La política económica y sus efectos sociales

En la actualidad, la sociedad argentina se ve impactada por una serie de protestas sociales dispersas territorialmente, pero que, en su gran mayoría, reconocen como causa principal la desocupación de la mano de obra u otras razones -reducción del salario, precarización del empleo, falta de cobertura social- también vinculadas con el mercado laboral.

Las razones explicativas de los problemas laborales y de sus consiguientes efectos sociales deben buscarse en el diseño e instrumentación de las políticas económicas aplicadas durante el decenio de los 90, con particular referencia al plan de Convertibilidad.
Este plan ha sido una conjunción de medidas de estabilización monetaria -tipo de cambio fijo- con otras -reforma del Estado, apertura de la economía, desregulaciones- que también contribuían al propósito antiinflacionario, pero que, al mismo tiempo, conformaban una nueva organización económica en el país de difícil adaptación para la gran mayoría del aparato productivo.

Bajo las nuevas condiciones, las empresas se vieron enfrentadas a la necesidad de efectuar un profundo y rápido proceso de reconversión productiva, con serios perjuicios para la ocupación laboral.
En particular, muchas pequeñas y medianas empresas -ante la ausencia de políticas específicas de apoyo a la reconversión- no pudieron subsistir, acentuando el problema ocupacional.
En consecuencia, cabe deducir que el tema del desempleo está, también, íntimamente vinculado al proceso de concentración verificado en los últimos años.

Por su parte, la agudización del proceso de concentración, que en los últimos tiempos ha adquirido la característica adicional de una creciente presencia del capital extranjero, es una importante razón que explica la divergencia entre significativas tasas de crecimiento del PIB -luego del efecto tequila- y el incremento de la conflictividad social.
Considerando que, efectivamente, las exportaciones y la inversión lideran, en la actual coyuntura, la expansión de la demanda agregada, se observa que el consumo global y en particular el consumo de bienes que satisfacen necesidades más básicas ofrece un comportamiento poco dinámico, como parecen demostrarlo la caída en la recaudación del IVA sobre las transacciones en el mercado interno y las proyecciones menos alentadoras que expresan -según la encuesta de FIEL- los productores de bienes de consumo no durables (alimentos y bebidas).

Por otra parte, las mediciones sobre la distribución del ingreso y el incremento de la pobreza en amplios sectores de la población confirman que, más allá de la reactivación del nivel global de la actividad económica, los frutos de tal crecimiento tienden a concentrarse en un segmento acotado de la sociedad.

Las cifras que surgen de la Encuesta Permanente de Hogares que elabora el INDEC indican, por ejemplo, que el 20 % más pobre de la sociedad percibía en 1991 el 5,7 % del ingreso nacional, mientras que en 1996 dicha proporción había caído al 4,3 %.
Es más, un reciente trabajo difundido por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) señala que Argentina y México constituyen los dos países de la región en los cuales más aumentó la pobreza desde 1994 en adelante.

Cabe consignar también que en el Informe sobre Desarrollo Humano 1997 preparado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en el cual se miden las condiciones de vida de la población tomando en cuenta no sólo el ingreso per cápita sino también indicadores de salud, educación, seguridad, etc., la Argentina ha retrocedido seis posiciones (del puesto 30º al 36°), comparando con el Informe del año anterior, dentro del conjunto de países del mundo.

En última instancia, se evidencia con toda claridad que el deterioro de la situación social en nuestro país alcanza porciones significativas de la población y que, además, tal situación se encuentra íntimamente vinculada al problema de la desocupación laboral.
Por tal razón, cabe concluir que las políticas de asistencia social focalizadas -salvo situaciones de extrema emergencia- deberían ser sustituidas por acciones más globales, aunque de ejecución descentralizada, y muy asociadas con la construcción de un tejido productivo más complejo que incorpore crecientes dosis de trabajo nacional.

La renovada restricción externa al crecimiento

La evolución del comercio exterior de bienes en el primer cuatrimestre del año y los efectos de la sequía sobre la producción agrícola, han llevado -en medios oficiales y privados-, a una estimación en alza del déficit comercial.
Este ascendería a un monto de entre u$s 2.500 y 3.000 millones en 1997.

La importancia que reviste el balance comercial en el análisis macroeconómico del país resulta sustancial, muy especialmente porque al tratarse de una economía abierta revela en gran parte el tipo de inserción en la economía internacional, del cual dependerá el logro de resultados satisfactorios en el mediano y largo plazo.
Asimismo, los resultados del intercambio comercial tienen una fundamental importancia en el tiempo, considerando el alto grado de endeudamiento externo de nuestra economía.

Una breve visión panorámica de lo observado en lo que va de la presente década, muestra por el lado de las exportaciones -excluyendo el efecto de los precios internacionales-, que las cantidades físicas presentaron una tendencia suavemente decreciente en el trienio 1990-92.
A partir de 1993 las cantidades exportadas crecen sin interrupción hasta 1996 inclusive, con una fuerte tasa de aumento en 1995, favorecida por la recesión interna.
Resulta positiva la suba general de 6,1 % en 1996 -observada también para los cuatro grupos de productos-, que revelaría una cierta autonomía de las exportaciones con respecto al nivel de actividad interna, es decir, no constituyendo tanto los mercados externos el destino transitorio de la producción que no puede venderse internamente.
A su vez, las cantidades físicas importadas fueron de 1991 a 1996 permanentemente crecientes -con la excepción de 1995-, con tasas sumamente elevadas en los primeros años pero en descenso, llegando a observarse un incremento de 5,4 % en 1996, con relación a 1994, aumento verificado a pesar de que el producto interno bruto tuvo un leve descenso entre ambos años.

Con relación al valor de los flujos de comercio exterior, se observa que el país ha sido favorecido en este período -a diferencia de otros anteriores- por una evolución positiva de los términos del intercambio en todo el lapso 1991-96.
Es decir, los precios de las exportaciones presentaron una tendencia significativamente creciente, en tanto que los precios de las importaciones no tuvieron mayores cambios.
A pesar de lo anterior -incluyendo una fuerte mejora de los términos del intercambio en 1996‹, se aprecia una clara tendencia al déficit comercial ante la presencia de tasas significativas de crecimiento.
Es decir, en síntesis, la tasa de aumento de las exportaciones -si bien elevada- no alcanzaría a equilibrar el balance comercial, considerando el alto dinamismo de las importaciones.
Tomando, por ejemplo, una elasticidad de las importaciones respecto del PIB igual a 4 (aproximadamente, la registrada en 1996 y también previsible en 1997), un aumento del PIB de 6 % llevaría a un incremento anual de 24 % en las importaciones.

Los consecuentes niveles de déficit comercial, sumados a importantes saldos negativos por servicios financieros y por servicios reales, tienden a configurar una cuenta corriente externa fuertemente deficitaria.
Este déficit se acercaría a un 3 % del PIB en el presente año.
La financiación del déficit de cuenta corriente resulta fácil en las actuales condiciones de abundante liquidez internacional, pero constituye un importante factor de vulnerabilidad, dada la eventualidad de una reversión de dichas condiciones.
Aparecería entonces con evidencia la hoy latente “restricción externa” al crecimiento, renovada con respecto a décadas anteriores, pero an presente.