Inteligencia social. Narcotráfico versus puentes de integración
El contexto de la sociedad global de la que somos parte nos presenta grandes oportunidades de transformación social. En palabras de Gilles Lipovetsky, “el mundo hipermoderno está desorientado, inseguro, desestabilizado, no de manera ocasional, sino cotidianamente de forma estructural y crónica”. Nos atraviesa una cultura-mundo sostenida por cuatro pilares generadores de efectos paradójicos para los individuos y las comunidades: el hipercapitalismo como sistema económico, el hiperconsumo estetizado de consumidores que construyen su identidad en un viaje experiencial a perpetuidad, el hiperindividualismo, que pone al frente los deseos subjetivados de las personas, y el avance de la hiperteconología y de la ciencia.
Esta pintura de la cultura-mundo se colorea en un marco de incertidumbre global, irradiado por catástrofes globales de diversa índole: terrorismo, pandemias, desastres naturales, crisis económica y desconfianza institucional. No es casualidad que, en las encuestas realizadas en los últimos tiempos por The Trust Barometer de Endelman, más de la mitad de los países encuestados esté formada por detractores de sus propios gobiernos, es decir, no creen que puedan resolver los problemas sociales. La confianza en las empresas sigue midiendo baja con un promedio global del 57%. Las personas entienden que la integridad y la ética en los negocios, el compromiso con los consumidores y empleados, y el propósito de contribuir al bienestar de la sociedad son atributos prioritarios para la construcción de confianza en las empresas.
Los dos grandes problemas que nuestra cultura-mundo debe enfrentar son a mi criterio la aceptación del multiculturalismo y cómo nos vamos a relacionar con la naturaleza en el futuro. El primero envuelve la consideración de la otredad, es decir, la integración social. Slavoj Zizek, filósofo esloveno, nos desafiaba en oportunidad del atentado a la revista Charlie Hebdo en París, expresando que los peores parecen ser los más apasionados. ¿Estamos los individuos que somos parte de las sociedades occidentales adormilados por el estado de comodidad, el hiperconsumo y nuestro statu quo vigente? El delito internacional organizado (tráfico de drogas, de armas, de personas, de órganos, la corrupción público-privada) y el lavado del dinero originado en delitos graves sacan provecho de estas situaciones, opacando el bienestar y la paz social.
Sin embargo, hay por otro lado claras señales de que el capitalismo, estetizado e hibridado por el arte en todas las dimensiones sociales, promete una búsqueda de sentido y bienestar estético y emocional. Por ello, hay múltiples foros locales, como el Human Camp, o globales, como Spirit of Humanity, que están inspirando a los líderes, instituciones y nuevas generaciones hacia un cambio de perspectiva en busca del bienestar general para el mundo.
Por ello creo que tenemos una gran oportunidad de desarrollar la inteligencia emocional y social en nosotros como individuos y en las instituciones y empresas en las que nos toca actuar y desarrollarnos profesionalmente.
Durante 2013 y 2014 nos propusimos armar un equipo multidisciplinario para investigar uno de los problemas más relevantes que enfrenta el futuro de nuestro país, que es la integración social de jóvenes y sus familias en situación de vulnerabilidad social, y que diera a luz el libro Inteligencia Social. Nos inspiramos en la idea de que el problema de la integración social es de doble vía y, para superarlo, es condición necesaria transformarnos primero nosotros en la perspectiva que tomamos al analizar esta realidad.
Daniel Goleman incorpora el concepto de inteligencia social dentro de los componentes de la inteligencia emocional: autoconocimiento, gestión de las emociones, conciencia y aptitud social, y gestión de las relaciones. Todos estos componentes interactúan entre sí. Para poder desarrollar la capacidad de entender y percibir las emociones de nuestros semejantes resulta imprescindible saber quiénes somos, cuál es nuestro sistema de valores, cuál es el sentido de nuestra vida y aprender a gestionar nuestras emociones para no quedar atrapados en la toxicidad de los pensamientos y hábitos negativos o inútiles que condicionan nuestro buen discernimiento, y no nos permiten ver a los otros como semejantes. El arte de lo social es una combinación de empatía con autogestión.
