La Argentina no encuentra el camino para desarrollarse
El comportamiento de la economía desde el restablecimiento de la democracia hace poco más de 34 años no ha sido bueno: el crecimiento fue de apenas 2,2% anual y muy variable: 21 años de crecimiento y 13 de caída o estancamiento; crecimos menos que América latina, los países desarrollados y, obviamente, Asia. La inflación fue la más alta del mundo: 6.600.000.000% (70% anual cuando en el mundo fue de 10%) y se retiraron 7 ceros a la moneda. La pobreza aumentó y es del 30% de la población. La educación en todos sus niveles empeoró y se agravan los problemas de inseguridad y narcotráfico. No funcionan los órganos de control y regulación, el federalismo se fue desdibujando y el Estado se agrandó, pero empeoró muchísimo su funcionamiento. Lo alcanzado está muy por debajo de las expectativas de los argentinos y de las promesas de los dirigentes.
Hay muchas explicaciones para tratar de entender este fenómeno que por su atipicidad se destaca en el mundo. Pero seguramente ocupa un lugar central la actitud de la dirigencia (política, intelectual, empresarial, sindical, profesional, social), que no ha podido alcanzar un consenso sobre cuáles son los problemas más relevantes que nos aquejan y sobre el rumbo a seguir. No se lograron acuerdos mínimos sobre la necesidad de mantener los equilibrios macroeconómicos y un conjunto de precios relativos sustentables, así como tampoco sobre cuestiones que hacen a una estrategia de desarrollo, como los instrumentos para mejorar la productividad, la competitividad y la distribución del ingreso, o sobre el rol del Estado, el tipo de inserción internacional, el desarrollo del tejido industrial y de la economía digital, la mejora de la educación y de la justicia, y el federalismo.
Los resultados económicos y sociales están por debajo de las posibilidades del país y de las esperanzas de los argentinos.
En ese sentido, le cabe a la dirigencia en todos sus niveles la carga de la responsabilidad. Contener las presiones de los más poderosos sin caer en el facilismo o en las soluciones mágicas, anticipar los problemas y trazar los objetivos de largo plazo, enfrentar las dificultades y asumir los riesgos, hacerse cargo de los errores y no responsabilizar siempre y de forma excluyente a los de afuera, no tener en cuenta las experiencias exitosas de países parecidos al nuestro, querer siempre diferenciarse de lo que hacen otros países que son exitosos como si esa fuera una virtud, poner en cada elección y en cada gobierno todo en tela de juicio son algunas de las carencias de la dirigencia. En particular de la dirigencia política, porque ella es la encargada de dictar las leyes, administrar el Estado e intermediar entre el mercado y la sociedad para alcanzar un desarrollo sustentable y mejorar la distribución.
Este comportamiento explica por qué hubo tantos y tan diversos programas de corto plazo en los cuales se probaron todos los instrumentos existentes: atraso o adelanto de precios relativos clave, como el tipo de cambio, los salarios, la tasa de interés y las tarifas; control, acuerdo o libertad para establecer los precios de los bienes; expansión o restricción monetaria; alto o bajo déficit fiscal, negociación colectiva o imposición de los salarios; tipo de cambio único, desdoblado o convertible; mercado de cambios libre o controlado, entre otros. No fue distinto de lo sucedido con las propuestas para el largo plazo, dado que permanentemente se plantearon posiciones dicotómicas: hubo períodos de mayor cierre o de más apertura; de privatizaciones o estatizaciones de empresas públicas; de desregulaciones o regulaciones con distintos grados de control; mayor o menor integración con el Mercosur; mayor o menor nivel de endeudamiento público; incentivos o rechazos para la inversión extranjera; mayor o menor participación del Estado en la economía; Estado empleador de los simpatizantes o prestador eficaz de servicios, etcétera.
Con la democracia se ha ganado mucho en términos de los derechos que le son propios, pero poco se aprovechó de la oportunidad que da precisamente esa libertad para mejorar la situación de los más pobres y crecer sostenidamente. Si bien hubo una expansión de los derechos políticos, individuales y humanos, no es menos cierto que los resultados económicos y sociales están por debajo de las posibilidades del país y de las esperanzas de los argentinos.
Para que la Argentina se desarrolle de manera sustentable se requiere la predisposición, la iniciativa y el consenso de la dirigencia en su conjunto.
Nuestro país tiene potencialidades, pero, para desarrollarse de manera sustentable, requiere la predisposición, la iniciativa y el consenso de la dirigencia en su conjunto y, en particular, de la clase política. A partir de allí, lo primero es entender cuáles son los problemas para luego diseñar un programa que aproveche las oportunidades; para ello son fundamentales el mejoramiento y el fortalecimiento de todas las instituciones de la democracia, el respeto por los equilibrios macroeconómicos y el diseño de una estrategia de largo plazo (que incluya los instrumentos para abandonar el territorio de la pura declamación), cuyo objetivo sea el aumento sistemático de la competitividad y del bienestar. Esto deberá acordarse entre el gobierno, los partidos políticos y los sectores sociales de forma tal que puedan darles estabilidad a las reglas de juego, reducir la conflictividad y evitar los bruscos y cíclicos cambios de las políticas públicas.
Poner en acción estas ideas exige un cambio cultural en toda la dirigencia: superar la actitud sectaria y pensar en la Nación toda que se encarna en las presentes y futuras generaciones. Debe mirarse hacia el futuro, sobrepasando la visión de corto plazo que siempre agiganta los problemas irresueltos. La tarea no es sencilla, pero, si no la emprendemos, seguiremos sin encontrar el camino.