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Cultura - Resultados Concursos 2006 |
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Literatura
- Cuento familiar - 2º Premio |
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Un mínimo escape
Por Donato, Teresa Clotilde |
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Julián estaba harto
de su jefe que lo trataba como a un felpudo, harto de su mujer que le recriminaba día a
día ser un don nadie, harto de su madre que no paraba de decirle yo te lo dije, yo
te lo previne, harto de su hijo adolescente que era el monumento al desgano, harto
de su casa que se parecía a una cárcel y harto de sus amigos que encima lo cargaban. Por
eso, esa noche llegó a su casa y sin detenerse siquiera a saludar, fue directo al
dormitorio, se metió en la cama y prendió la televisión, que también lo tenía harto.
Todo era cuestión de escuchar el murmullo de las voces, que como una música, lo
adormecerían. Quería escapar. Escapar de la realidad sumergiéndose en el sueño. Estaba
realmente cansado: había tenido un día difícil en donde las discusiones, malos tratos y
sarcasmos lo habían dejado a la altura de un poroto. No quería oír nada más. Sólo
dormir.
En la pantalla estaban pasando una tanda publicitaria. Lo último que vieron los ojos de
Julián, antes de entrar en un sueño profundo, fueron dos palabras en colores brillantes:
UMA TUBA.
Estas palabras quedaron encendidas en su inconsciente como un letrero luminoso: nombre
excitante de alguna ciudad tropical, con playas de arena blanca y mar tibio y sereno. Así
que comenzó a caminar para orientarse. No había un alma y por más que se internaba, Uma
Tuba parecía ser un lugar donde el hombre aún no había llegado. Respiró profundamente.
Cargó sus pulmones de ese aire vivificador, sin contaminar y exclamó: - ¡Al fin solo!
¡Libre!
Julián se miró y vio que estaba desnudo. Sentía el calor del sol en toda su piel. No
tenía nada en lo que reconociera signos de civilización: traje, corbata, zapatos,
llaves, reloj. Mejor, para qué necesitaba nada de eso si se sentía como un recién
nacido: la aventura de la vida lo esperaba. Libre y dispuesto a ser todo lo que antes no
había sido.
Se sentó a la orilla del mar y se gratificó con el agua cristalina y las caricias de las
olas tímidas. Después de un breve descanso, la curiosidad lo puso en movimiento: algo
tenía que haber en ese lugar paradisíaco.
En efecto, a lo lejos vislumbró unos arbustos y algo así como una choza. - ¡Ya me
parecía! se dijo. En un segundo pensemos que Julián no tenía reloj
estaba entre los arbustos y cauteloso, rodeó la choza que no tenía ventanas. Sólo una
frágil puerta de juncos parecía ser el único acceso. Por primera vez sintió vergüenza
de verse desnudo. ¿Qué encontraría adentro? ¿Alguien desnudo como él, tal vez una
mujer, viviendo en ese paraíso de Uma Tuba? Sería bueno. ¿Tal vez alguna alimaña o
simplemente nada? De todos modos esto no le importaba. Había dejado atrás las
computadoras, los teléfonos, el tránsito insoportable de los viernes a las siete, al
jefe histérico, los vencimientos y, sobre todo, a la insufrible de su mujer a la que
hacía veinte años que aguantaba estoicamente. Uma Tuba era la promesa de paz, de
placidez, que había estado deseando desde hacía tanto tiempo. ¿Qué importaba qué
había en la choza si aquel lugar era un paraíso? Con resolución empujó la puerta con
el pie... Un cartel luminoso lo encandiló.
UMA TUBA - en letras centelleantes, se ofrecía desde la pantalla invasora de la
televisión: - el mejor lugar para sus vacaciones si lo que usted quiere es disfrutar de
la vida a plenitud... |
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