Las deudas pendientes de la educación argentina

La Argentina enfrenta hoy una extraña paradoja. Por un lado, son unánimes las manifestaciones de nuestros dirigentes cuando afirman, obligados a hacerse eco del discurso dominante, que estamos ingresando a la “sociedad del conocimiento”. Nos dicen que solo aquellos países que cuenten con una economía basada en el saber y en la innovación que deriva del mismo, tendrán posibilidades de subsistir en el futuro. Pero, por otra parte, a poco que nos detengamos a analizar nuestra realidad educativa, parecería que pretendemos ingresar a esa “sociedad del conocimiento” por la puerta trasera, simplemente, sin saber.

Nuestro país tiene una enorme deuda social en materia educativa. Solo la mitad de los alumnos que ingresan a la escuela primaria completan la educación media. En comparación con los países desarrollados, contamos en nuestra fuerza de trabajo con muy pocas personas con educación media completa y sólo un 10% con educación terciaria frente a un 38% en Suecia, por ejemplo.

Asimismo, entre nosotros se observan marcadas diferencias en lo que respecta a la distribución de la educación entre los diversos grupos sociales. Por ejemplo, el 80% de los jóvenes de las familias (del 20% de mayores ingresos) completa el nivel secundario, mientras que sólo lo hace el 27% de quienes provienen de familias que se encuentran en el 20% de menores ingresos.

Se observan marcadas diferencias en lo que respecta a la distribución de la educación entre los diversos grupos sociales.


Existe, además, una notoria y alarmante diferencia en la cantidad de jóvenes que completan la educación media en las diversas jurisdicciones argentinas.
En otras palabras, a pesar del hecho auspicioso de que en las últimas décadas se han incorporado a las escuelas muchos niños y jóvenes que antes no lo hacían, el país debería realizar un esfuerzo sostenido para mantener dentro de ellas a un mayor número de jóvenes con la finalidad de educarlos y no solo de que estén allí como alternativa de vagar por las calles.

Pero esto no nos debe hacer olvidar que no basta con incorporar alumnos al sistema educativo. Es nuestra obligación, además, proporcionarles más y mejores herramientas para desenvolverse en un mundo de complejidad creciente sin descuidar su entrenamiento en el dominio de las capacidades básicas: comprender lo que se lee, desarrollar cierta capacidad de abstracción, poder orientarse, aunque más no sea rudimentariamente, en el tiempo y el espacio históricos. Es que, además de contar con relativamente poca gente educada, la calidad de la formación de quienes reciben educación es bastante pobre.

Son por todos conocidas las falencias con las que nuestros niños y jóvenes abandonan la educación formal. Esto se aplica a aquellos privilegiados que logran completar los doce años de esa educación. Numerosas investigaciones muestran nuestro retraso con respecto a la calidad educativa. En este sentido, resultan muy ilustrativos los resultados del estudio PISA, patrocinado por la OCDE, una comparación internacional del rendimiento educativo de jóvenes escolarizados de 15 años que se realiza cada tres años en un gran número de países del mundo, en el que participa la Argentina desde el año 2000.

Del último estudio con datos disponibles que tuvo lugar en 2012 -el país no envió datos confiables en 2015-, surge que el 54% de nuestros jóvenes prácticamente carece de la capacidad de comprender lo que leen. Es preciso reiterar que se trata de jóvenes que están asistiendo a la escuela, ya que la investigación se efectúa en ese ámbito. El porcentaje equivalente en Finlandia es del 11% y en Corea del Sur del 8%.

Otro aspecto preocupante es la escasa cantidad de jóvenes con elevada capacidad de comprensión lectora: mientras que entre nosotros es del 0,5%, en Canadá o Australia se encuentra alrededor del 12 por ciento. Es decir que tampoco contamos con un grupo que demuestre altas capacidades como en otros países, lo que desvanece el mito de la existencia de pretendidos grupos de excelencia.

Solo cuando logremos advertir que esta crisis nos afecta a cada uno de nosotros, podremos comenzar a saldar nuestra deuda educativa.


Similares deficiencias se advierten, en lo que respecta a los conocimientos en ciencia y en matemática, cruciales por otra parte para la genuina “sociedad del conocimiento”. Así, por ejemplo, mientras que en la Argentina el 66% de los jóvenes posee muy escasos conocimientos de matemática, en Canadá, Corea del Sur o Japón, se encuentra en una situación similar alrededor del 10% de los jóvenes.

Los datos consignados bastan para extraer una conclusión esencial: la Argentina cuenta hoy con relativamente poca gente educada; registra una intolerable desigualdad en lo que respecta a la distribución de la educación e inclusive quienes han accedido a ella exhiben un nivel de conocimientos y habilidades tan bajo, en comparación con los de la mayoría de sus pares en el mundo desarrollado al que pretendemos ingresar, que debería constituir un motivo de seria preocupación. Varios países de América latina, también en situación crítica, comienzan a superarnos.

Simultáneamente, la mayoría de los padres argentinos piensa que nuestra educación atraviesa una situación crítica, aunque alrededor del 70% de ellos califica como buena o muy buena la enseñanza que reciben sus propios hijos.

En la medida en que los padres y el conjunto de la sociedad carezcan de la real percepción de que están afectados por esta crisis y del esfuerzo que requiere ayudar a construir una persona, el problema no se resolverá. Es preciso orientar la demanda de las familias, volver a reflexionar y a hablar sobre estos temas. Las medidas para corregir esta situación dependen de que los protagonistas asuman con seriedad este diagnóstico. Si los padres exigieran otras cosas de la escuela, al menos quienes están en condiciones socioculturales de hacerlo, la experiencia escolar de los que no tienen esa fortuna también sería muy diferente. Solo cuando logremos advertir que esta crisis nos afecta a cada uno de nosotros, podremos comenzar a saldar nuestra deuda educativa.