mercado común entre nuestros países.

Ese día, Alfonsín dio el primer paso importante para cambiar la imagen de nuestras diferencias. Fuera del programa (y deseo señalar siempre esto porque fue un marco histórico) él visitó Itaipú. Fue apenas una fotografía, pero sepultó la guerra de las aguas del Paraná y cambió la historia de nuestras relaciones. Su gesto fue de un gran coraje en aquel momento.

Firmamos acuerdos básicos, incluso el primero en el campo nuclear. Necesitábamos resguardar el Cono Sur de la tentación de algunos sectores militares de nuestros países de promover una carrera nuclear. Fijamos como ideal establecer un mercado común inspirado en líneas generales en un modelo europeo. Y nuestro ideal desembocó en el Mercosur que ahora vive su primera gran crisis provocando perplejidades y pesimismo.

Gradualismo y flexibilidad eran aspectos centrales de nuestra visión. Deberíamos dar pasos firmes para evitar retrocesos y frustraciones.
Así había ocurrido en Europa, que hace 50 años empezó a integrarse con los acuerdos del carbón y del acero. Nuestro proyecto preveía también la integración por sectores. Establecía un horizonte de 10 años para alcanzar la liberalización del comercio. Firmamos, en la segunda mitad de los años 80, cerca de 34 instrumentos bilaterales, entre acuerdos sectoriales, memorándum de entendimiento y convenios que convergían para el gran proyecto. La iniciativa prosperó. Dibujamos un amplio espectro de mecanismos bilaterales que darían soporte a ese gran proyecto de integración. Comisiones parlamentarias, grupos de la sociedad civil, un banco de compensaciones y hasta una moneda común, el "gaucho", ya que ningún espacio económico en el mundo puede prescindir de aspirar a tener una moneda común. En fin, nuestra visión no era solamente la construcción de una unión aduanera, sino la de conformar un mercado común. Y la estrategia para realizar esa visión era evitar el surgimiento de asimetrías y, cuando fuera necesario, corregirlas. Trabajar por sectores, hasta llegar a la totalidad de la economía. Así, era un proyecto de avances sucesivos para evitar impases.

El éxito de ese proyecto se traduce, es cierto, en resultados comerciales expresivos. Pero no fue el legado más importante de esa fase de la integración y sí lo es el haber sido creadas las bases para un proyecto de integración más profunda. Un proyecto que, por traspasar la dimensión meramente mercantilista, encontraba firme respaldo junto a las clases políticas, a seguimientos productivos y a la sociedad en general. Un proyecto cuya continuidad dependería menos de percepciones sobre resultados positivos o negativos de la balanza comercial bilateral y de esa manera estaría más comprometido con sus objetivos estratégicos.

Pero esa visión original fue desvirtuada. Y muchos de los problemas que enfrentamos hoy se deben, en mi opinión, al hecho de que los presidentes Collor y Menem, en junio de 1990, hayan decidido cambiar los rumbos de la integración. En lugar de trabajar por un mercado común, dieron prioridad al área del libre comercio y de la unión aduanera en el plazo de 5 años, con riesgos implícitos en este nuevo abordaje. Se redujeron nuestros objetivos y nos quedamos vulnerables a lo que vendría. Hubo gran expansión en nuestro comercio, un resultado extraordinario que no puede ser despreciado y ya está incorporado al patrimonio de nuestras relaciones. El momento actual se caracteriza por el agotamiento del modelo del arancel cero. Era un proyecto político pautado en la idea de la expansión indefinida del comercio intrazona, que acarreó las consecuencias que ahora estamos enfrentando.

Si no tuvimos problemas mayores en la primera mitad de los años 90 fue en razón del fuerte crecimiento del comercio mundial y de la estabilidad monetaria que prevaleció en los dos países. Sin embargo, la decisión de luchar solamente en dirección a la unión aduanera tuvo un potencial de fricciones y crisis que estaban en muchos sectores.

Se acabó la etapa de obtener únicamente ventajas comerciales. Ahora hay que marchar hacia la integración y volver al proyecto inicial del mercado común. Es mi visión. No sé si hemos perdido tiempo, pero seguramente incorporamos muchas dificultades para corregir los rumbos. Es necesario pues más que nunca creer en lo que estamos construyendo y conjurar el pesimismo. Los problemas que han surgido, que aparecen y crecen en todos los momentos, exigen de los involucrados capacidad y paciencia para negociar y una firme decisión política de avanzar y no retroceder. Sin embargo, el balance de los años que van desde el acta de Iguazú a nuestros días tiene resultados positivos extraordinarios. Es un patrimonio, voy a repetir, que no puede ser ignorado. El primero de ellos, el cambio de nivel en las relaciones entre Brasil y la Argentina, el fin de los antagonismos militares, léase carrera nuclear y la sintonía política, que, aunque no es total, es suficiente para marcar un nuevo tiempo de cooperación.

