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La segunda reunión cumbre del Grupo de los 20 en Londres,
realizada el 2 de abril de 2009, arrojó resultados positivos, aunque todavía modestos
con vistas a resolver la crisis y dar lugar a un crecimiento sustentable a largo plazo.
Los resultados concretos se relacionan con el compromiso de los miembros de contribuir a
la recuperación de la demanda global, mediante la capitalización de los organismos
financieros multilaterales y la ejecución de medidas fiscales y monetarias domésticas.
En esta segunda reunión se adoptaron o comprometieron medidas efectivas y se acordó
avanzar en la reforma de los organismos multilaterales de crédito y la reestructuración
regulatoria y de supervisión del sistema financiero internacional. La cuestión de mayor
importancia es de carácter institucional, ya que se dispone otorgar al G-20 y al Consejo
de Estabilidad Financiera, recientemente formado, la conducción política de gestión de
la crisis y del diseño e instrumentación de las reformas propuestas.
Diagnóstico
de la crisis internacional
Uno de los principales problemas que se presentan para avanzar en la solución de la
crisis es de diagnóstico. Una corriente de opinión sostiene que su origen tiene que ver
con la falta de supervisión y de regulaciones apropiadas del sistema financiero,
circunstancia que no permitió controlar adecuadamente el crecimiento de la burbuja
especulativa, estimulada por las bajas tasas de interés de principios de siglo en los
Estados Unidos. En realidad, esa corriente no tiene en cuenta que el diferencial de tasas
de interés de dicho país con relación a otros mercados desarrollados y,
particularmente, a los en desarrollo, tiene una larga trayectoria y se relaciona con la
falta de disciplina monetaria y fiscal, posibilitada por la inconvertibilidad del dólar
desde 1970.
La potestad de emitir moneda de reserva y de recurrir al endeudamiento público y al
aumento del crédito sin limitaciones, mientras el mercado interno y el del resto del
mundo está dispuesto a atesorar en dólares de los Estados Unidos, dio lugar a la fuerte
expansión del gasto público, de la oferta de moneda y del déficit fiscal en dicho
país. La expansión del gasto respondió a diversas razones, algunas de ellas de
carácter político, alejadas de la demanda del mercado por bienes públicos, mientras que
la creciente liquidez mantuvo las tasas de interés en dólares por debajo de las vigentes
en el resto del mundo. A pesar de los diferenciales de tasas de interés, el ahorro
internacional en moneda estadounidense tuvo un crecimiento exponencial, basado en la
seguridad o cobertura que brindaba el atesoramiento en moneda de reserva. La consecuencia
del desenvolvimiento señalado fue el aumento gradual de la diferencia entre los
coeficientes de ahorro e inversión internos de los Estados Unidos, reflejado en los
crecientes déficit de balanza de pagos y fiscal.
El sector financiero empleó la creciente liquidez en la promoción y expansión del
crédito y, por tanto, del endeudamiento y consumo privados. Internacionalmente actuó
como cadena de transmisión, colocando préstamos y aumentando los beneficios por
diferenciales de tasas de interés para, a su vez, continuar multiplicando la masa de
recursos prestables. El aumento del consumo basado en el crédito y la asignación de
recursos impulsada por la orientación del gasto hacia sectores no vinculados con la
demanda de consumo, propició, a su vez, la multiplicación de las importaciones desde los
principales socios comerciales del país, en primer lugar de China, Japón y otros países
del Sudeste de Asia y, en menor medida, de Europa. Esos países, por su estructura
económica, estaban en condiciones de abastecer la creciente y diversificada demanda de la
primera economía del mundo, la que se vio cada vez menos correspondida por la evolución
de la oferta interna o el aumento de las exportaciones.
La posibilidad de expandir el crédito llegó a su fin al sobrepasar la capacidad de
repago de un número creciente de consumidores en los Estados Unidos, hecho que se
visualizó con el aumento de las tasas de interés verificado a partir de 2005. Los
quebrantos de las hipotecas no fueron sino la manifestación de la imposibilidad de hacer
frente a esas y otras deudas de parte de un sector considerable de la población. A medida
que los quebrantos fueron aumentando, incidieron sobre el valor de los activos o
colaterales de los bancos, impulsando fusiones y quiebras de esas instituciones y
finalmente, su rescate por parte del Estado. A nivel internacional, la difusión de
paquetes financieros conteniendo créditos incobrables diseminó la crisis a Europa y
Japón. La caída del crédito y la consiguiente disminución del consumo y la inversión
hicieron el resto; la crisis que en un principio se creyó financiera, no es sino una
crisis de la economía real, que se ha extendido a la mayoría de los países del planeta,
incluyendo a los en desarrollo.
El
dilema de la recuperación
Las soluciones para resolver la crisis deben partir de un claro diagnóstico respecto a
sus orígenes, esto es, la distorsión en los patrones de consumo e inversión que
provocaron las políticas económicas a que se ha hecho mención y la complicidad de
disciplinas asimétricas a nivel internacional. En este último caso, como lo ha afirmado
el G-20, no hubo supervisión ni exigencias por parte del Fondo Monetario Internacional
sobre los actores de mayor peso económico, en particular de aquellos emisores de moneda
reserva internacional.
El propósito de restaurar la demanda global y la transferencia de recursos anterior a la
crisis ya no es más sostenible. Esta es una primera constatación que demanda de
importantes cambios en la distribución del ingreso entre países y al interior de los
países. Por otro lado, se presenta el interrogante de cómo se paga y quién paga la
tremenda deuda financiera que se ha acumulado y se sigue acumulando para evitar que la
recesión se transforme en depresión.
El ajuste exigido por el cambio de paradigma se visualiza en las diferencias de posición
en el seno del G.20. Existe conciencia, aunque no acuerdo, sobre la necesidad de asegurar
la sustentabilidad monetaria y fiscal de los paquetes de ayuda. De no lograrse esa
sustentabilidad, gran parte del costo o pago por las políticas de expansión de la
demanda no podrá producirse sino a través de una fuerte depreciación monetaria o de una
deuda del Tesoro de Estados Unidos y de otros países de la OCDE que no podrá ser
reembolsada y que, por tanto, se reflejará tarde o temprano en el valor de sus monedas.
Frente a esa opción de transferencia de los costos al resto del mundo, que no haría sino
aumentar la disparidad de ingresos nacionales, se presenta otro escenario de discusión,
que está surgiendo gradualmente dentro del G-20. Se trata del esfuerzo equitativo de la
comunidad internacional y de la mitigación del impacto negativo sobre los países en
desarrollo.
Este último escenario supone el equilibrio global a un nivel de demanda agregada menor al
registrado en los años recientes y una asignación de recursos que sea compatible con los
requerimientos sociales, particularmente de los sectores postergados de la población
mundial, en lo que respecta a alimentación, vivienda, acceso al agua potable, transporte,
salud y medio ambiente sustentable. Exige una profunda reforma estructural en los países
de la OCDE.
(1) Extracto del trabajo de Néstor E. Stancanelli, publicado en ¨Revista
del CEI. Comercio Exterior e Integración¨, Nº 14, Centro de Economía Internacional,
Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, Buenos Aires, abril
de 2009. |
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