El latido de los mercados en la “hoguera de las vanidades”

El excelente libro de Tom Wolfe La hoguera de las vanidades (del que se hizo una película) narra la historia de un accidente automovilístico en el cual un rico y adúltero magnate de Wall Street arrolla a un joven negro al pasar por un barrio donde no debió haber estado. Como resultado, todos buscan sacar provecho de la tragedia y nadie piensa en que se haga justicia. Lo relevante es ver qué puede ganar cada persona que se involucra. El fiscal, el abogado defensor, un líder político de los afroamericanos y los investigadores policiales tratan de maximizar su beneficio sin detenerse a pensar jamás en la posibilidad de que, al hacerlo, están afectando a alguien más o imposibilitando que eventualmente se alcance un desenlace justo.


Parece exactamente la situación que vivimos hoy, o por lo menos así nos lo hacen sentir nuestros dirigentes.

 

Esta “hoguera de las vanidades” llevó al mercado a vivir con una insuficiencia cardíaca importante. Voy a usar el ejemplo citado por mi amigo Jorge Suárez Vélez para explicar el estado de ánimo de los inversores hoy: “El mercado se comporta como lo harían los familiares de alguien que sufre un paro cardíaco y  cuyo corazón vuelve a latir con un choque eléctrico hecho con un desfibrilador. La alegría y la euforia en el comienzo son emocionantes, pero todos sabemos que ese esfuerzo no garantiza que la causa del paro esté superada. Si ese corazón va a seguir, o no, latiendo a largo plazo va a depender de las arterias, si están o no tapadas, de la salud cardiovascular, de la conducta del paciente y de muchos otros elementos más”. Ahora, el paciente (la Argentina) deberá comer sano, llevar una vida prolija, hacer deporte y ser muy pero muy ordenado.

“Esta ‘hoguera de las vanidades’ llevó al mercado a vivir con una insuficiencia cardíaca importante”.

En el mercado sucede lo mismo: el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la pérdida de volatilidad financiera son solo el primer paso de estabilización del paciente. Se ganó tiempo. Se cambió de acreedor. Podemos afirmar hoy, con la incertidumbre que generan los efectos colaterales en el futuro, que el corazón de la economía argentina sigue latiendo.


A esto se le agrega una ventaja enorme: que el susto fue tan pero tan grande que nos va a obligar a tener que aprender a vivir (económicamente hablando) con más conducta para que los motivos del paro cardíaco vayan desapareciendo.


Con este paralelismo intento ejemplificar que el rebote que tuvieron los mercados financieros (que habían caído a niveles exagerados) no fue por expectativas de un futuro mejor, sino porque los mercados habían dado por sentado que el corazón no volvía a latir.


A partir de ahora empieza el camino más difícil: el del costoso trabajo de tener que hacer todo sumamente bien como para no tener una recaída, sumada a la presión de saber que las segundas partes tienden a ser peores.


Este escenario nos lleva a ser más conservadores, estar sumamente atentos y, por lo tanto, seguramente, hagamos las cosas mejor de lo que se hicieron antes. Pero sin margen para grandes festejos.


Creo que a partir de ahora viene un mercado menos volátil, aunque todavía con algún sobresalto menor; quizás más estable por la lección aprendida, donde solo se premiarán los buenos resultados, sin margen para grandes euforias.

“Es imprescindible que sean los empresarios, los productores y los desarrolladores los protagonistas de la próxima etapa”

¿Se va a retraer el consumo? Sí, obvio. Y viviremos meses difíciles con aumento de la conflictividad social. Pero también será una economía que, por ello, va a ahorrar más y con capacidad de ahorro aumenta la inversión y con inversiones hay productividad, y con productividad se crea riqueza. Y esta es la única manera de aceitar el círculo para un reparto más equitativo, haciendo crecer la torta y no bajando comensales. No sirve sacarles a unos para darles a otros. Ser productivo es el desafío.


Por último, para terminar con la “hoguera de las vanidades” de nuestra política crónica, es imprescindible que sean los empresarios, los productores y los desarrolladores los protagonistas de la próxima etapa. Ellos, los que pagan la quincena con su dinero, con su riesgo. Hay que buscar que tengan una ley laboral acorde. Ellos son los últimos en querer fracasar y despedir personas a las que formaron y en quienes confían. Y hay que acordar un sistema tributario lógico y no confiscatorio como lo es hoy.


La única manera de romper el círculo vicioso es con inversiones y los inversores, para comprometerse, tienen que confiar en los tres poderes: ejecutivo, legislativo (reglas permanentes) y judicial (seguridad jurídica). Consensuar con los verdaderos protagonistas y no con los que dicen representar a los que hace mucho no representan.