Recordemos la mejoría de la infraestructura de intercambio entre los dos países, los centros unificados de frontera, el estrechamiento de las relaciones culturales, científicas y educativas. Las acciones turísticas de crecimiento vertiginoso de las visitas recíprocas.

Hoy mismo, dije a un amigo mío argentino que hoy es difícil en Brasil no tener una familia que no conozca a un argentino y en la Argentina una familia que no conozca a un brasileño, que no tengan relaciones y que no conozca lo que ha producido Argentina, o que no ha comprado productos argentinos. Entonces, han cambiado todas nuestras relaciones y las cosas del pasado. Hay hoy una unión entre nuestros pueblos que es una cosa formidable, que fue construida con esta decisión histórica del Presidente Alfonsín de cambiar esas equivocaciones de nuestras relaciones.
En los campos económicos, los resultados son mensurables y explícitos. La Argentina incorporó a su economía (también es una cosa que preciso decir) el bien extraordinario que representa 168 millones de consumidores brasileños. Lo que aquí se produce, sin aranceles ni barreras, puede ingresar en este universo de consumidores. El mercado argentino pasa a ser 5 veces superior con el Mercosur a su población. Eso aumenta el horizonte de posibilidades para incorporar tecnologías de producción y condiciones de competencia. Nuestro intercambio bilateral, que era de 2.000 millones de dólares en el '85 pasó a ser de 18.000 millones en el '88. La balanza comercial es favorable a la Argentina hace muchos años. Y este año, que es un año de crisis, va a llegar a 1.000 millones de dólares de saldo a favor de la Argentina.

Algunos comentaristas cuestionan la importancia de la sociedad comercial con Brasil. Con base en la supuesta concentración de las exportaciones argentinas en combustibles y trigo. Brasil es, de hecho, un mercado decisivo para tales productos, responsable por un tercio de las exportaciones argentinas de combustibles y energía en el año 2000 y casi la mitad de las exportaciones de trigo. No domino la lista de exportaciones argentinas a Brasil, encabezada por productos manufacturados de origen industrial, que representaron en el 2000 casi la mitad del total de ventas argentinas para el Brasil. Y cuando se habla de trigo, yo voy a decir que no fue fácil para Brasil la decisión firme de la integración. Cuando yo era presidente, Brasil producía 6 millones y 500 mil toneladas de trigo y hoy produce 1 millón y 800 mil toneladas. E importamos de la Argentina una cantidad formidable de trigo que son de los productores argentinos. Estos que dejaron de producir trigo en Brasil, nosotros tuvimos que contenerlos, porque había una protesta muy grande, pero había una decisión política y era importante para ustedes y para nosotros también cambiar esta situación. Como también de petróleo que importamos de Oriente Medio y hoy acá ustedes tienen un mercado que es el mercado brasileño.

¿Dónde, entonces, están los problemas? Ellos residen justamente en algunos sectores de ambos países que no estaban preparados para un cambio tan grande, que exige tecnologías avanzadas, sistemas de gestión, en fin, productividad para poder competir. Se acabaron las enormes barreras proteccionistas y los generosos subsidios. El mundo cambió, ahora es la hora de la verdad: los sectores no integrados sufren amenazas concretas de la Argentina y de Brasil. Aunque no pesen mucho, si miramos los números macro, no podemos despreciar estos sectores. Tenemos que encontrar también soluciones para ellos. Ellos tienen visibilidad y poder de presión aquí y en Brasil. Pueden contaminar el todo, dando la impresión de que el proceso no vale la pena y cuestionarlo. El crecimiento sin precedentes del comercio intrazona en los años 90 nos dio la ilusión de que habíamos hecho la elección adecuada. Creíamos, con cierta complacencia, que manipulando aranceles para adentro y para afuera podíamos, sin grandes sacrificios, alcanzar aquello que la Europa trabajó con paciencia durante varias décadas con ayuda de políticas sectoriales conjuntas y medidas dirigidas a la reconversión de los sectores improductivos. Desgraciadamente, el enfoque de la unión aduanera en perjuicio del mercado común de integración por sectores acabó perpetuando demandas de protecciones que no se adaptaron a la competencia externa. Si nos hubiéramos integrado debidamente por sectores, repito, habríamos evitado mediante políticas comunes las disputas comerciales que sobrecargan hoy nuestra agenda de integración.

