TEMAS DE ACTUALIDAD


La gran ilusión de la Organización Mundial del Comercio (1)

Hasta julio de 1997, cuando estalló o comenzó a estallar la hoy mundialmente famosa crisis asiática, todas las opiniones académicas, empresarias, interesadas o no, confluían en afirmar que la actividad económica a nivel global se estaba consolidando y que, en relativamente poco tiempo, todos los países del planeta estarían integrados de una manera u otra en el nuevo espacio económico global. De repente, todo cambió, y el mundo globalizado parece haber desaparecido como posibilidad en el futuro inmediato.

En el mismo sentido, el conjunto de las reglas multilaterales aplicadas al comercio y a las inversiones daba la impresión de estar avanzando rápidamente hacia un nuevo estadio de generalización de su cobertura de temas y de la amplitud de la participación de países en el sistema multilateral bajo el paraguas de la OMC. En efecto, en el segundo semestre de 1997estaba tomando forma y peso creciente la perspectiva de una nueva ronda global de negociaciones comerciales multilaterales en el marco de la OMC, integrando la cuestión de las reglas aplicables a las inversiones e inclusive estableciendo renovadas formas en el vínculo con otras organizaciones multilaterales como el FMI y el Banco Mundial.

A casi dos años de haberse iniciado la crisis asiática, las convicciones tan sólidamente construidas respecto de la globalización de las actividades económicas sólo permanecen intactas en el campo del desarrollo del comercio electrónico y su crecimiento más que exponencial. También crecen los problemas no resueltos que este desarrollo genera en las reglas conocidas y vigentes para el comercio de bienes, servicios, propiedad intelectual, movimiento de capitales, etc. ... (una larguísimo etcétera).

El escenario económico internacional de mediados de 1999 se presenta con altos componentes de incertidumbre y desequilibrio, como resulta del proceso histórico transcurrido desde la finalización de la II Guerra Mundial y de la naturaleza de los fundamentos puestos en vigencia para organizar el funcionamiento de la economía mundial. Las dificultades se van agudizando por lo ocurrido en la segunda parte de la década de 1990, especialmente el llamado proceso de globalización de las actividades económicas a nivel mundial, la integración de la gran mayoría de los países a esta nueva dimensión económica mundial de la producción y comercio de bienes y servicios y el movimiento de capitales e inversiones. Esta agudización se deriva de la naturaleza de la crisis que se desencadenó en julio de 1997. Existe un problema histórico de funcionamiento de las relaciones económico-comerciales internacionales que debe ser enfrentado de manera integral y completa, antes que sea demasiado tarde.

En este contexto, sólo es posible imaginar una solución si ella se plantea, propone, discute y acuerda con la intervención directa de los principales actores de la política y la economía mundiales pero, además, con un razonable grado de participación de los demás países tanto desarrollados como en desarrollo. En un momento en que la crisis afecta la producción, el comercio, las monedas y las finanzas internacionales, es imposible que se logre cualquier solución duradera si no se encara en forma integral.

En este sentido, la preocupación expresada por algunos analistas respecto de las denominadas explicaciones estándar de la evolución y comportamiento del comercio mundial y la necesidad de incluir otras variables que tienen que ver con la disponibilidad de recursos financieros, y que todo ello debe ser objeto de discusión en el marco de la OMC, parece un poco limitado. El problema que se expone aquí no puede ser resuelto solamente en la OMC, que se ocupa de cuestiones que tienen que ver con el comercio de bienes y servicios, con las inversiones, con aspectos de los derechos de propiedad intelectual y posiblemente otras que se agregarán en el futuro. La OMC decididamente no se ocupa de los mercados de cambios ni de las tasas de interés y los determinantes de los movimientos de capitales

Hasta principios de 1999, las autoridades de los EE.UU. y de la U.E. parecen estar olvidadas de su responsabilidad global y de las consecuencias que este olvido puede tener para su propio futuro. A esta altura de los acontecimientos político-económicos internacionales, ninguno de estos dos estados continentales puede darse el lujo de pretender que subsistirá sin problemas cerrando sus fronteras, apostando a la autosuficiencia y eliminando sus relaciones con el resto del mundo. Si bien éste parece un extremo imposible de alcanzar, ciertas actitudes parecen estar originadas en ideas que rayan en este extremo. La vuelta al proteccionismo en algunos ámbitos de los EE.UU. no puede traer sino consecuencias negativas para el conjunto, aun cuando ciertos sectores beneficiados por la protección puedan creer que no serán afectados. La reacción contra la globalización de las actividades económicas en el propio país será seguida inmediatamente por actitudes y medidas similares o peores de parte de países que constituyen socios comerciales importantes de los EE.UU. y que han seguido procesos de integración a la economía internacional con ajustes estructurales que, en muchos casos, han sido y siguen siendo altamente costosos para sus poblaciones.

