Informe Económico de Coyuntura

Nº 301 - Octubre 2009 - AÑO 28

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La crisis económica internacional y el papel del G-20. (1)

La crisis económica internacional y el papel del G-20. (1)

La segunda reunión cumbre del Grupo de los 20 en Londres, realizada el 2 de abril de 2009, arrojó resultados positivos, aunque todavía modestos con vistas a resolver la crisis y dar lugar a un crecimiento sustentable a largo plazo. Los resultados concretos se relacionan con el compromiso de los miembros de contribuir a la recuperación de la demanda global, mediante la capitalización de los organismos financieros multilaterales y la ejecución de medidas fiscales y monetarias domésticas. En esta segunda reunión se adoptaron o comprometieron medidas efectivas y se acordó avanzar en la reforma de los organismos multilaterales de crédito y la reestructuración regulatoria y de supervisión del sistema financiero internacional. La cuestión de mayor importancia es de carácter institucional, ya que se dispone otorgar al G-20 y al Consejo de Estabilidad Financiera, recientemente formado, la conducción política de gestión de la crisis y del diseño e instrumentación de las reformas propuestas.

Diagnóstico de la crisis internacional
Uno de los principales problemas que se presentan para avanzar en la solución de la crisis es de diagnóstico. Una corriente de opinión sostiene que su origen tiene que ver con la falta de supervisión y de regulaciones apropiadas del sistema financiero, circunstancia que no permitió controlar adecuadamente el crecimiento de la burbuja especulativa, estimulada por las bajas tasas de interés de principios de siglo en los Estados Unidos. En realidad, esa corriente no tiene en cuenta que el diferencial de tasas de interés de dicho país con relación a otros mercados desarrollados y, particularmente, a los en desarrollo, tiene una larga trayectoria y se relaciona con la falta de disciplina monetaria y fiscal, posibilitada por la inconvertibilidad del dólar desde 1970.

La potestad de emitir moneda de reserva y de recurrir al endeudamiento público y al aumento del crédito sin limitaciones, mientras el mercado interno y el del resto del mundo está dispuesto a atesorar en dólares de los Estados Unidos, dio lugar a la fuerte expansión del gasto público, de la oferta de moneda y del déficit fiscal en dicho país. La expansión del gasto respondió a diversas razones, algunas de ellas de carácter político, alejadas de la demanda del mercado por bienes públicos, mientras que la creciente liquidez mantuvo las tasas de interés en dólares por debajo de las vigentes en el resto del mundo. A pesar de los diferenciales de tasas de interés, el ahorro internacional en moneda estadounidense tuvo un crecimiento exponencial, basado en la seguridad o cobertura que brindaba el atesoramiento en moneda de reserva. La consecuencia del desenvolvimiento señalado fue el aumento gradual de la diferencia entre los coeficientes de ahorro e inversión internos de los Estados Unidos, reflejado en los crecientes déficit de balanza de pagos y fiscal.

El sector financiero empleó la creciente liquidez en la promoción y expansión del crédito y, por tanto, del endeudamiento y consumo privados. Internacionalmente actuó como cadena de transmisión, colocando préstamos y aumentando los beneficios por diferenciales de tasas de interés para, a su vez, continuar multiplicando la masa de recursos prestables. El aumento del consumo basado en el crédito y la asignación de recursos impulsada por la orientación del gasto hacia sectores no vinculados con la demanda de consumo, propició, a su vez, la multiplicación de las importaciones desde los principales socios comerciales del país, en primer lugar de China, Japón y otros países del Sudeste de Asia y, en menor medida, de Europa. Esos países, por su estructura económica, estaban en condiciones de abastecer la creciente y diversificada demanda de la primera economía del mundo, la que se vio cada vez menos correspondida por la evolución de la oferta interna o el aumento de las exportaciones.

La posibilidad de expandir el crédito llegó a su fin al sobrepasar la capacidad de repago de un número creciente de consumidores en los Estados Unidos, hecho que se visualizó con el aumento de las tasas de interés verificado a partir de 2005. Los quebrantos de las hipotecas no fueron sino la manifestación de la imposibilidad de hacer frente a esas y otras deudas de parte de un sector considerable de la población. A medida que los quebrantos fueron aumentando, incidieron sobre el valor de los activos o colaterales de los bancos, impulsando fusiones y quiebras de esas instituciones y finalmente, su rescate por parte del Estado. A nivel internacional, la difusión de paquetes financieros conteniendo créditos incobrables diseminó la crisis a Europa y Japón. La caída del crédito y la consiguiente disminución del consumo y la inversión hicieron el resto; la crisis que en un principio se creyó financiera, no es sino una crisis de la economía real, que se ha extendido a la mayoría de los países del planeta, incluyendo a los en desarrollo.

El dilema de la recuperación
Las soluciones para resolver la crisis deben partir de un claro diagnóstico respecto a sus orígenes, esto es, la distorsión en los patrones de consumo e inversión que provocaron las políticas económicas a que se ha hecho mención y la complicidad de disciplinas asimétricas a nivel internacional. En este último caso, como lo ha afirmado el G-20, no hubo supervisión ni exigencias por parte del Fondo Monetario Internacional sobre los actores de mayor peso económico, en particular de aquellos emisores de moneda reserva internacional.

El propósito de restaurar la demanda global y la transferencia de recursos anterior a la crisis ya no es más sostenible. Esta es una primera constatación que demanda de importantes cambios en la distribución del ingreso entre países y al interior de los países. Por otro lado, se presenta el interrogante de cómo se paga y quién paga la tremenda deuda financiera que se ha acumulado y se sigue acumulando para evitar que la recesión se transforme en depresión.

El ajuste exigido por el cambio de paradigma se visualiza en las diferencias de posición en el seno del G.20. Existe conciencia, aunque no acuerdo, sobre la necesidad de asegurar la sustentabilidad monetaria y fiscal de los paquetes de ayuda. De no lograrse esa sustentabilidad, gran parte del costo o pago por las políticas de expansión de la demanda no podrá producirse sino a través de una fuerte depreciación monetaria o de una deuda del Tesoro de Estados Unidos y de otros países de la OCDE que no podrá ser reembolsada y que, por tanto, se reflejará tarde o temprano en el valor de sus monedas. Frente a esa opción de transferencia de los costos al resto del mundo, que no haría sino aumentar la disparidad de ingresos nacionales, se presenta otro escenario de discusión, que está surgiendo gradualmente dentro del G-20. Se trata del esfuerzo equitativo de la comunidad internacional y de la mitigación del impacto negativo sobre los países en desarrollo.

Este último escenario supone el equilibrio global a un nivel de demanda agregada menor al registrado en los años recientes y una asignación de recursos que sea compatible con los requerimientos sociales, particularmente de los sectores postergados de la población mundial, en lo que respecta a alimentación, vivienda, acceso al agua potable, transporte, salud y medio ambiente sustentable. Exige una profunda reforma estructural en los países de la OCDE.

(1) Extracto del trabajo de Néstor E. Stancanelli, publicado en ¨Revista del CEI. Comercio Exterior e Integración¨, Nº 14, Centro de Economía Internacional, Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, Buenos Aires, abril de 2009.