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Cultura - Resultados Concursos 2005

Literatura - Cuento matriculados - 2° Premio
El otro, los otros
Por el Dr. Norberto Domingo Ezeiza
Se estaba despertando, todavía algo adormilado por los efectos del alcohol y de la comida de la noche anterior, cuando, casi de improviso, recordó algo que le había ocurrido antes de irse de la fiesta.

Había ido al baño a refrescarse un poco. Era un baño grande con mesadas empotradas en paredes opuestas, rematadas por grandes espejos a todo lo alto y largo de las mismas. Se lavó la cara con abundante agua fría, lo que lo hizo sentir mejor. Al levantar la vista, vio su imagen reflejada al infinito, de frente pero también de espaldas, por efecto del juego de los espejos opuestos. Había sido una visión sorprendente verse multiplicado en una larga fila india alternada de frente y de espalda, todas las figuras haciendo los mismos movimientos con la cabeza y los brazos como si se tratara de un ballet absolutamente sincrónico. Se entretuvo un rato jugando con esas figuras múltiples y obedientes. Sin embargo, creía recordar algo que lo perturbó y que aun en ese momento le producía un desagradable malestar no exento de curiosidad: por un instante le había parecido que algunas figuras no hacían lo mismo que las demás; movían la cabeza hacia el otro lado o levantaban el brazo opuesto al que él movía. No podía ser. No. Eso era una alucinación producto del alcohol. Se había excedido con las comidas y las bebidas y estaba confundiendo la realidad con fantasías.


Ahora estaba despierto, con un fuerte dolor de cabeza pero, al parecer, lúcido. Solamente su mente embriagada pudo producirle la alucinación de ver movimientos independientes de los suyos en las cientos de imágenes de los espejos.


Va a su baño, se mira en el espejo un tanto desconfiado pero, excepto por su rostro barbudo y de aspecto cansado, no ve nada anormal en la imagen reflejada.


Se afeita, se ducha y se viste para salir. Será bueno tomar un poco de aire fresco y caminar.

Al pasar al lado de una ventana, descorre un tanto las cortinas para ver la calle y el tiempo. Mira distraídamente a la gente que transita por las aceras y, de pronto, algo inexplicable le hace retroceder desconcertado: las personas se parecen extremadamente entre sí. Con aprensión, vuelve a mirar; ahora más detenidamente a unos y a otros, todos tienen los mismos rasgos, la misma figura y le recuerdan a alguien muy conocido para él y tanto… ¡como que es él mismo!


¡No puede ser! … Seguramente todavía está embotado por la resaca de la noche anterior. Eso es todo. Sin embargo, el hecho de que con la gente de la calle le ocurra una situación similar a la de los espejos ya es demasiado. Bajará, saldrá a la calle y se tomará un buen café bien cargado. Además el aire fresco lo despejará y podrá comprobar que todo lo que creyó ver era pura imaginación suya.


Algo ansioso sale a la calle, mira primero al cielo -pretextándose un interés por el clima para no ver enseguida a los que pasan- y luego, cautelosamente, baja su mirada hacia la gente. Todos, absolutamente todos son iguales a él, pero nadie parece notarlo.


Camina entonces entre la gente esperando que alguien lo mire con curiosidad y le pregunte alguna cosa ya que el parecido con los otros es tan obvio que debería motivarlos a averiguar quién es él. Pero en cambio, pasan indiferentes a su lado. Parecen no ver nada extraño ya que, después de todo él es uno más en la multitud de seres idénticos. ¿A quién podría llamarle la atención uno más?


Al llegar a un kiosco de diarios, se dirige al diarero –que es una réplica suya- y lo mira a los ojos esperando alguna reacción de sorpresa en el hombre. Pero no pasa nada; le entrega el diario y sigue en lo suyo.


Desconcertado, pensando que todavía está medio ebrio, entra en un café, se sienta a una mesa y mira en derredor: todos, mozos y clientela son iguales a él. Un mozo se le acerca y con naturalidad le pregunta qué va a tomar. El lo mira –se diría que se mira- esperando alguna reacción. El mozo insiste. Entonces él pide un café doble y se queda sin saber qué hacer. Todos son él mismo pero no parecen notarlo.


Cuando el mozo le trae el café se anima un poco y le dice que le recuerda a un pariente suyo, que a lo mejor resulta que ambos son parientes. “¿Y porqué me lo dice?”, le responde el mozo. “Por el parecido que tenemos entre Ud. y yo” le contestó él. El mozo lo mira extrañado y le responde: “Ud. perdone pero yo no veo ningún parecido, es más somos completamente diferentes. No sé de dónde saca esa idea pero le aseguro que no es así.”. Diciendo esto se disculpa y se va. El no se animó a insistir para que no lo creyera loco.