La Ronda del Milenio

La III Conferencia Ministerial que se reunirá en Seattle, EE.UU., tiene una gran importancia para el futuro del sistema de reglas multilaterales aplicables al comercio y las inversiones internacionales. Un resultado exitoso de la reunión de los Ministros responsables de los 134 países miembros, así como de países observadores en proceso de acceso como la República Popular China y la Federación Rusa, sería la convocatoria a una nueva ronda de negociaciones comerciales globales sobre un conjunto de temas que demuestren un equilibrio que incluya los intereses, preocupaciones y expectativas de todos. Un fracaso de la conferencia se traduciría en la postergación de las decisiones y, en el extremo, en la anulación práctica de la OMC a partir de la falta de cumplimiento de los compromisos y obligaciones asumidos por los países miembros. En los escalones intermedios de estos extremos de éxito y de fracaso cuasi rotundo, se ubicará probablemente la realidad.

Uno de los aspectos que condicionarán fuertemente el desarrollo de la Conferencia de la OMC será la insistencia de muchos países en lograr determinados resultados prácticos e inmediatos para poner en vigencia al día siguiente de finalizada la reunión. Las cuestiones que se quiere resolver de inmediato (early harvest) probablemente influyan y tiñan todo, si se presentan como requisito para que los países interesados en ellas acepten y acuerden sobre determinados temas que se propondrán para ser objeto de las nuevas negociaciones. Para poner un ejemplo práctico, si los EE.UU. insisten en lograr determinados compromisos y obligaciones de cumplimiento exigible en materia de comercio electrónico, en lugar de conformarse con algo menos, como una definición aceptable de los términos de referencia para llevar a cabo negociaciones referidas a dicho comercio electrónico y resultados en un plazo a acordar, los demás países pueden considerar que esa posición no es aceptable.

Un ejemplo inverso puede surgir de la insistencia de muchos países en desarrollo para que se cumplan los compromisos asumidos en los Acuerdos de la Ronda Uruguay (ARU) y que, según ellos, no se cumplieron. Según estos países, este es un problema de la implementación de los ARU que debe ser resuelto por la III Conferencia Ministerial y antes de discutir nada respecto de negociación alguna. Si esta posición se mantiene y no puede resolverse aceptando que los ARU se pongan, en todo o en parte, sobre la mesa de negociaciones de la nueva ronda, el fracaso puede ser fácil de imaginar.

Por lo tanto, es fundamental que haya una trabajo conjunto de todos los países miembros de la OMC para alcanzar un resultado positivo de la III Conferencia Ministerial. La posición de cada país seguramente no será impuesta en su totalidad y se requerirá un grado razonable de flexibilidad en la negociación tendiente a lograr el objetivo del consenso, y que el contenido de ese consenso sea el mejor en términos comparativos y nunca el mínimo común denominador que generalmente refleja menos de lo que importa para la mayoría.

El sistema multilateral de comercio que actualmente se corporiza en el funcionamiento de la OMC, tiene mucho que ganar y mucho que perder en esta III Conferencia Ministerial. El riesgo de desaparecer como organización o simplemente languidecer de manera intrascendente, está presente como una de las posibles resultantes. El progreso hacia un estadio superior también es posible, siempre y cuando los acuerdos que se alcancen, tanto en materia de las cuestiones que se quiere resolver de inmediato, como en la definición de la nueva ronda de negociaciones, sean reflejo de los intereses de la mayoría de los países miembros y producto del consenso.

