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Desconcierta a la sociedad civil un debate casi esquizofrénico
entre los supuestos "expertos" del Mercosur: así como sería incomprensible que
el dilema de un matrimonio fuera divorciarse o concebir un nuevo hijo, no parece razonable
que el debate sobre el bloque regional oscile entre la disolución y la incorporación de
nuevos socios.
Bajo un prisma mercantilista, el argumento crítico del proceso de integración regional
hace hincapié en la cuestión comercial: "no sólo tenemos déficit con Brasil, sino
que además vendemos trigo y compramos máquinas". En versión más sofisticada, el
bloque no habría estimulado la competitividad sistémica ni habría contribuido a agregar
valor a nuestros productos.
Aún cuando los objetivos de la integración trascienden la relación comercial (por
ejemplo, contribuir a consolidar un ambiente de paz y democracia en la región), y cuando
en el corto plazo no existan riesgos macroeconómicos en el flanco externo (si se tiene en
cuenta que la Argentina tiene un superávit de cuenta corriente cercano al 3% del PIB), a
casi diez años de la entrada en vigencia de la unión aduanera, es pertinente evaluar la
evolución del intercambio.
En ese caso, es ocioso aclarar que es miope mirar el saldo comercial de un solo año, y
más aún con un solo país, ya que se sabe que el resultado del intercambio en el corto
plazo depende de circunstancias coyunturales, críticamente del ciclo económico, y
secundariamente del tipo de cambio real bilateral, entre otras.
Así, entre 1991 (inicio de la desgravación arancelaria) y 2003, y a pesar de la
reducción del comercio que provocaron las sucesivas crisis macroeconómicas que registró
la región en los últimos años (Brasil en 1999, Argentina en 2001), el comercio y las
exportaciones argentinas crecieron más rápidamente dentro del bloque (14,5% y 11%
promedio anual, respectivamente) que fuera del mismo (8% y 7% anual, respectivamente).
En segundo término, el Mercosur ayudó a revertir el saldo estructuralmente deficitario
que la Argentina tenía con Brasil. En los quince años previos a la constitución de la
unión aduanera, el saldo bilateral fue deficitario en u$s 4.300 millones para la
Argentina. En los nueve años posteriores, ese desequilibrio se transformó en un
superávit de u$s 8.500 millones. Cabe aclarar que ese cambio estructural no se verificó
en el comercio con el resto del mundo (más bien ocurrió lo contrario).
Período |
Años
con
superávit |
Años
con déficit |
Saldo
acumulado
(millones u$s) |
1980-2003 |
11 |
13 |
4.245 |
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1980-1994
(sin Mercosur) |
3 |
12 |
-
4.270 |
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1995-2003
(con Mercosur) |
8 |
1 |
8.515 |
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En
tercer lugar, "cambiar máquinas por trigo" puede caracterizar el patrón
general del comercio argentino, pero en todo caso el Mercosur sirve para atenuarlo: en sus
nueve años de vigencia, los bienes industriales representaron el 50% de las ventas al
bloque, y sólo el 21% de las ventas al resto del mundo.
Si se analiza el intercambio por sectores industriales en diferentes períodos, para
evitar sesgos coyunturales y para captar el presunto "efecto Mercosur", existen
actividades que mantienen un balance comercial positivo con Brasil y con el resto del
mundo antes y después del Mercosur (grasas y aceites, pieles y cueros); y otros
"estructuralmente deficitarios" tanto intrazona como extrazona, integrado por
industrias como Papel, Químicos, Manufacturas de Piedra, Máquinas y aparatos
eléctricos, Plásticos y Textiles (este último con algunas excepciones).
Material de transporte -que en buena parte de los bienes que lo integran posee un régimen
de comercio administrado- logró transformar en superavitario su previamente deficitario
saldo comercial; mientras que sólo dos sectores -que no admiten dudas sobre su capacidad
competitiva- como Alimentos y Metales comunes, podrían argumentar alguna
"desventaja" especial dentro del bloque, ya que muestran saldo favorable con el
resto del mundo y negativo con Brasil. En suma, el comercio intrazona no hace más que
replicar el patrón de ventajas comparativas que revela el comercio extrazona.
Pero más allá del comercio intrazona, el objetivo económico central es que el bloque
sirva como plataforma de internacionalización de nuestros productos, que la competencia
interna los prepare para ser competitivos en el resto del mundo, que es la única manera
de aspirar a un modelo de desarrollo sustentable y que provea bienestar a la región.
