Apuntes sobre la nueva normalidad

¿Cómo pasamos de una normalidad prepandémica a otra postpandémica? ¿Cuáles pueden ser las implicancias de esta transformación en nuestros lazos sociales y nuestras formas de afectividad? ¿De qué manera va a continuar la cotidianeidad de nuestras vidas?

 

En la situación en la que aún nos encontramos, atravesando uno de los momentos más críticos de esta pandemia, tal parece que intentamos encontrar sosiego en la búsqueda de previsibilidad.

 

Ante un paisaje que puede infundir temores de distinto tipo, en un escenario de incertidumbre, la misma idea de una “nueva normalidad” promete al menos que ya se avizora una cierta tierra firme en el horizonte.

 

Pero quizás debamos hacer algo más importante que apresurarnos a trazar un mapa de las características de nuestro futuro próximo. Es posible que, en lugar de pensar cómo vamos a poder adaptarnos a procesos que nos exceden, este interregno nos permita poner en tela de juicio qué es lo que involucra aquello que denominamos “normalidad”.

 

La idea de una “nueva normalidad” promete, al menos, que ya se avizora una cierta tierra firme en el horizonte.

 

Michel Foucault dedicó una parte importante de su obra a pensar cómo se constituye en la modernidad lo que denominó una “sociedad de normalización” y qué técnicas están involucradas en ella. Pero fue otro filósofo francés, seguramente menos conocido, quien ya estaba pensando en torno a este concepto y sus lazos con la medicina y la educación.

 

Georges Canguilhem publicó en 1966 una obra titulada Lo normal y lo patológico. Allí afirmó que “una norma extrae su sentido, su función y su valor del hecho de la existencia fuera de ella de aquello que no responde a la exigencia que ella atiende. Lo normal no es un concepto estático o pacífico, sino un concepto dinámico y polémico”.

 

Esta descripción ya indica algunas diferencias respecto a cómo veníamos pensando. Lejos de ser simplemente un período de paz o de estabilidad que termina con un momento de incertidumbre, la “normalidad” implica una disputa permanente con otras normas que le son extrañas y con lo que se mantiene fuera de ella o en sus márgenes, resistiéndose o siendo ignorado. Hay todo un campo de “anormalidad” resultado de cualquier forma de normalidad que se imponga en una situación determinada.

 

Entonces, en lugar de pensar que estamos simplemente pasando de un tipo de normalidad cuya forma es A hacia otro tipo de normalidad cuya forma es B, tenemos que tener en cuenta que estas transformaciones implican desplazamientos en los tipos de discursos, saberes y autoridades que designan qué es y qué no es normal, así como en los grados y profundizaciones de los procesos de normalización y en las técnicas asociadas a ellos.

 

Por eso, un análisis de ninguna manera puede quedarse en el nivel de establecer una lista de acciones y comportamientos que antes de la pandemia estaban permitidos y eran esperados (abrazarse y besarse en el encuentro con los otros, higienizarse con menos regularidad, etc), y ahora, al contrario, se espera que no se realicen y que se cambie por otra lista de acciones y comportamientos.

 

Lo que se está transformando es el modo en que percibimos qué es riesgoso y qué no lo es.

 

Lo que se está transformando es el modo en que percibimos qué es riesgoso y qué no lo es, así como desde qué formas de comprensión leemos y producimos la realidad de la que participamos.

 

En este sentido tenemos que prestar especial atención al avance de los saberes y las técnicas de tipo biomédico que, en combinación con las ciencias de datos, articulan una biopolítica: un modo de administración de las poblaciones como conjuntos de seres vivos. No se trata de ser alarmistas ni desprevenidos, sino de preguntarnos qué es lo que está en nuestras manos a la hora de normalizar prácticas, hábitos, y principios, a partir de los cuales se toman decisiones éticas, económicas y políticas.

 

Vivir no es, ante todo, la capacidad para adaptarse a nuevas normas, sino la capacidad de disputarlas, recrearlas, apartarse de ellas o transformarlas. El ámbito en el que vivimos junto a otros no está simplemente dado, salvo que querramos hacer de la “nueva normalidad” una profecía autorrealizadora. Eso incluye también la pregunta por quién es ese “nosotros” al que nos estamos refiriendo desde un comienzo, que de ninguna manera es natural, sino que se constituye en torno a cierta concepción de lo normal.

 

¿Cuáles son las vidas que decidiremos proteger y de qué manera? ¿Qué importancia le damos a los duelos, a los rituales y a las temporalidades que no se acomodan a los ritmos productivos que se proponen? ¿Cómo juegan entre sí los distintos conceptos de salud presentes en nuestras comunidades? ¿Cuál es el precio que estaremos dispuestos a pagar por vivir seguros frente a las amenazas de distinto tipo que aparecerán? ¿Qué capacidad tendremos para repensar algunos supuestos que hacen a las libertades individuales? ¿Qué tipo de demandas haremos a la tecnomedicina en relación con nuestra esperanza de vida? Ninguna de estas preguntas, así como muchas otras que hacen a nuestro futuro, está respondida de antemano.