Veamos el caso de los calzados. Este representa apenas 1% de nuestro intercambio. El sector argentino protesta contra la invasión del calzado brasileño. Al mismo tiempo, la integración en el sector se ve perjudicada por la imposición de ambos lados de la frontera de impuestos a la exportación de cuero crudo, que impiden que las industrias locales se vean beneficiadas con materia prima que se produce en la región. Es un sector que típicamente se beneficiaría de una política integrada que contemplase, además de la armonización arancelaria, instrumentos concretos para la integración por cadenas productivas. Debemos aprender a administrar estos problemas. Hacer que el substrato común de intereses compartidos impida que controversias puntuales contaminen la esencia de este gran proyecto.
Frente a la crisis que atravesamos tenemos opciones limitadas. Una posibilidad es insistir sobre los mecanismos vigentes, como si fuera razonable la expectativa de que con la recuperación económica las cosas van a mejorar. Sería quizás la solución más fácil, pero seguramente la más peligrosa. El Mercosur tendría una crisis de credibilidad, tendría el destino de tantas otras utopías latinoamericanas del pasado. Si es ésa la mejor opción, tampoco es el camino que el gobierno brasileño y la sociedad brasileña desean trazar. Deshacer el Mercosur o retroceder a una simple área de libre comercio significaría condenarlo a la irrelevancia, significaría tornar inviables las negociaciones con la Unión Europea y tornarlo ineficaz en las discusiones del ALCA. Debo aquí decir que Brasil es un país de muchas divisiones políticas. Pero hay unanimidad de todos los partidos políticos a favor del Mercosur, de la unión y de relaciones con la Argentina. No hay ningún partido, ningún sector que se manifieste contra esto. Es un patrimonio también de nosotros; cambió la visión del pueblo, de los partidos, de los dirigentes brasileños sobre estos problemas. Sólo hay por tanto un camino. Si queremos dedicarnos de nuevo y plenamente a la razón de ser del Mercosur, la visión que lo engendró como proyecto estratégico de naturaleza política y económica, necesitamos que la economía no destruya la obra política. Este es un mensaje que desearía colocar acá. Que las preocupaciones económicas no pueden destruir la obra política. La economía es transitoria, pero la obra política que nosotros empezamos cambiando la historia no puede jamás ser destruida por las dificultades del presente. En la Europa unificada, casi 50 años después del Tratado de Roma, se creó el Mercado Común, una de las claves de la integración, del comisario que existe, que se dedica a vigilar que no se distorsionen las condiciones de competitividad entre los diversos países para que se eviten conflictos comerciales graves.

Hoy, con la nueva situación de nuestros países, con tasas de cambio de distintas filosofías, una fija y otra flotante, estos problemas aumentan y serán más difíciles de superar. Esto no nos debe desestimular, sino invitar a la voluntad y enfrentar el reto. La Argentina y Brasil tienen una obligación hacia Sudamérica. Unidos, son fuentes de estabilidad de la región; es un asunto que también no podemos dejar de fijar. Ayudar a consolidar la institución a nivel interno y a nivel continental; deben construir una política conjunta en los foros internacionales, que en nada interfieren en la proyección y autonomía de sus inserciones también internacionales. Juntos, aumentarán la fuerza del continente y pesarán más en las decisiones internacionales. Hoy ya no podemos hablar, por estar fuera de la realidad, de la histórica concepción de América como una sola región. La verdad, hoy nosotros tenemos tres Américas: tenemos a América del Norte, que es rica, sajona, de la cual salieron los Estados Unidos a la aventura del liderazgo mundial que tienen; México participa de esta América del Norte por problemas más de Estados Unidos que de México, y es la frontera, los mexicanos que están en Estados Unidos. Después tenemos la América Central, donde los estados nacionales no están perfectamente definidos. Y Sudamérica, la región más pacífica de la faz de la Tierra, con riquezas balanceadas entre los diversos países, que integrada tiene un espacio importante en el escenario mundial.

