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Autor:
Dr. José Escandell
Presidente del CPCECABA |
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Solemos llamar sueños
a aquellos deseos personales profundos sobre situaciones de orden personal, familiar,
colectivo, social, profesional, institucional o de cualquier otro género, que sentimos
como ideales pero que también apreciamos como de difícil, sino a veces de imposible
concreción. La realidad suele presentarnos dificultades para ello. No obstante, nuestra
condición humana nos va renovando el espíritu y nos permite transar con el medio y
soportar las brechas que van apareciendo entre los niveles soñados y los razonablemente
posibles de obtener.
Los sueños son así el motor de la vida. Las personas que no pueden mantener latentes sus
sueños suelen caer en cuadros depresivos y, aunque se rodeen de corazas y de máscaras,
no logran encauzar positivamente sus energías y sucumben ante la ausencia de esa fuerza
de la que depende la visión del futuro.
En toda manifestación humana de carácter social, sean grupos, instituciones o aun la
sociedad en su conjunto, sucede algo semejante. Pero en estos otros planos los sueños
corresponden a niveles que hacen a lo que podríamos denominar valores
compartidos, que actúan como aglutinante y fuerza de cohesión, identidad y
pertenencia. La desorientación en el plano individual, cuando se resquebrajan los
sueños, trasladada a estos otros niveles, provoca un debilitamiento de las fuerzas
integradoras del conjunto que conduce a la fractura con la consiguiente puja y tendencia a
la pérdida del sentido de un destino común y de la confianza en el otro. Mirado como un
sistema, comienzan a tener un mayor peso las fuerzas entrópicas.
En la pérdida de los sueños colectivos sin duda tienen un papel muy fuerte los procesos
de crisis, cuando su efecto perturbador debilita los mecanismos que mantienen unido al
conjunto y se oscurece la visión de las referencias y sentimientos comunes.
Nosotros incorporamos sentimientos de pertenencia y luchamos por mantener las creencias en
un destino común contenedor de nuestros anhelos, en el cual no sólo sea posible el
propio desarrollo, sino también el de los seres que componen nuestro núcleo familiar y
de referencia. Pero soportamos asimismo la conjunción de innumerables fuerzas que derivan
de la crisis que caracteriza nuestros días y, dentro de la cual, la concurrencia de los
factores enunciados, cuanto menos, nos provoca un debilitamiento de nuestros sueños.
En todos los planos comentados, empezando por el personal y terminando en el social, nos
impregnamos de sentimientos de frustración que por momentos nos causan desazón y una
gran incertidumbre, relegando u olvidando nuestros sueños, reduciéndolos a categorías
de utopías. Observamos la realidad del mundo que vivimos y nos encontramos con que el
poder, que en su esencia humana debiera ser el instrumento fundamental para canalizar la
vocación de servicio hacia el bien común, pasa a ser un objetivo en sí mismo, como si
su acumulación y el fenómeno emergente de la misma: la hegemonía, fuese por sí mismo
un bien. Observamos la contrapartida de estos procesos, consistentes en la acumulación de
recursos económicos para consolidarlos. Percibimos las desastrosas condiciones de pobreza
y marginalidad a las que llevan como consecuencia inevitable.
Vemos como nuestras vidas pasan a ser meros juguetes de factores casuales que, de la mano
de la inseguridad, pueden ser sesgadas en cualquier momento, y percibimos también el
deterioro de las instituciones en decadentes procesos que privilegian el control de
voluntades y coartan la sinceridad del pensamiento y la riqueza del confronte respetuoso
de diversidades. Vemos la especulación inserta en el mundo financiero como si el dinero y
la sofisticada e irreal profusión de los instrumentos financieros
constituyesen la economía real, suplantando y desplazando la riqueza consecuencia de la
producción y del trabajo. Todo ello ocurre con el concomitante deterioro de los valores,
especialmente de aquellos que sostienen la concepción del desarrollo humano desde la
construcción de una superación basada en el esfuerzo, la capacitación y la vocación de
servicio.
Si nos dejamos ganar por estas tendencias negativas e incorporamos la creencia de que no
tienen remedio y por lo tanto poco o nada podemos hacer, entonces convertiremos en
realidad el título de este editorial: Los sueños, ¡sueños son! Pero, a poco que nos
sumerjamos con sinceridad en nuestro propio ser, descubriremos que la frase anterior puede
también ser un interrogante que puede tener una respuesta distinta. Si exploramos en
nuestro alrededor, también podremos comprobar que la mayoría de nuestros semejantes
anhela los mismos sueños que nosotros. Si sinceramos nuestra conducta, deberemos aceptar
que quienes son agentes activos en aquellos procesos de desvío y control del poder son
meramente ocupantes de espacios que los demás dejamos vacíos.
En definitiva, los sueños serán sólo sueños si no tenemos el coraje de luchar por su
concreción y damos paso a la verdad sin ocultamientos ni solapamientos. Serán sólo
sueños si no somos capaces de aunar esfuerzos, incluso desde la diversidad, en pro de
perseguir los bienes mayores que ennoblecen a la condición humana. Serán sólo sueños
si no podemos dar supremacía a la solidaridad como valor que guíe nuestras conductas y
acciones. Y estas reflexiones son válidas cualquiera sea el ámbito al que se dirijan;
son válidas en lo personal, en lo profesional y en lo social y su transformación para
mutar la realidad requiere esencialmente la firme vocación de hacerlo y una
inquebrantable decisión.
En el Consejo, hoy son momentos de luchar por nuestros sueños en muchos aspectos. Pero
uno de ellos emerge como símbolo de esta coyuntura: el Congreso de la Nación seguramente
terminará de sancionar el proyecto de ley que pone fin al régimen previsional de
administración privada a través de las AFJP. Ya hemos señalado nuestra posición
negativa frente a este proyecto. Hoy lo que cabe es hacer de esta adversidad, que pondrá
fin a una actividad lícita de 14 años, que ha sido beneficiosa patrimonial y
económicamente para la Institución y los afiliados a Profesión + Auge, una nueva
oportunidad para conseguir mejores y mayores logros. Si se nos coarta esta posibilidad,
que había nacido como una muy buena oportunidad de ofrecer una solución previsional a
nuestros profesionales, transformaremos esa energía en nuevos proyectos que cubrirán
también otras necesidades. ¡Mantendremos vivos nuestros sueños!
Concluyamos entonces que los sueños no son sólo sueños si de verdad tenemos la pasión
por transformarlos en metas de nuestras vidas. Es nuestro desafío. |
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