La Presidencia de la
Nación ha convocado al diálogo, principalmente, a los partidos políticos y a las
organizaciones empresarias y sindicales. El diálogo, como cuestión permanente, es un
rasgo que debiera caracterizar a cualquier democracia ya que, si no es desde esta
perspectiva, ¿cómo podrían resolverse los múltiples problemas que surgen entre los
diversos sectores que integran una comunidad?
Pero, más allá de ello, lo cierto es que estamos ante una buena ocasión para
reencontrar caminos, para revitalizar canales de tratamiento de la diversidad y para
enriquecer el conjunto, solucionando los problemas posibles y jerarquizándolos,
estableciendo prioridades, tiempos y grados. Solucionar todo nunca es ni será posible. De
tal modo es prioritario establecer los datos de la realidad y desde allí los abordajes
pertinentes. Pero las estrategias que se adopten no podrán ser indiferentes a la
indispensabilidad de lograr el crecimiento de las estructuras generadoras de valor a fin
de potenciar el esfuerzo, tanto público como privado, en la ampliación de las fronteras
de productividad y crecimiento de la economía.
Es cierto que la famosa teoría del derrame no ha podido superar las
exigencias de su confronte con las realidades sociales y que, por ende, no ha logrado
demostrar su eficacia en materia de redistribución de la riqueza, ya que es notoria la
propensión a su concentración en el mundo. Sin embargo, igualmente es cierto que, para
que exista redistribución de la riqueza, ésta debe ser creada, y también lo es que le
cabe al Estado intervenir activamente a fin de dinamizar y asegurar ese objetivo. De lo
contrario, las sociedades se ven enfrentadas a una puja por los capitales, queriendo
forzar inútilmente su redistribución y convirtiendo a la economía en un campo vacío de
emprendimientos, crecientemente empobrecida, con sus pésimas consecuencias sobre los
sectores socialmente más vulnerables.
Toda esta problemática constituye un campo complejo, dentro del cual coexisten diversas
visiones y creencias, tanto en el orden político como en el social y filosófico. Pero es
preciso que, cualquiera fuere la concepción, no se pierda de vista la necesaria
equivalencia que se produce entre los recursos generados y los recursos aplicados, y que
ambos constituyen magnitudes finitas. Si lo pensamos en términos diacrónicos, el
crecimiento en estas magnitudes depende a su vez del que se logre en la generación global
de recursos, por lo cual es notoria la preponderancia que debiera tener el conjunto de
estrategias orientadas a incrementar la tasa de desarrollo y de crecimiento de la
economía en su totalidad.
Indudablemente se requieren, en general, grandes sacrificios y esfuerzos, que han de ser
crecientes según sea la capacidad contributiva. Y aquí, para asegurar la factibilidad de
estas estrategias, se torna indispensable que se hagan avances importantes en materia de
aumentar la percepción social objetiva de la legitimidad y equidad del esfuerzo.
Estas perspectivas están fuertemente incididas por la visión que tiene la sociedad de la
probidad y eficacia del Estado en la administración de los recursos y en la orientación
de los mismos. La confianza y la credibilidad constituyen valores centrales para el buen
funcionamiento de una democracia, y es tiempo de hacer lo posible y lo imposible a fin de
afianzar el proceso de restauración de los mismos. Para ello, las variables a trabajar
son la transparencia, la medición correcta de la realidad en todos sus aspectos y la
rendición de cuentas amplia y oportuna, así como el aprendizaje común de respetar la
diversidad y abandonar definitivamente la violencia y la prepotencia como formas de
expresión y metodología de confrontación de intereses y de ejercicio de cargos.
Otros aspectos que hacen a la misma cuestión están dados por la sensación real y
objetiva que deben tener todos los habitantes respecto a la equidad en los esfuerzos que
se les exigen. De no ser así, quedan estructuradas distorsiones en la esencia misma de la
sociedad que inevitablemente llevarán a escenarios de rupturas y de incumplimientos, con
el consecuente daño a la institucionalidad y a la vigencia plena de la norma formal. A
modo de ejemplo, en uno de los ámbitos cercanos a nuestras profesiones, podemos citar el
hecho de no medirse la realidad económica para fines tributarios, sino su ficción
puramente nominal, no reconociendo que nuestra moneda ha sufrido y sufre un proceso de
pérdida de poder adquisitivo. Este fenómeno ocurre en múltiples frentes:a) En los
impuestos que gravan a las empresas en las que se ha eliminado el ajuste fiscal por
inflación. Esta situación se complementa y potencia con la prohibición vigente,
originada en un Decreto del PEN, de que los organismos públicos reciban balances de
empresas que estén ajustados por inflación.
b) Las tablas vigentes en el Impuesto a las Ganancias para personas físicas, que
mantienen sus tramos originarios, sin que se haya contemplado que los ingresos reales
correspondientes al momento de su creación, eran muy superiores a los que representan hoy
esos mismos montos en términos nominales.
c) Lo mismo sucede con las deducciones en general, cuya modificación parcial reciente no
equipara la evolución que han tenido los precios.
d) En orden a los trabajadores en relación de dependencia y a los autónomos, rige una
fuerte discriminación negativa respecto a los segundos en la medida en que tienen una
carga fiscal mucho mayor, a igualdad de ingresos. No existe principio lógico ni
razonabilidad en esta diferencia.
e) En materia de recaudación simplificada de impuestos, concretamente en el régimen de
Monotributo, también se ha experimentado el efecto del achicamiento real de las escalas
previstas en el régimen, debido a la inflación, con distorsiones muy severas sobre el
universo de contribuyentes afectados.
Tengo el convencimiento de que
ninguna distorsión, ni brecha, ni problema, debe llevarnos al pesimismo o al
escepticismo, pero también pienso que la realidad posible es la que lograremos construir
entre todos. Exigimos por ello a cada uno de los sectores, y nos exigimos a nosotros
mismos, la cuota de responsabilidad que nos cabe para hacer de este tiempo un real nuevo
tiempo y que por lo tanto seamos capaces de comenzar a construir aquella Patria grande y
justa con la que soñaron quienes nos han precedido en el camino de la vida. Quienes,
cualquiera sea su lugar, sólo especulen y no se jueguen lealmente en esta instancia,
debieran quedar definitivamente marginados de toda consideración pública. |