Tuvimos los años dorados de Europa, de Estados Unidos, de los Tigres Asiáticos. Sudamérica fue la última de las grandes regiones en superar las crisis institucionales. Todo el continente hoy es democrático y espera la explosión de su desarrollo. Inevitablemente, yo acredito nuestros años dorados sin duda alguna llegarán en el siglo XXI. Por eso la necesidad de resistir contra la satelización de la región para no ser dependientes de los capitales extranjeros ni de las grandes compañías globales que muchas veces dejan de atender los intereses de los estados nacionales. Por eso se vuelve necesario consolidar el mercado común. El mayor peligro para nosotros sería hoy el ALCA, pero no creo que después de estos problemas que tuvieron los Estados Unidos ahora el ALCA pase a ser una prioridad americana. Yo no lo creo, mas si esto se torna una realidad sin la consolidación del Mercosur, entraremos en la zona de libre comercio hemisférica, no con la venta de nuestros activos, sino con nuestro mercado de consumidores, el as de la baraja del futuro. Con la gigantesca asimetría entre la economía de Estados Unidos y la nuestra, un área de libre comercio con la idea de una sola América significa abdicar el futuro.

Los norteamericanos no quieren ni siquiera oír hablar de mercado común. Como el europeo, en el cual la solidaridad importa en costo de los países mayores para preparar a los menores de modo que las asimetrías no sean estranguladoras, ¿por qué no proponer a ellos: vamos a ser un mercado común todos nosotros? Porque ellos no aceptan jamás oír esto. Quieren arancel cero. Y nosotros ya sabemos los problemas que vienen de un proyecto limitado a una zona de libre comercio unión aduanera. Entrar así en el ALCA sin que seamos solidarios significa multiplicar de manera gigantesca los problemas que vivimos o satelizarnos. El futuro no nos perdonaría.

Consolidemos así el proyecto del MERCOSUR implementando condiciones de competencia. Caminemos hacia la coordinación de políticas macroeconómicas en el futuro, moneda y banco central común, trabajemos por políticas sociales comunes, por un parlamento de Sudamérica, ayudemos a otros países a prepararse para ingresar al grupo, mejoremos las conexiones físicas entre los países del área, puertos y carreteras, y seamos finalmente más mercado común y menos área de libre comercio.

Hablar hoy, con todos estos problemas, parece que estamos hablando, mas no debemos perder la idea, porque la idea es la fuerza, y si tiene una idea generosa y fuerte, es una idea fuerte, que sin ninguna duda alguna será vencedora hoy, mañana en el futuro. Para eso, es urgente delinear una agenda positiva. Los desafíos del ALCA, de la negociación con la Unión Europea y de nuevas negociaciones bilaterales en el ámbito de la OMC, están a las puertas.

Por sus dimensiones, si Brasil fuese seducido por estas tentaciones, estaría proporcionalmente más apto a dejarse seducir por esa apuesta individual. Y se habla mucho de la destrucción. Pero todavía así tenemos más por ganar que perder si optamos por la unión y no por la división. No podemos detenernos en medio del camino; esa agenda debe contener el diseño de la coordinación de las políticas macroeconómicas. Mantengamos la vigilancia en este camino. Repito: la economía es lo transitorio; lo permanente son los ideales que nos unieron. La nueva relación entre Brasil y la Argentina fue marco en la historia del continente. Fue un momento de visualizar el futuro, de luchar por cambios de valor.

Quien no desea mirar así no es posible que tenga una visión de nuestros grandes proyectos, del proyecto del futuro de nuestros países. El mundo del futuro no será de países pequeños o grandes, sino de países que dominen o no dominen saberes. Que sean capaces de crear recursos humanos y sociedades justas. Nunca fue tan necesaria la creación de espacios geopolíticos económicos para agrandar el poder de competencia y de defensa frente a la concentración de riqueza en este mundo globalizado. La vulnerabilidad de nuestros países frente al salvajismo de los mercados financieros exige cada vez más nuestra unidad. Las leyes de mercado sin límite aplican la ley de Darwin a las sociedades en la supervivencia sólo de los más fuertes. La crueldad es una tristeza que contiene la dinámica de eliminar a los más débiles. Ahora mismo, el FMI reconoció y ha hecho una autocrítica de la injusticia social, de las consecuencias de ese modelo que lleva a la exclusión y la concentración de ingresos. En ese cuadro, los costos sociales pagados por el Brasil y por la Argentina llevarán a nuestros países al estancamiento con las peores consecuencias. Crecer juntos, decía Alfonsín. Sigue actual este slogan. Con el crecimiento, nuestros problemas serán enfrentados, y juntos seremos más fuertes, menos vulnerables y más respetados.

