El rol del Ministerio de Educación e Innovación porteño ante las deudas pendientes en la educación argentina
Una de las deudas pendientes en la Educación argentina1 es la pertinencia de sus prácticas. Es una educación que, desde el principio de los tiempos, ha sido la principal promotora del desarrollo del individuo y de la sociedad (no por nada Belgrano, en una Argentina naciente, exponía la necesidad de organizar el sistema educativo argentino para "echar los fundamentos de su prosperidad perpetua"2 ). Dicha “deuda” comienza a surgir cuando el sistema educativo empieza a quedar desfasado con los cambios sociales3 y a perder capacidad para promover el desarrollo de los individuos y de la sociedad. El siguiente texto de Inés Aguerrondo (2009) da muestras de que la pertinencia de la educación es una de las grandes faltas:
“Una de las razones de las crisis no resueltas de la educación es que nuestros sistemas –y la gran mayoría de las reformas educativas que se proponen– están todavía basados en un modelo de conocimiento que ya no es pertinente, un conocimiento obsoleto, un modelo de conocimiento que se corresponde con el momento en que se generaron los sistemas educativos, pero que no ha podido mutar hacia las nuevas definiciones”4.
Este déficit en el contexto actual, que se encuentra signado por las tecnologías digitales, proporciona, entre otras cosas, una circulación de información inmensurable que produce transformaciones en nuestros hábitos cotidianos y en las dinámicas sociales. Al mismo tiempo genera un presente que exhibe cambios constantes y complejidad creciente, de tal forma que las necesidades futuras se vuelven impredecibles, ocasionando que lo contemporáneo se vuelva efímero. Es por ello que las exigencias de formación requeridas para la actualidad se renuevan con mayor celeridad y la pertinencia de la misma se ve cuestionada periódicamente, ocasionando que sea mayor el desfase entre educación y sociedad.
La deuda comienza a surgir cuando el sistema educativo empieza a quedar desfasado con los cambios sociales.
Por estas razones debemos trabajar (y trabajamos) para tener una educación que incorpore las problemáticas propias de los nuevos escenarios sociales y culturales, las subjetividades de quienes aprenden, y las nuevas tecnologías como herramientas de enseñanza, y sobre todo con una escuela que trabaje con las nuevas fuentes de saber.
No es casualidad que desde el Ministerio de Educación e Innovación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires estemos trabajando para un sistema educativo que forme a sus estudiantes por medio de las competencias5. Esto significa ir más allá de la adquisición de un conocimiento. Implica tanto un saber como una habilidad. Significa la posesión de recursos, la toma de decisiones y la concreta movilización de esos recursos para que el estudiante pueda actuar sobre su realidad.
Es en la implementación de la Secundaria del Futuro que se introducen innovaciones en las modalidades de enseñanza, generando una escuela secundaria que se adapte a los nuevos formatos de los procesos de enseñanza y de aprendizaje, y a las nuevas tecnologías, con lo que le permiten estar en consonancia con las vivencias propias del siglo XXI. Y asimismo con pedagogías que se apropien de las lógicas de su contexto, que se adecuen a los procesos formativos más allá del aula, de tal modo que sea posible fomentar la creatividad y la capacidad innovadora en los jóvenes.
En esta modalidad de la secundaria, se promueven dinámicas de trabajo donde se motiva a los estudiantes, se los provoca, se los desafía, y fundamentalmente se los posiciona en un rol protagónico, promoviendo el aprendizaje autónomo, enseñando a los estudiantes a investigar y a adquirir sentido crítico que los prepare para la toma de decisiones.
El actor clave para que se produzca la mejora es el docente y su formación es la clave.
Al igual que todo cambio en educación, el actor clave (no el único) para que se produzca la mejora es el docente y su formación es la clave, pues ésta es “uno de los principales retos y desafíos que enfrentan las políticas educativas y su mejoramiento es fundamental para la calidad de los sistemas educativos”6.
Entonces, con la relevancia que tiene el docente en los procesos de aprendizaje de los alumnos, se debe introducir cambios en su formación para responder ante los requisitos educativos de los ciudadanos del siglo XXI. Es necesario un sistema de formación docente inicial, con un modelo pedagógico acorde con los requisitos formativos actuales, en el que el docente debe estar preparado para abandonar la transmisión lineal del conocimiento7 y cuente con las herramientas para favorecer en el estudiante el desarrollo de competencias y habilidades socioemocionales.
Por ello, orientando estas políticas educativas y sumando al proyecto para una evaluación del sistema, debido a que ésta es contenedora de “un enorme potencial como herramienta para promover y sostener el cambio en la educación, en la medida en que se la utilice bien”8 , se está trabajando para saldar una de “las deudas de la educación Argentina“. Estas acciones nos tienen que permitir tener un sistema educativo que incorpore las vivencias contemporáneas, que conviva con lo “desconocido”, con la novedad constante, y logre formar a los estudiantes con las competencias necesarias para que se puedan desarrollar ante esta realidad; pero, principalmente, educarlos para que tengan las competencias para generar y conducir los cambios pertinentes para una sociedad más justa, equitativa e inclusiva. Una educación en la que las innovaciones sociales no les sean un problema, sino una posibilidad.