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El Producto Interno Bruto (PIB) es la variable más conocida
y utilizada para analizar la evolución de las economías, pero no es la que mejor refleja
la cantidad de recursos con que cuentan los residentes en un país para hacer frente a los
gastos que implica sostener un determinado nivel de vida.
Esto es así porque no todos los recursos que se generan internamente permanecen en el
país para ser gastados, sino que parte de ellos se transfiere al exterior en concepto de remuneración
a factores de producción de propiedad de residentes en el resto del mundo.
Así, los residentes de un país determinado remiten recursos en concepto de remuneración
de factores a residentes en el extranjero, tales como los pagos en concepto de intereses
por las deudas de residentes con el resto del mundo (netos de los cobros por las
acreencias con el resto del mundo) y las remesas de utilidades de las empresas extranjeras
radicadas en ese país (netas de las correspondientes a empresas de ese país que están
radicadas en el exterior).
Pero esto no es todo. En los últimos años ha ganado importancia en muchos países de
nuestra región la recepción de recursos correspondientes a remesas de dinero que
los trabajadores migrantes envían a sus familias. Estos son recursos que aunque
se generan en otro país y por lo tanto no están incluidos en el cálculo del PIB, forman
parte de las disponibilidades de los residentes para solventar los gastos en los que deben
incurrir o, alternativamente, destinar al ahorro. Medidos en precios corrientes, estos
recursos y las donaciones del exterior que recibe un país también forman parte del
Ingreso Nacional Bruto (YNB).
Si la medición se realiza a precios constantes, que es la forma más habitual y correcta
de monitorear la evolución de los niveles de vida de la población en su conjunto, es
necesario considerar un efecto adicional. Se trata del impacto de los términos de
intercambio -es decir del precio medio de las exportaciones en relación con el
precio medio de las importaciones- sobre la capacidad de compra de las exportaciones de un
país en términos de las importaciones que debe realizar. Dado un volumen físico de
exportaciones, una mejora de los términos de intercambio implica que las divisas
provenientes de esas ventas al exterior van a poder comprar un volumen de importaciones
mayor. Por lo tanto, debemos considerar este efecto para medir más ajustadamente la
cantidad de recursos con que cuentan los residentes en un país para solventar su gasto de
consumo o inversión, o bien para ahorrar.
Dos elementos surgen claramente cuando se analiza la evolución de las transferencias
netas de utilidades y dividendos, de las rentas del trabajo y del pago neto de intereses
externos efectuados por América Latina y el Caribe a lo largo de los últimos 55 años.
El primero de ellos es que la región tuvo que duplicar a partir de los años 80 el envío
de recursos al exterior en comparación con lo que sucedía desde el año 1950 hasta
entonces, pasando de transferir alrededor del 1,5% del PIB a un porcentaje que fluctuó en
torno al 3% del PIB. Esto implica que los residentes de la región tuvieron que resignar
un punto y medio adicional del PIB que, en lugar de ser utilizado para aumentar el
bienestar de los residentes, tuvo que ser remitido a otros países.
El otro elemento destacado es el fuerte aumento de la participación de los pagos por
intereses a partir de los años 80, como consecuencia no sólo del mayor endeudamiento en
el que incurrieron los países de la región sino también del aumento de las tasas de
interés internacionales. A partir de la década del 90 y como consecuencia de los
procesos de privatización de empresas públicas, que en gran medida fueron adquiridas por
empresas extranjeras, comenzaron a recuperar participación las transferencias al resto
del mundo en concepto de utilidades y dividendos.
Las transferencias de recursos en concepto de pagos de renta a factores productivos del
resto del mundo (intereses y/o utilidades) no sólo eran menores antes de la década de
los 80, sino que en los años 50 eran más que compensadas por el efecto positivo de los
términos de intercambio favorables a la región. Este efecto fue, con la excepción del
aumento del precio del petróleo en los años 70, claramente decreciente y se tornó
negativo a partir de los 80 y continuó con ese signo hasta que volvió a ser favorable
para América Latina y el Caribe en el año 2004.
En la segunda mitad de la década de los 80 (la llamada ¨década perdida¨) la región
llegó a transferir recursos al exterior por alrededor del 4% del PIB como consecuencia
del efecto conjunto de los pagos de renta a factores productivos del exterior y de la
pérdida del poder de compra de sus exportaciones.
A partir de los años 80 y como consecuencia de la emigración creciente de residentes de
la región hacia países desarrollados, comienzan a ganar importancia las remesas
familiares, que vienen creciendo en los últimos 25 años y equivalen actualmente a
alrededor del 2% del PIB. Teniendo en cuenta la persistencia del proceso migratorio, puede
decirse que los recursos provenientes de las remesas constituyen, junto con el pago neto a
factores de producción de propiedad de no residentes, el componente estructural y
relativamente estable de la diferencia entre el PIB y el YNB.
La conjunción del impacto del ingreso de recursos en concepto de remesas familiares y de
la persistencia de la favorable relación de precios del intercambio comercial, derivó en
uno de los aspectos más notorios del desempeño económico de la región en los dos
últimos años: el Ingreso Nacional Bruto disponible de América Latina y el Caribe ha
crecido más que el PIB. En dólares constantes del 2000, el YNB disponible regional
aumentó 7,1% en 2004 y 5,9% en 2005, frente a un aumento del PIB regional de 5,9% y 4,5%,
respectivamente. En el período 2003-2005 el YNB disponible acumuló un alza de 16% frente
al 12,8% de incremento acumulado en el producto interno bruto regional.
Para finalizar es necesario puntualizar que una estimación más precisa de la evolución
del bienestar debería considerar el crecimiento poblacional,
para ver entre cuántos se reparte el ingreso, y algún indicador de la distribución
del ingreso, que permita evaluar cómo se reparte. Vale la pena resaltar que el
ingreso por habitante ha vuelto a crecer después de alrededor de 25 años de
estancamiento, período en el cual, además, la distribución del ingreso se deterioró
fuertemente, con la consecuente detracción al bienestar de los habitantes de nuestra
región.
(1)
Extracto del artículo de Osvaldo Kacef y Sandra Manuelito, publicado en ¨Notas de la
CEPAL¨, Nº 47, Santiago de Chile, agosto 2006. |
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