Toda vez que se dice alguna cosa de que estamos pagando nuestro enflaquecimiento, la idea básica del Mercosur no es solamente la de una acción conjunta de empresarios brasileños y argentinos. El Mercosur es un proyecto de integración profunda con el objetivo de explorar nuevas posibilidades entre nuestros países, aumentar la competitividad en terceros mercados aumentando la escala de nuestras economías para participar en grandes mercados. Debemos sí avanzar sin cuestionarnos quién va a ser beneficiado a corto plazo, porque a largo plazo ganaremos todos. El destino del Mercosur es mejorar las condiciones de vida de su pueblo. El proyecto del Mercosur no es promover los intereses de grupos económicos especiales: es elevar el nivel de las personas, del consumidor, que necesita productos mejores y más baratos, es promover la calidad de vida y empleo, y realizar proyectos culturales conjuntos. Crear la búsqueda de la felicidad.
Con ganas podemos cambiar el mundo. Esto decía Tomás Paine en su panfleto "El Sentido Común", que todos reconocen como la obra incendiaria que dio comienzo al proceso de la independencia americana. La bondad del derecho de revolución que dominó la escena política del mundo en la vieja forma: la revolución como una manifestación colectiva y la rebelión como una actitud personal. Estas dos palabras, revolución y rebelión, ocuparon los últimos cien años de la historia política de la humanidad. Este modelo, sin duda, fue corroído por la ideología que se agotó. Todos los discursos políticos, y esto los políticos lo decimos con una cierta tristeza, en la historia de la humanidad, fueron incapaces de mejorar la calidad de vida de las personas como lo hacen y han hecho la ciencia y la tecnología. Fleming, con el descubrimiento de la penicilina; Sabin, con la vacuna contra la parálisis infantil, han contribuido más al aumento del promedio de vida, a disminuir el sufrimiento de enfermedades humanas, que cualquier ideología política.


Solamente dominamos los saberes; la tecnología y la ciencia juntos nos permitirán participar de estos proyectos del futuro.

Podemos cambiar todo menos la geografía. El Brasil y la Argentina no tienen como no unirse en el reto de las tareas del futuro. Estamos juntos; no hay cómo mudar la decisión del creador de colocarnos juntos; no podemos cambiar la geografía. En medio de nuestras perplejidades, no podemos cometer la imperdonable omisión de olvidar lo que pasa en el mundo, en el cual la globalización nos tornó socios. Se ha dicho: después de los atentados de Nueva York, el mundo no será más el mismo. Y no es. La sorpresa de la historia ocurre sin anuncios. ¿Quién podría afirmar, hace sesenta días, que estaríamos lidiando con la perspectiva de una nueva guerra de esta proporción? Si alguien lo hiciera, sería tomado como un dinosaurio. Los últimos veinte años, anunciados como testigo del fin de la historia, fueron marcados por la concepción de que el horizonte del Estado es débil. El horizonte del Estado débil, impotente, innecesario; estaba a la vista la destrucción total del Estado. Incluso el Estado de bienestar social al frente de esta destrucción. Fuerte sería la sociedad sin cualquier forma de intervención; el mercado resolviendo todo por los principios de la libertad económica y del liberalismo. Esto, hace sesenta, noventa días. Pero todo cambió, de repente, por una de esas catástrofes que tiene marcada la humanidad. De los escombros de las Torres Gemelas de Nueva York surge el keynesianismo, las intervenciones estatales para salvar la economía de los Estados Unidos, a socorrer la banca y a sectores, las compañías de aviación, salvar la economía de la recesión, la creación del colchón social para socorrer a los pobres, macizos recursos para salvar sectores y empresas, y lo que es más dramático, el resurgimiento de los conceptos de seguridad amenazando libertades públicas.