Sin saber qué hacer, abre el diario que había comprado un rato antes y con sorpresa ve que en las fotos todas las personas son iguales a él. Se restrega los ojos y vuelve a mirar hojeando todo el diario para confirmar lo que había visto. Era demasiado. Cierra el diario, se bebe el café de un sorbo, paga y sale a la calle.


Camina varias cuadras como un sonámbulo, tratando de no mirar a nadie porque no resiste más verse repetido en uno y cada uno de los que se cruzan con él. No era la primera vez que había bebido de más pero, aparte de la resaca usual del día siguiente nunca había tenido alucinaciones y menos aún una pesadilla semejante. Le parecía como que las imágenes de los espejos se hubieran escapado y anduvieran ahora diseminadas por el mundo. Paradójicamente, se siente muy solo. ¿Es que no hay otras personas? ¿Todos son él mismo? ¿Dónde están los otros? ¿O no hay otros? ...

Dudando de su cordura, deambula un buen rato sumido en esas cavilaciones, hasta que, cansado, sus propios pasos lo llevan de vuelta a su casa.


¡Qué alivio! Refugiado entre las cuatro paredes de su casa se siente protegido. Se deja caer en un sofá y procura dormir para huir de esta pesadilla que lo está volviendo loco. Pero no puede. Las imágenes están ahora en su cabeza. Se levanta Va hacia el dormitorio con intención de acostarse y en el camino se topa otra vez con su imagen reflejada en el espejo vertical del vestidor. No sin cierta aprensión se mira. Se ve horrible, pero es él. Cree adivinar en la imagen una cierta sonrisa irónica pero que él no siente en su propio rostro. Entonces decide hacer un movimiento cualquiera para probarla, pero la imagen no lo acompaña. Se queda estática como si se tratara de una pintura o de un retrato.


De pronto, la imagen especular se mueve, sale del espejo, avanza hacia él, pero pasa de largo sin siquiera mirarlo. Sin poder dar crédito a lo que está viendo, se hace a un lado y le grita:
-¿Adónde vas?. ¡Esto es absurdo! ¡Volvé a tu sitio! ¡No podés, ni debés salir del espejo!.
Su imagen pasa ignorándolo y se dirige a la puerta como para irse.
-¿No me oís?. ¡No podés irte! Sin mi no existís. No sos más que mi réplica, fea, pero eso y nada más.
Al oir eso la imagen se detiene, vuelve sobre sus pasos y plantándose frente a él le dice:
-¿Estás seguro?- Fijate bien, porque no somos siquiera iguales.
-¿Cómo?- le pregunta él sin tomar conciencia de que está hablándole a una imagen que, por otra parte, es la suya.
-Levantá el brazo derecho- le dice la imagen –Eso es. ¿Cuál levanté yo?
-El mismo.
-No. Te equivocás. Yo levanté el izquierdo. Y el lunar de la frente ¿de qué lado lo tenés?
Se toca la frente, confundido, piensa un instante y le responde:
-A la izquierda... Lo tengo a la izquierda, como necesariamente lo tenés que tener vos que sos mi exacta réplica.
-Pues no, yo lo tengo a la derecha. De modo que ya ves: No soy tu “exacta réplica” y por lo tanto no te pertenezco. Adiós. Y diciendo esto, la imagen se aleja hacia la puerta de calle, la abre y se va inequívocamente a unirse a las otras de afuera. Se ha ido.


¿Cómo puede ser? ¿Cómo pudo haber perdido su imagen? Para tranquilizarse se recuesta un poco en su cama. Recapitula lo sucedido desde la noche anterior. El dolor de cabeza no se le va y la angustia le aumenta. Debe hacer algo. Pero ¿qué? Bueno, para empezar, no mirarse en los espejos o taparlos, pero lo descarta enseguida ya que de todas maneras su imagen había desaparecido. ¡La vio irse de su casa! Siente que ha perdido el ánima, su otro yo, en fin algo que no podía definir con precisión pero sentía que sin eso no podía vivir. Se sienta en la cama y toma una decisión: saldrá a tratar de recuperarla. ¿Por dónde empezar?. Bien, si se había ido a la calle, empezaría por allí.

Sabe que no va a ser fácil encontrar su imagen en medio de cientos de seres iguales a él, pero lo intentaría. Al cabo de media hora de deambular sin éxito, se siente frustrado. ¿Cómo haría para distinguir a su propia imagen entre una multitud donde todos son iguales entre sí? Analiza el problema: en primer lugar su imagen salió de su casa con ropas iguales a las de él. En segundo lugar, el lunar sería otra señal y en tercer lugar, habría en su mirada una cierta familiaridad o complicidad, algo como un conocerse de toda la vida.

Luego de estas conclusiones, decide continuar la búsqueda y para empezar se dirige al café donde había estado esa mañana.


