Algo anda mal cuando la gente paga por lo que tiene gratis

El gran fenómeno educacional argentino, legitimado desde hace 60 años, pero particularmente consolidado en los años 2000, es la privatización de la educación: la cantidad de alumnos en ese sector aumenta en términos absolutos y también en relación con los que van a escuelas públicas. En este caso, el dato es escalofriante: en los últimos 15 años, las escuelas primarias públicas argentinas perdieron el 13% de sus alumnos; es decir, decreció su número en términos absolutos.

No es que esto deje de ser razonable en una sociedad capitalista, pero, en muchos países muy desarrollados, esta privatización sencillamente no existe. Y en la Argentina sabemos que algo anda mal cuando la gente paga por lo que tiene gratis.

Cuando los sectores medios y medios bajos de la Argentina optan por la escuela privada evidencian la existencia de un proceso de percepción del deterioro de la educación pública muy importante y esto se ve en las cifras antes reseñadas. Algunas investigaciones también muestran que estos sectores suelen percibir como una “condena” el no tener los recursos para mandar a sus hijos a una escuela privada.

Cuando los sectores medios y medios bajos de la Argentina optan por la escuela privada evidencian una percepción de deterioro.


En este sentido, se observa una situación de la que nuestros gobernantes no toman debida nota. ¿Algún sector político, acaso, reivindica este proceso privatizador? Tal vez sea un logro de la política educativa y haya alguien que piense que es positivo. Pero ese debate está absolutamente ausente.

¿Cuáles son los efectos de esta política de privatización educativa desarrollada durante tantas décadas? Uno de los principales es el proceso de segregación socio-económica, que es la principal grieta que desune a los argentinos. Los chicos pobres se educan con los pobres, los de clase media con los suyos y los de clase alta con los que tienen más dinero. Llegamos al extremo de que un niño de clase media nunca vio en su vida a uno pobre, hasta que llega a los 18 años y sale a la calle, y viceversa. ¿Qué puede salir bien de eso? Más bien se trata de una bomba de tiempo, puesto que la idea de una cohesión social basada en el concepto de convivir con otros está cada vez más lejos.

Los chicos pobres se educan con los pobres, los de clase media con los suyos y los de clase alta con los que tienen más dinero.


Por eso, al contrario de las políticas educativas impuestas en los 2000, debemos apostar a una escuela pública renovada y fortalecida, que tenga esa capacidad de integración para todos. Es muy difícil, pero hay que planteárselo y nadie lo ha hecho hasta ahora: ni el plan quinquenal de 2012 del kirchnerismo, ni la Declaración de Purmamarca de Cambiemos de 2016. No hay entre nosotros un diagnóstico acerca de que la privatización de la educación es un problema, no porque esté mal la escuela privada, sino porque los padres mandan a sus hijos a esos colegios porque creen que la pública está mal.

Que la clase media vuelva a las escuelas públicas es un objetivo al que deberíamos apuntar. Nos beneficiaríamos todos. El camino es construir una educación pública renovada: si para algo sirve la vieja escuela pública en épocas digitales, de aprendizaje ubicuo y de inteligencia artificial, es para aprender juntos.

Aprender a sumar fracciones con distinto denominador se puede hacer en cualquier lado, incluso por medio de un tutorial de YouTube. Aprenderlo con otros diferentes pero iguales sólo se hace en una escuela pública.