La lucha contra el terror, el enemigo invisible, traicionero y cruel, vuelve a exigir un tratamiento sin las limitaciones de los derechos humanos, que no están presentes en el código de la guerra. Jamás en estos últimos cincuenta años se oyó hablar tanto como ahora de la necesidad de revitalizar los dispositivos de seguridad, modernizar el área de la inteligencia de información, justamente la más temida de todas por el potencial de alcanzar nuestra privacidad. El mundo fue atacado por un arma impensada y diabólica con mayor poder de destrucción que los arsenales nucleares: las bombas del miedo. Aquellos, los artefactos atómicos, destruyen la vida. Éstas, la calidad de vida. No hay libertad sin seguridad, dicen los nuevos teóricos políticos. Hay riesgos estratégicos para todo el mundo, y somos todos impotentes y frágiles para prevenir y enfrentar el terrorismo. Los americanos fueron las primeras víctimas. De repente todo su arsenal de seguridad internacional, que, construido, se torna superado, porque hay una guerra diferente, invisible. Otro dogma alcanzado cuida las privatizaciones. ¿Cómo privatizar aeropuertos, sistemas de electricidad, de agua, y otros servicios públicos, sin agregarles vulnerabilidad? El gobierno de los Estados Unidos dice: tenemos que retirar los civiles de los aeropuertos, tenemos que tener gentes militares, del Estado, que controle. Estamos muy cercanos, todos nosotros, a los acontecimientos para evaluar sus consecuencias. El miedo está en todas partes: miedo a la amenaza bacteriológica y miedo a un regreso contra la libertad. En ese cuadro, las responsabilidades de Estados Unidos se dirigieron para otros blancos, y no podemos crear utopías que jamás alcanzaremos.

Hablé de estas cosas para decir: Bien, tenemos que ajustar todo nuestro pensamiento, esta retórica que estamos hablando de que Estados Unidos va a salvar, viene acá a resolver el problema. Esto, si era en el pasado una ilusión, hoy es una cosa impensable, imposible. En ese cuadro de responsabilidades, tengamos la certeza: Estados Unidos ha desviado sus blancos. No hay más prioridades para otros, de tal manera que yo, que siempre fui un combatiente contra el ALCA, dentro de esto voy a decir: yo no pienso que esto sea más una prioridad de Estados Unidos. Estas ilusiones deben por lo tanto salir como instrumento de divisiones acá. Un plan Marshall para acá, que resolvería la situación de determinados países, no lo creo; sus prioridades de seguridad no están dirigidas a nuestra región. Una alianza privilegiada bilateral con Brasil y Argentina jamás, digo bilateral, pues Estados Unidos hace con Brasil separado, hace con Argentina, decía el presidente Alfonsín en Brasil, he leído su intervención. "Sería incapaz de eliminar 5.657 barreras arancelarias, de las cuales 2105 pueden ser clasificadas claramente de restrictivas a las importaciones." Estas son palabras del presidente Alfonsín. Estados Unidos tiene una política global de protección a sus intereses, que no incluye medidas pródigas de esa naturaleza. Jamás lo han hecho, jamás lo harán. Y tienen razón. Sí, ellos están defendiendo sus intereses. Errados estamos nosotros en no defender nuestros intereses.

Así, debemos tener con ellos una relación madura, clara, sin hipótesis de división. Y nuestros intereses sumados están juntos. El Brasil y la Argentina juntos son más fuertes para defender sus intereses, porque separados, no veo cómo tenemos condiciones de salvarnos. Nuestra alianza nos fortificará. Dará mayor fuerza a la solución de nuestros problemas. Brasil jamás debe ser visto como fuente de impasses y de problemas, sino como un aliado, como parte de las soluciones. Nada de retóricas que pueden violar este gran proyecto político. Como dicen, Estados Unidos hoy prefiere el Cono Sur. Yo pienso también, después de estos problemas, que ninguno tiene más interés, más necesidad, de un Cono Sur unido a ellos para ayudarlos en los nuevos desafíos de una guerra larga, sin enemigo visible, pero con gran poder de desestabilización.

Para terminar, mi mensaje es uno solo: no permitamos que la economía destruya el patrimonio político que construimos en estos años. Evitemos que las crisis políticas, que el deterioro de la política creen falsos dilemas utilizando la economía para justificar los equívocos. Yo, con la parcela de liderazgo que tengo, seré siempre una voz, un luchador, un combatiente en creer en la Argentina, en apoyar a la Argentina, en evitar cualquier medida que pueda en lo más mínimo dañar esta relación. Esta es mi posición en Brasil. He procedido así, y así continuaré. Y me acuerdo de Sáenz Peña, que hace más de cien años decía: "Todo nos une y nada nos separa." Y yo agrego: no nos separará. Muchas gracias.

Fecha de publicación: 08/11/01

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