Al respecto, un dato auspicioso es que las exportaciones per capita de nuestro país, en
términos físicos (es decir, sin precios extraordinarios de la soja y del tipo de cambio)
y extra-Mercosur, son hoy exactamente el doble de lo que fueron en el trienio 1992-94 (por
supuesto, todo ese saldo no puede atribuirse al Mercosur, pero tampoco negarle algún
mérito), aunque obviamente estamos a mitad de camino.
En esta encrucijada, obviamente que es genuino preguntarse si la otra mitad va a ser más
fácil recorrerla desde el Mercosur o abandonando el bloque regional Se puede ensayar una
respuesta con otras preguntas:
• Si no podemos competir con los productos brasileños, al
fin y al cabo, una economía en desarrollo, como la nuestra, ¿con quién estaremos en
condiciones de competir?
• Negociando en el ALCA y en la OMC, los acuerdos de libre comercio con la
Unión Europea y con la Comunidad Andina, ¿tendríamos más poder de negociación solos o
desde el Mercosur?
• Si recuperamos la soberanía arancelaria, desandando el camino de la
unión aduanera hacia una zona de libre comercio, ¿habrá sido más estable, o más
errática?
• Si perdemos la preferencia arancelaria con Brasil, ¿en qué mercado
sustituto podríamos colocar automáticamente nuestras manufacturas industriales y
nuestras exportaciones PyMEs?
• Poner barreras al comercio intrazona, ¿tiende a radicar la inversión en
el país chico, o en el más grande?
Ello no
significa que el bloque regional esté exento de problemas. Es cierto que la unión
aduanera morigeró su ritmo de avance en los últimos años. Eso no debe sorprender ni
desesperar. Los procesos de integración no son lineales, sino meandrosos. Europa tardó
once años en constituir la unión aduanera, treinta y seis en concretar el mercado común
y cuarenta y dos en tener moneda única. Han pasado "apenas" trece años desde
el Tratado de Asunción. Reacciones pendulares que promuevan la reversión del proceso
restan credibilidad, por ejemplo, ante inversores externos e internos, y afectan las
virtudes dinámicas de la integración (por ejemplo, en la generación de empleos).
También es cierto que el Mercosur carece de una estrategia armonizada que potencie el
desarrollo industrial equitativo de todos los miembros. No tenemos un mecanismo eficaz de
coordinación macroeconómica, que por ejemplo administre el comercio ante desequilibrios
transitorios de algunos de los miembros (que aunque sean temporales, pueden ocasionar
daños permanentes en la estructura productiva de los demás socios), ni tampoco una
estrategia cooperativa de incentivos a la inversión, a la producción y a las
exportaciones, que no es un problema menor a la hora de emitir las señales de atracción
de inversiones.
Debemos trabajar entonces en la construcción paciente de las instituciones faltantes,
pero no contaminar el debate con visiones apocalípticas sobre la integración regional,
que tanto dañan su credibilidad externa. Disolver el bloque tendría altos costos de
reputación y de capacidad de negociación, perderíamos nuestro principal mercado de
bienes industriales y de exportadores PyMEs, entre otros males. Retroceder a una zona de
libre comercio ni siquiera resolvería el conflicto de los electrodomésticos (problema de
comercio intrazona) y reabriría el debate arancelario.
En definitiva, aún con sus contramarchas, el Mercosur se ha transformado en una de las
pocas políticas de Estado de las últimas dos décadas, sobreviviendo a la transición
democrática de cinco presidentes, hiperinflaciones, devaluaciones, default, recesiones.
¿Qué otra área de la política pública puede ostentar ese récord en los últimos
dieciocho años? Quizás el patrón comercial argentino revele que nuestra industria no
cuenta aún con la competitividad suficiente para insertarse exitosamente en el mundo. En
ese contexto, aún con sus falencias, el Mercosur ha demostrado ser parte de la solución,
y no del problema.
(1)
Artículo elaborado por Hernán Lacunza, director del Centro de Economía Internacional
(CEI) de la Cancillería, incluido en "Síntesis de la Economía Real", del
Centro de Estudios para la Producción (CEP) de la Secretaría de Industria, Nº 46
, Buenos Aires, agosto de 2004. |
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