Uno de los principales emergentes de nuestro estudio sobre la población de jóvenes en situación de socialización precaria es que a la falta de capital económico, cultural y social se agrega un concepto, a mi juicio el más relevante, que es la carencia de capital simbólico. Por supuesto que estas carencias son interdependientes entre sí. Más del 50% de estos jóvenes no termina la escuela media y ello conlleva que solo puedan trabajar en empleos precarizados e informales. Las condiciones de hacinamiento en sus casas y la falta de apoyo familiar contribuyen a que sobrevivan gran parte de su día a día en las calles de sus barrios. Ello contribuye al abandono escolar y al consumo de sustancias ilícitas. Las esquinas se transforman en espacios de reunión de los chicos y jóvenes, propicios para el inicio del consumo y la venta de drogas fuera del control de los adultos, de la escuela y del mundo del trabajo.
La carencia de capital simbólico tiene dos dimensiones. Una es psicológica y consiste en la imposibilidad de construir un proyecto de vida, de abstraerse y salir de la lógica de supervivencia diaria del “cazador”. La otra es la dimensión social, es decir, cómo una persona es vista por los demás. Es lo que configura el llamado por Erving Goffman “estigma social”. Solo se perciben atributos desacreditantes que opacan las potencialidades del ser.
Por otro lado, se hace difícil competir con los atajos que ofrecen las organizaciones delictivas del narcotráfico. Estas actividades crecieron significativamente en la Argentina en los últimos 20 años. La rentabilidad es un factor clave en las formas que ha tomado su organización, comprendiendo producción, venta y menudeo, y, finalmente, lavado de activos, producto de ese tráfico. El primer informe del Barómetro del Narcotráfico y las Adicciones de la Universidad Católica Argentina de 2015 da cuenta de la expansión de la venta de drogas en los barrios vulnerables donde habitan estos jóvenes, quienes son reclutados por las organizaciones delictivas.
Entre 2010 y 2014 hubo un incremento del 30% al 45% en la percepción que tiene la gente sobre la existencia de venta de drogas en los barrios. Esto alcanza al 84% en las villas y asentamientos precarios. Esta percepción es mayor en los barrios con falta de presencia policial y en aquellos lugares con condiciones laborales precarizadas o de inactividad de trabajo o estudio. A su vez, el sentimiento de inseguridad es mayor en unos 20 puntos en la medida en que existe registro de venta de drogas. Y es considerablemente mayor en barrios carenciados. Las adicciones al alcohol o a las drogas están presentes en el 3,6% de las familias urbanas de la Argentina. Y esta presencia es cinco veces mayor en familias de contextos más deficitarios.
Las drogas de mayor consumo son la marihuana y el paco. En menor proporción, la cocaína, y también surgen el alcohol mezclado con pastillas y los pegamentos. En el último estudio de 2014 sobre consumo de sustancias psicoactivas en estudiantes de enseñanza media, realizado por el Observatorio Argentino de Drogas, dependiente de la SEDRONAR, surge que la mitad de los estudiantes declaró haber consumido alcohol en el último mes; el 67,5% dijo haber consumido bebidas energizantes alguna vez en su vida; 5,9% afirmó haber consumido psicofármacos sin prescripción, más del 15%, marihuana, casi 20% en varones; y menos del 4%, cocaína, sólo 2% en el último año.
Es claro que este panorama resulta complejo al insertarse como modo de vida en el tejido social. Esta es la mirada que nosotros como profesionales en Ciencias Económicas no alcanzamos a ver, ya que en nuestra función solo nos toca, por disposiciones regulatorias vigentes, ser responsables de observar e informar operaciones sospechosas de lavado de dinero provenientes de actividades ilícitas, como el narcotráfico, en los entes en los que actuamos como auditores externos y síndicos. Es decir, la última fase del proceso.
Por ello insistimos en que se requiere un cambio de modelo mental en quienes desde nuestros roles de liderazgo podemos trasformar el estigma que recae sobre nuestros jóvenes en situación de socialización precaria, construyendo puentes de integración de doble vía.
Estos puentes pueden posibilitar que nuestros jóvenes completen sus estudios medios, obtengan trabajos formales y comiencen a contar con recursos simbólicos para proyectar el sentido de sus vidas. Esa es la verdadera transformación. Los tres sectores, público, privado y social, deben trabajar integrados para lograr este objetivo y existen buenas prácticas internacionales que acreditan estas posibilidades.