Los aspectos monetarios y financieros deberán ser adecuadamente tratados y discutidos por los principales países y reflejarse en cambios profundos y concretos en las instituciones nacionales e internacionales. Estos acuerdos deberán dar lugar a la puesta en funcionamiento de mecanismos eficaces para evitar fluctuaciones y desequilibrios bruscos e imprevisibles en los mercados de cambios y de capitales. Las alteraciones descontroladas en los tipos de cambio y en las tasas de interés, a su vez, repercutirán en los movimientos de capitales y en la disponibilidad de recursos financieros para la mayoría de los países del mundo, hoy todos o casi todos con obligación de cumplir compromisos de pagos externos que hipotecan su futuro. Sin la interrelación entre los acuerdos comerciales, sus reglas y disciplinas, y los mecanismos financieros y monetarios, siempre habrá un problema latente que, en el mejor de los casos, estará a punto de explotar ante la menor razón o causa.

La Argentina y el MERCOSUR ante una posible nueva ronda

En los comentarios expuestos hasta aquí se ha omitido el tratamiento de la posición de la Argentina frente a la convocatoria de una nueva ronda de negociaciones globales en el marco de la OMC. La realidad es que, más allá del interés tradicional de nuestro país en materia de comercio de productos agropecuarios y su creciente liberalización, no existe demasiada conciencia respecto de las demás cuestiones que podrían ser objeto de negociaciones en la así llamada “Ronda del Milenio”.

Los trabajos que se han realizado muestran cierta ambigüedad y elementos de juicio insuficientes para llegar a una conclusión sobre los objetivos que debería buscar nuestro país en esa posible Ronda del Milenio, independientemente de las cuestiones relativas al comercio de productos agropecuarios. Esto obedece en algunos casos a un desinterés determinado por las preocupaciones inmediatas y cotidianas, en otros a la imposibilidad de acceder al conocimiento de los temas que se tratan en el marco de la OMC y en otros a la incapacidad de reconocer las oportunidades que existen a partir de una mayor liberalización en materia de comercio de bienes y de servicios; pero en todos los casos el resultado es el mismo. La tradicional receta argentina de “esperar hasta último momento”aparece de aplicación obligada en este campo, fundamentada entre otras razones, en el cambio de autoridades que se producirá en el país a los pocos días de concluir las deliberaciones de la III Conferencia Ministerial en Seattle, EE.UU.

En el ámbito del MERCOSUR tampoco se ha dado al tema la atención que merece, obviamente como consecuencia de los enormes problemas generados para el proceso de integración por la devaluación realizada por Brasil el 13/1/99. Sin embargo, de la misma forma que para la Argentina se trata de una definición importante, la participación en la futura ronda de negociaciones de la OMC es altamente relevante para el futuro del MERCOSUR.

El carácter de unión aduanera que pretende tener el MERCOSUR, y con el cual ha sido presentado en el marco de las disposiciones aplicables de la OMC, obliga a tomar definiciones para una futura negociación. Sin ir más allá de los derechos de importación acordados como parte del Arancel Externo Común (AEC) del MERCOSUR, los Estados Parte deberán decidir si aceptarán que se discuta y negocie en esa futura ronda de negociaciones de la OMC el tema de los aranceles aplicables a productos industriales. Cualquier negociación en la que participen la Argentina y los Estados Parte, y como consecuencia de la cual asuman compromisos, implicará modificaciones del AEC.

Por el momento, la única coordinación que existe se registra nuevamente en el campo del comercio de productos agropecuarios. Los cuatro Estados Parte son participantes activos del Grupo Cairns y, dentro de esa estructura, están trabajando en forma conjunta con vistas a la preparación de los temas y las características de las futuras negociaciones sobre agricultura en el marco de la OMC. En el resto de los posibles temas que podrían ser objeto de negociación, no se ha avanzado prácticamente nada en materia de definición de las posiciones del MERCOSUR.

Aún admitiendo la importancia de las dificultades que deben superar los Estados Parte del MERCOSUR en la coyuntura creada por los efectos de la devaluación brasileña de enero de 1999 sobre el proceso de integración y la situación crítica de las economías de los países miembros, el tema de las futuras negociaciones en la OMC tiene la suficiente importancia como para ocupar un lugar de privilegio en las tareas que se desarrollan actualmente. Incluso para lograr acuerdos a nivel regional, la definición de posiciones negociadas para presentar en la OMC podría ser de gran utilidad. Si a ello se suma la participación del MERCOSUR en el proceso de negociación de un posible acuerdo para la creación de un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y la posibilidad de iniciar discusiones con la Unión Europea, la falta de dedicación a los temas de la OMC es un hecho altamente significativo y sorprendente.