El lugar está atestado de dobles y no hay mesas disponibles. Mientras tanto, se dirige al baño. Sin pensarlo enfila hacia el lavatorio. Allí, en el espejo, ¡Oh sorpresa!, está su imagen como si lo estuviera esperando. Se detiene alelado. La ha encontrado pero no sabe qué puede esperar esta vez. ¿Habría vuelto la normalidad? ¿Tan fácil y tan pronto?. La imagen lo mira ahora con expresión muy seria. Evidentemente lo está observando y no se mueve. No, no está todo tan normal. Lo absurdo continúa.


Comienza a sentir un frío en los pies y en las manos que se le extiende lentamente al resto del cuerpo. Entonces, de una vez por todas, decide encarar a esa imagen que era la suya pero que no era la suya y le habló:
- Decime finalmente ¿quién diablos sos? ¡Contestáme!...
Y oye, o cree oir, una voz, la del espejo, que le dice:
- Soy tu imagen interior...
Decidido ahora a seguirle el juego continua el diálogo, disparatado, con el espejo.
-¿Cómo mi imagen interior, si yo la que muestro mi imagen exterior?
-Ésa es la que vos fantaseás, pero en realidad no sos así, ni los demás te ven así. Por eso no te gusta verte.
-¿Ah no? ¿Y cómo soy entonces?- le responde él desafiante.
-De muchas maneras y con muchas facetas.- le aclara la imagen con voz monótona pero segura.
-¿Cómo es eso?.¿Qué me pasó?. ¿Qué me está pasando?
-Te lo explicaré: Hoy tuviste un percance rarísimo a nivel inconsciente que liberó lo que normalmente lográs tener controlado, sobre todo lo que no querés ver de vos mismo.
-Pero vos no sos nada más que una imagen en el espejo...
-Al contrario: soy mucho más. Yo soy tu revés, lo que no se muestra, ni se quiere conocer. Hoy hubo un instante durante el cual se liberó tu inconsciente y ahora domina la situación.
-O sea que yo ya estoy loco...
-No del todo. Estás viendo tu imagen interior, tu revés sin disimulos, sin los adornos que en estado de vigilia te encargás de ponerle.
-¿Y qué hay de toda esa gente, esos rostros parecidos a mi, hombres y mujeres ¿Qué tienen que ver conmigo?
-Todo. Porque vos sos los otros y los otros son vos.
-Digamos que si. Pero, ¿y las mujeres?
-Reflejan lo mismo desde tu lado femenino.
-¡Basta! Estoy harto de tantos disparates y si sigo hablando con una imagen en el espejo me voy a volver loco sin ninguna duda... y todo por una simple borrachera. ¡No puede ser!
-Pero es, porque entraste en la zona gris entre lo consciente y lo inconsciente. No alcanzaste a cruzar ese punto y te quedaste ahí en el medio, en una zona neutra. No estás ni despierto ni dormido. Ni vivo, ni muerto. Estás en un espacio ínfimo entre las dos cosas, del cual es muy difícil, casi imposible salir porque, en realidad, ese espacio no existe. A menos que...
-¿A menos qué?...- pregunta ansioso.
-A menos que alguien te encontrara en este estado, se diera cuenta de lo que te pasa y supiera qué hacer en estas circunstancias, lo cual es altamente improbable.
-Pero entonces estoy perdido...
-Y... si... - le confirma por fin el espejo.
-Mirá muñeco ridículo- le responde él en el colmo de la desesperación- a mi una imagen en un espejo no me va a amedrentar. ¡Mirá cómo te hago añicos y te hago desaparecer, monigote sabio!


Y tomando una silla que había allí, la arroja con violencia contra el espejo el cual, ciertamente, se hice mil pedazos. El frío que siente ya le está invadiendo todo el cuerpo y sus manos se le están poniendo moradas.


Toda la imagen queda entonces fraccionada como si cada una de las facetas de su personalidad apareciera en un trozo de espejo.


Del montón de vidrios rotos extrae el pedazo más grande y se mira en él. Puede ver sus ojos, su nariz y su boca. Le parecen más feos vistos así, tal vez por estar despojados del resto del cuerpo. Arroja el pedazo al suelo y lo pisotea hasta hacerlo polvo.
Mira el marco vacío donde había estado el espejo con su imagen alterada. Ya no está más. Ha logrado destruirla.

Transpirando y tiritando al mismo tiempo, habiendo descargado su furia, se dirige aliviado al otro lavatorio para verse –ahora más confiado- en el otro espejo y recuperar así su imagen real y su equilibrio mental.


El espejo está allí como siempre, pero el reflejo de su figura no. Tampoco está el “monigote sabio”. El espejo del baño refleja el entorno del baño vacío y nada más.

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