El presente y los desafíos que enfrenta la salud mental

Una afirmación evidente desde lo sanitario es que, ante una pandemia ocasionada por un agente altamente contagioso como el Sars-Cov-2, y en ausencia de un tratamiento específico y de una vacuna, el aislamiento sanitario -cuarentena, ASPO, confinamiento- es la medida más adecuada a implementar por los funcionarios responsables de la salud.

 

Hasta aquí no existe discusión alguna. Tan cierto es esto que, en los países en los que esta medida no fue aplicada, o se la implementó tardíamente, el resultado ha sido desastroso.

 

A partir de este punto, comienza la discusión acerca de qué tipo de cuarentena, qué duración, cómo ir saliendo de ella, qué variaciones son las más convenientes en diferentes regiones del país, cuáles son los parámetros a tener en cuenta, etc. La controversia se fue acentuando hasta determinar dos extremos que en nuestra opinión son posturas equivocadas: de un lado, quienes se posicionan “en contra de” la cuarentena, y del otro quienes afirman que no tiene efectos nocivos sobre la salud mental de la población.

 

Una visión más equilibrada sería sostener el aislamiento como una medida de protección -la más trascendente dadas las circunstancias- y a la vez reconocer que, si bien nos protege, también nos perjudica en más de un sentido. Precisamente esta es la característica de los contextos dilemáticos: no existen soluciones enteramente satisfactorias.

 

La repercusión del confinamiento en la salud mental es variable y depende del tipo de personalidad, de la clase social (con vivienda, sin vivienda; con seguro de salud, sin seguro de salud; con sueldo o sin él, etc.), de las patologías previas, de la biografía y las experiencias de vida, y muchos factores más. Es imposible generalizar.

 

El fóbico se va a sentir protegido en cuarentena; pero la gran mayoría de la gente experimentará sentimientos de frustración, de ansiedad, de dolorosa incertidumbre, que en ningún modo debemos patologizar, sino considerar como reacciones normales.

 

Por último, hemos podido constatar que en general los individuos con trastornos más graves han reaccionado de un modo sorprendentemente adaptativo. Pero todas estas observaciones clínicas deberán contrastarse y estudiarse de modo sistemático para comprender mejor cómo atravesamos la pandemia desde la salud mental.

 

El aislamiento sanitario es la medida más adecuada a implementar por los funcionarios responsables de la salud.

 

Por otra parte, una de las serias fallas de nuestro sistema sanitario es que no disponemos de relevamientos epidemiológicos sistemáticos en nuestro país. Sin números y sin indicadores es imposible conocer la realidad y luego planificar para mejorarla.

 

Además, por otro lado, en estos meses de crisis sanitaria, casi toda la atención de la salud se limitó al Coronavirus, con excepción de algunas urgencias.

 

Sabemos que el aislamiento sanitario se ha constituido como oportunidad para el incremento de patologías de consumo, de violencia familiar, de violencia por cuestiones de género, de automedicación, etc. No todas estas situaciones derivan en una consulta.

 

Se han implementado teléfonos de ayuda en Salud Mental en todas las jurisdicciones del país. Es aún muy pronto para hacer un análisis de los principales motivos de consulta. En un segundo momento habrá que determinar qué proporción de esos llamados se debió a consultas por patologías previas, cuántos, a consultas por episodios de ansiedad derivados de la cuarentena, y cuántos fueron por motivos exclusivamente sociales.

 

El único estudio epidemiológico serio hecho en la Argentina en el área de Salud Mental se hizo en el año 2015. Participaron la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA), La Facultad de Medicina de la UBA, el Ministerio de Salud y la Universidad de Harvard (USA).

 

De este estudio, que recomendamos consultar, surge que uno de cada tres argentinos mayores de 18 años presentará un trastorno de salud mental en algún momento de su vida, y que las tasas de depresión y ansiedad son considerables. Suponemos que estos números se verán modificados con la crisis sanitaria actual.

 

Asimismo, quiero reiterar un concepto importante: no todos los sentimientos y sensaciones experimentados durante la cuarentena son patológicos. Más aún, la gran mayoría de ellos pueden ser interpretados como reacciones normales frente a situaciones que razonablemente generan ansiedad y angustia.

 

Por otro lado, también es importante señalar que el sufrimiento que produce el estrés social derivado de la inequidad (desempleo, marginación, violencia) no debe ser considerado patológico. No es lo mismo sufrimiento psíquico que patología mental. La injusticia social produce sufrimiento psíquico, pero ello no debe ser considerado como una patología del individuo -aunque tal vez sí como una patología social, si se me permite la expresión-.

 

No todos los sentimientos y sensaciones experimentados durante la cuarentena son patológicos.

 

Con respecto a la patología mental propiamente dicha, es probable que la crisis sanitaria esté generando cambios tanto en la intensidad de los síntomas como en el número de afectados. No contamos con instrumentos de medicación como para expedirnos. A partir de comentarios clínicos de colegas y de la observación propia, hemos advertido que nuestros pacientes con trastornos psicóticos no han tenido descompensaciones importantes, mientras que sí las han tenido las personas con trastornos de la personalidad. Esto habrá que estudiarlo y teorizarlo en un futuro no lejano, cuando la crisis sanitaria sea superada.

 

¿Cómo será la reacción de la gente cuando comience una “nueva normalidad”? La pregunta es interesante en varios sentidos. Primero, porque todos quisiéramos poder dar una respuesta a esa inquietud. Segundo, porque revela un pedido que recibimos los médicos con mucha frecuencia y que no podemos satisfacer: la anticipación del futuro.

 

Por cierto, los economistas están en el mismo problema que nosotros los médicos: se les pide todo el tiempo que informen cómo van a ser las cosas en un mes, un año, diez años.

 

La pandemia actual, tal como se presentó, es verdaderamente inédita. Hemos tenido pandemias en nuestro pasado, pero jamás en la era digital, en un mundo hiperconectado, sobreinformado y, a la vez, desinformado.

 

¿Habrá consecuencias mentales postpandemia? Creemos que sí las habrá. Más aún, sería necio pensar que luego de semejante acontecimiento mundial la gente saliera de sus casas y regresara a sus vidas como si nada hubiese pasado.

 

Es muy probable que haya un aumento en las consultas en Salud Mental. ¿Qué nos lleva a afirmar esto? La experiencia surgida de situaciones de catástrofe en el pasado (catástrofes naturales, guerras, grandes migraciones por motivos políticos, etc.). Es muy probable que se muevan los indicadores de salud y de salud mental poblacional en el sentido de un empeoramiento, tal como sucedió en la Ciudad de Buenos Aires tras la gran crisis de 2001-2002. También hay un número importante de patologías crónicas (mentales y no mentales) que dejaron de atenderse durante la pandemia, y es probable que el futuro cercano nos muestre un aumento de muertes por cardiopatías, por ejemplo, muertes que en otro contexto podrían haber sido prevenidas.

 

Podremos responder mejor a esta interesante pregunta a posteriori, en retrospectiva, cuando la pandemia sea superada.