La inflación
es un fenómeno vigente hoy en todo el mundo y en la Argentina es el principal problema.
Algunas figuras públicas han rechazado la idea de estar viviendo un proceso
inflacionario. Como un matiz, admiten que se trata de un fenómeno controlado y hasta
beneficioso. En las antípodas, no faltan quienes han planteado que estamos frente a un
proceso descontrolado con altos índices de aumentos de precios o, inclusive, con riesgo
de recaer en la hiperinflación.
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Autor:
Luis María Ponce de León
Economista |
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Los defensores del
modelo no advierten peligros con el alza de precios, ya que los principales elementos que
llevaron a la hiperinflación hoy no existen. Lejos del déficit fiscal financiado con
emisión, hoy tenemos un holgado superávit; la política monetaria está bajo control,
con un crecimiento de la base monetaria acorde con el proceso de crecimiento de la
economía, y el sector externo se mantiene con un favorable saldo en la balanza comercial,
sin mayores preocupaciones por el momento en la cuenta corriente del balance de pagos y
con un nivel inédito de reservas en el Banco Central.
Sin embargo, desde hace poco más de tres años tenemos un persistente incremento del
nivel general de precios y, lo que es más preocupante, una clara tendencia a su
aceleración. Al salir de la convertibilidad, como consecuencia de la devaluación, hubo
un primer período de fuerte reacomodamiento de los precios relativos, al que siguió un
lapso de relativa estabilidad, sustentado en que la alta desocupación mantenía
deprimidos los salarios y la escasa demanda no presionaba sobre los precios, mientras que
muchos de ellos en bienes y servicios se mantenían congelados por decisión política.
A partir de que la economía empieza a recuperarse y crecer, se inicia un nuevo período
de mejora en los precios relativos a favor de los bienes y servicios que habían quedado
más rezagados. Se plantea también la recuperación de los salarios, que se va a hacer
más ostensible con la convocatoria de las paritarias.
Así, ya desde hace muchos meses, consumidores y empresas padecen un claro
proceso inflacionario, en el que es muy importante la claridad del diagnóstico para saber
a qué nos enfrentamos. Coexisten varias razones que explican el comportamiento del alza
de los precios, cuya denominación sería: inflación de demanda, de costos,
importada, estructural y estacional, que se superponen y realimentan.
El crecimiento de la economía y diversas medidas que permitieron mejorar la situación de
los sectores de más bajos ingresos que alentaron el consumo, generaron un nivel de
demanda que convalidaron los mayores precios, al no haber simultáneamente un incremento
de la oferta de bienes ni una mejora en la productividad que los neutralice.
La recuperación salarial, el aumento de las materias primas y de los servicios que
componen los costos de las empresas, generaron traslados a los precios, manteniendo, y en
algunos casos disminuyendo, los márgenes de rentabilidad empresaria.
El alza de los precios de los commodities y la apreciación de las monedas de países
desde los cuales importamos productos euro y real, por ejemplo explican lo que
llamamos inflación importada, atenuada por medidas de gobierno, como las
retenciones, que apuntan a preservar el poder adquisitivo interno y, a la vez, mejorar la
situación fiscal.
La existencia de mercados cuasi monopólicos u oligopólicos permite que algunas empresas
establezcan precios que están evidentemente por encima de los que serían precios
surgidos de la competencia. Varios son los sectores que operan así, alimentando lo que
llamamos inflación estructural.
Además, las rigurosas condiciones climáticas del último invierno torpedearon la oferta
de productos de primera necesidad llevando los precios a valores inéditos, lo que
incidió sobre todo en los sectores de más bajos ingresos generando un efecto
"estacional".
Estos son los elementos básicos para un diagnóstico. Resulta obvio que, si hubiera
déficit fiscal, una política monetaria permisiva demasiado blanda y un tipo de cambio
retrasado y con escasas reservas en el Banco Central, estaríamos nuevamente al borde del
infierno.
La inflación es hoy un grave problema en el mundo, en el que los países desarrollados
están preocupados porque supera niveles de 2 por ciento anual. En nuestro país, sin ser
apocalípticos, el nivel alcanzado por la inflación nos permite asegurar que es el más
grave problema que afronta la economía. El índice de precios mayorista dado a conocer
por el INDEC llegó a 14,5 por ciento durante 2007, lo cual demuestra que nos encontramos
entre los países con más alta inflación del mundo.
Hoy en la Argentina está prohibida la indexación y el ajuste de los estados contables
por inflación. Al no recoger los efectos de la variación del poder adquisitivo de la
moneda, los estados contables de las empresas no reflejan su verdadera situación
patrimonial; sin ninguna duda, en muchísimos casos, empresas que hoy muestran ganancias
expondrían pérdidas al ajustar sus balances.
El tema es importante y debe ser considerado con mucha seriedad. La inflación es una
enfermedad de muy difícil erradicación y todos sabemos que en la Argentina lo es de un
modo más agudo. Es indudable que las medidas llamadas ortodoxas no son las más
adecuadas, pero la generación de una oferta que satisfaga las necesidades de una demanda
creciente sólo es posible en el mediano plazo siempre que se acierte con las medidas que
estimulen la inversión y la producción.
Por esto es imprescindible que los instrumentos de política económica actúen
simultánea y coordinadamente a fin de revertir la clara tendencia inflacionaria actual y,
a la vez, no impidan el proceso de inversiones necesario para mantener el crecimiento, y
podamos aspirar, finalmente, a un desarrollo sustentable, que es la solución de fondo. |
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