La telemedicina en tiempos de COVID-19

La telemedicina, de acuerdo con la definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS) (“Suministro de servicios de atención sanitaria en los que la distancia constituye un factor crítico, apelando a tecnologías de la información y de la comunicación”), es una herramienta que se utiliza desde el momento en que se desarrollaron los primeros sistemas de comunicación.

 

Así, la telegrafía, la telefonía, la radio, la televisión y la Web fueron encontrando, al igual que otras tecnologías, infinidad de aplicaciones para mejorar los distintos momentos de la práctica médico-asistencial: el diagnóstico, la terapéutica y la educación médica han incorporado progresivamente las distintas herramientas informáticas y de comunicación para hacerla más eficiente y de mayor alcance.

 

Tal vez, el principal hecho disruptivo de los últimos años haya sido el uso de los sistemas de video en la comunicación médica entre profesionales y pacientes, y entre colegas. La clásica relación médico-paciente de proximidad y presencia se vio afectada por esta nueva modalidad de comunicación y, como sucede en casi todos los fenómenos innovadores, se instaló la división entre impulsores y detractores.

 

Y en medio de esa discusión, arribamos al año 2020 donde, de manera abrupta y sin decir agua va, apareció la crisis sanitaria más importante de los últimos 100 años, y la telemedicina apareció como una solución ante el escenario de distanciamiento físico y confinamiento.

 

Tal vez, el principal hecho disruptivo de los últimos años haya sido el uso de los sistemas de video en la comunicación médica.

 

La atención médica a distancia junto al teletrabajo y la gestión digital fueron los tres grandes paradigmas que se extendieron por todas las empresas de salud, pero su velocidad casi vertiginosa de instalación no está exenta de fallos que deberíamos discutir y resolver en caso de que se mantengan una vez superada la pandemia.

 

En primer lugar, debemos conocer los beneficios que aportó la telemedicina. Accesibilidad: más que la distancia, según la definición de la OMS, el factor crítico es el acceso a la salud y ha quedado demostrado en esta pandemia, ya que muchas más personas pudieron ser atendidas en tiempo real. Agilidad: no solo más gente sino en forma más rápida. Ubicuidad: la telemedicina permitió llegar a todos los lugares que tengan acceso a la Web, ya sea mediante Wifi o datos celulares. Sustentabilidad: su aporte al cuidado del medio ambiente, reduciendo la emisión de CO2 por menor consumo de combustible está comprobado. Costo-efectividad: redujo gastos de traslado y de uso de equipos de protección.

 

Del mismo modo, es importante identificar los riesgos para evitar poner a los pacientes y a los profesionales en situaciones de peligro. Lo primero que hay que determinar es si la videoconsulta califica desde el punto de vista médico o si requiere la presencia del profesional bedside.

 

Es muy importante el proceso de triage previo y, del mismo modo, el consentimiento informado del paciente para ser asistido por esta modalidad. La atención médica entendida como un proceso y no como un acto puede complementar acciones presenciales y virtuales de manera indistinta de acuerdo con  las características de cada momento.

 

Así, es posible que una consulta se inicie de manera digital por ser más rápida y continuar en forma presencial o, a la inversa, puede comenzar en el consultorio donde se puede empatizar y realizar el correcto examen físico y continuar por video consultas subsiguientes.

 

La telemedicina apareció como una solución ante el escenario de distanciamiento físico y confinamiento.

 

Otro elemento a tener presente tiene que ver con los derechos del paciente a resguardar su intimidad y la confidencialidad de lo que allí se dice. Los sistemas de comunicación corriente no fueron diseñados para la práctica médica; por lo tanto pueden presentar distintos grados de vulnerabilidad.

 

Es importante conocer los estándares de calidad y seguridad que presentan las distintas plataformas de videoatención. Por último, y no menor, profesionales y pacientes deben conocer y saber las limitaciones que la telemedicina tiene respecto de la imposibilidad de interacción física e instrumental, la dependencia de una correcta y extendida conectividad y la dificultad que puede ocurrir por distintas regulaciones regionales en un país federal como el nuestro.

 

Creo que la pandemia de COVID-19 aceleró la instalación de la telemedicina en el mundo. Sin duda, es una práctica que, como otras, vino para quedarse, pero tanto los Estados, las autoridades de aplicación y las entidades de salud debemos trabajar en conjunto para maximizar los beneficios y reducir los riesgos.

 

El primer límite que debemos considerar es el que marca la bioética. Desde allí, y como ocurre con el resto de las prácticas médicas,  se comprenderá cuándo se podrá realizar videoasistencia en forma segura y cuándo, no, y seguiremos instando desde ACTRA a las sociedades científicas  de cada especialidad a trabajar en la definición de las buenas prácticas de telemedicina porque consideramos la prestación médica como una tríada conformada por: el profesional que aporta ciencia y arte, la herramienta que brinda tecnología en escala y el proceso determinado por las buenas prácticas.