Los capitales financieros alimentan el ciclo económico

La actual crisis internacional merece ser ubicada en el contexto de la evolución de los mercados financieros desde principios de la presente década, los que han presentado las siguientes características:

el acelerado avance de las telecomunicaciones, que posibilitó una creciente interrelación de las plazas financieras, mediante operaciones inmediatas y con opciones simultáneas a nivel mundial;

una abundante liquidez internacional durante prácticamente todo el período;

el importante desarrollo de los inversores institucionales de los países altamente industrializados (fondos comunes de inversión, fondos de pensión, etc.);

la aparición de las llamadas "economías emergentes", a partir de una fuerte tendencia a la generalización de la economía de mercado, alentada por los diferentes tipos de gobierno, sin distinción —salvo matices— del origen ideológico de éstos, respaldados por los programas de ajuste y reforma estructural de los organismos multilaterales de crédito, incluyendo el libre movimiento de capitales;

en consecuencia, un flujo creciente y masivo de capitales de los países altamente industrializados a las economías emergentes, bajo la forma de préstamos —tanto a los gobiernos como a la actividad privada—, compra de acciones y bonos, etc., en búsqueda de mayores rendimientos derivados del crecimiento de esas economías;

y simultáneamente, un sostenido auge en la mayoría de los mercados accionarios del mundo, configurando un importante cuadro, en algunos casos, de sobrevaluación.

En este contexto internacional se desencadenó la presente crisis el 2 de julio pasado con una fuerte devaluación de la moneda de Tailandia, la cual —acompañada de caídas bursátiles y subas de las tasas de interés— se extendió a Filipinas, Malasia e Indonesia, abarcando así a los "tigres jóvenes" asiáticos.
Progresivamente, la crisis se propagó con similares manifestaciones a los "tigres adultos" de la región: Singapur, Taiwan, Corea del Sur y Hong Kong.
En este último caso no se devaluó la moneda —anclada al dólar bajo un régimen de convertibilidad desde 1983—, pero se produjo la mayor baja bursátil de los últimos diez años, la cual hizo caer casi todas las bolsas del mundo el 23 de octubre último.

Las características comunes a casi todas las economías citadas, en mayor o menor medida, eran: alto y sostenido ritmo de crecimiento en los últimos 15 a 20 años; elevados déficit en la cuenta corriente del balance de pagos, o sea, tasas de inversión superiores a las muy altas tasas de ahorro interno, complementado éste con fuertes ingresos de capital; elevado endeudamiento empresario y sobredimensionamiento de la capacidad instalada de producción; necesidad de las empresas de incrementar más aún sus exportaciones; sistemas bancarios frágiles y poco regulados; elevados agregados monetarios; tipo de cambio fijo anclado al dólar estadounidense, apreciado éste respecto del yen y monedas europeas; auge de la especulación inmobiliaria, financiada con préstamos hipotecarios, y superávit fiscal (que no operó como reaseguro macroeconómico).

En el marco de esta caracterización, resulta comprensible la propagación de devaluaciones "competitivas" entre estos países, a fin de mantener o ampliar sus exportaciones.
Asimismo, el haber efectuado los "tigres adultos" (y también Japón) cuantiosos préstamos a empresas y bancos de los "tigres jóvenes" —así como por la desvalorización de sus inversiones en los mismos—, se vieron afectados en sus sistemas bancarios y mercados bursátiles, lo que llevó también a embates contra sus monedas.

A esta altura de la evolución de la crisis y en medio de una fuerte incertidumbre, son pocas las previsiones preliminares que pueden efectuarse:

la crisis iniciada en el sudeste asiático parece encontrarse en pleno desarrollo y con tendencia a extenderse (el Brasil sufre presiones cambiarias y Nueva Zelanda acumuló una devaluación cercana a 10 %), observándose aparentemente en una primera línea de vulnerabilidad a Corea del Sur y más atrás a Japón —la segunda economía mundial—, sin descartar a otros países como Australia y algunos de Europa oriental;

el rápido pasaje de los cambios en el sector financiero al sector real —principalmente por medio de las tasas de interés y los tipos de cambio— preanuncian que el crecimiento de la economía mundial se desacelerará en 1998, debido a una evolución más lenta de los países asiáticos y a los efectos de la mayor competitividad comercial de éstos sobre las economías del resto del mundo, incluyendo a los países altamente industriali- zados;

la mayor incertidumbre general y las vulnerabilidades existentes en las economías emergentes, llevan a esperar una reducción de los flujos de capital hacia las mismas y un mayor costo en su endeudamiento externo e interno, en términos generales, si bien existirán —como ya actualmente se observa— comportamientos diferentes según el grado de solidez de cada una de esas economías.

Impacto de la crisis internacional sobre la economía argentina

Las consecuencias sobre la economía argentina de la crisis iniciada en los países del sudeste asiático no pueden, por cierto, ser expresadas en exactos términos cuantitativos, pero sí puede anticiparse que la misma provocará una desaceleración del crecimiento económico —oficialmente se preveía un incremento del PIB de 5,8 % para 1998— e impulsará la adopción de una serie de medidas destinadas a reducir tanto el déficit fiscal como el del sector externo.
La desaceleración del crecimiento se vincula con varios factores, entre los cuales se destacan: las mayores dificultades que encontrarán nuestras exportaciones, particularmente en el principal mercado de colocación que es el Brasil; el efecto de la suba de las tasas de interés en el mercado interno sobre la demanda de bienes de inversión y de consumo durables, y el impacto contractivo que implica la reducción del déficit fiscal, sobre todo si —como es más probable— se verifica por la vía de una disminución del gasto público, en particular de la obra pública.
De todos modos, cabe señalar también que las autoridades económicas han decidido no modificar las cifras contenidas en el proyecto de Presupuesto de 1998, ni las estimaciones macroeconómicas que le dan sustento.
Es más, en el entendimiento alcanzado con el FMI para la suscripción de un acuerdo de facilidades ampliadas, tales cifras también fueron convalidadas, aunque el organismo internacional prorrogó la firma del acuerdo hasta después de la aprobación del Presupuesto por el Congreso.
En consecuencia, el déficit fiscal previsto para 1998 se mantiene en un nivel cercano a los $ 3.500 millones, o sea unos $ 1.000 millones menos que el desequilibrio originalmente proyectado para 1997.
Ahora bien, si resulta difícil precisar el comportamiento esperado del nivel general de actividad económica y de las cuentas públicas, con mayor razón aún lo es prever la evolución del sector externo, por cuanto en ello influye una variable exógena y decisiva como es la disponibilidad de flujos financieros del exterior y, en consecuencia, la magnitud posible del déficit en cuenta corriente del balance de pagos.
Como puede observarse en el cuadro adjunto, las proyecciones oficiales señalan que el déficit en cuenta corriente crece desde u$s 3.952 millones en 1996 a 8.938 millones en 1997 y a 10.462 millones en 1998.
Las razones de tal incremento obedecen a un déficit creciente en el comercio exterior de bienes y servicios reales y a un mayor egreso de divisas por pago de intereses de la deuda externa y por remisión de utilidades y dividendos.
En gran medida, los conceptos involucrados son relativamente inelásticos a la baja, excepto las importaciones de bienes y servicios reales, cuya magnitud depende decisivamente del nivel de actividad económica interna.
Por lo tanto, el nivel de actividad es la variable de ajuste frente a eventuales dificultades en la obtención de financiación externa, tal como ocurrió con el efecto "tequila".
Por último, cabe consignar que a diferencia de lo acontecido durante el efecto "tequila", en esta oportunidad no se observa, al menos hasta el presente, que la crisis haya impactado en el sistema financiero.
Los depósitos bancarios han continuado incrementándose gradualmente, aunque con mayor énfasis en los realizados en dólares que en moneda nacional.
Por el contario, se registra una desaceleración en el otorgamiento de préstamos, lo que otorga mayor liquidez al sistema financiero.