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Publicaciones - Universo Económico

UE Nº 67 - Junio 2003
Nota de Tapa
El campo: economía y agromanagement
En la actualidad se encuentran bajo análisis hipótesis sobre los posibles umbrales de productividad física en el mediano plazo de la producción de granos o de los stocks de carne que hace muy poco tiempo habrían sido consideradas desatinadas, pero que ahora llevan consigo la ilusión y la esperanza de la reactivación. Sin embargo, el interrogante a plantearse es si el resto de la economía, incluidas las herramientas de política económica, está dispuesta a acompañar a estas hipótesis.
Autor: Dr. Fernando Bujanda
Miembro de la Comisión Actuación Profesional en Empresas Agropecuarias

 

La República Argentina se encuentra en un momento crucial. Nuevas autoridades nacionales acaban de asumir la conducción de los destinos del país, y lo hacen en tiempos de una elevada incertidumbre de los agentes económicos, que se origina en la delicada situación económica y social, más allá de la aparición de los primeros síntomas de reanimación.

El escenario mundial también posee una trama sensibilizada, globalización mediante. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 agravaron la desaceleración de la actividad de la economía norteamericana -fenómeno este tardíamente reconocido- colocándola hoy en camino al ingreso a un período recesivo, más la complicación de la impopular guerra en Irak. Señales similares comienza a enfrentar Alemania, motor de la economía de la Unión Europea.


En este contexto, los hechos acontecidos durante los últimos años en nuestro país dejaron como consecuencia una economía con una serie de fuertes transformaciones estructurales. La situación del sistema financiero, el nivel de desempleo y su efecto sobre la problemática social, la deuda pública, el régimen cambiario, el regreso del proceso de sustitución de importaciones, son solo algunas pruebas de ello. Pero seguramente el más profundo cambio sea el que muestra el acentuado grado de primarización de nuestra economía actual.


Frente a los avances que en esa estructura habían ubicado a la actividad industrial y a la de servicios como más relevantes, con una fuerte tendencia a la concentración empresaria, el nuevo escenario económico nacional ha generado un reposicionamiento del sector primario con el campo a la cabeza del mismo.

El protagonismo de las exportaciones

Este proceso posee como principal consecuencia visible la revalorización de las exportaciones, que se espera alcancen este año los 28.500 millones de dólares. Comprende un doble carácter: por un lado, como fuente de ingreso de divisas, con el correspondiente efecto estabilizador sobre el mercado cambiario a la luz de los próximos requerimientos externos, y, por el otro, por el aumento de la recaudación fiscal, originada tanto en los ingresos por tributos tradicionales como así también en las retenciones a las exportaciones, constituidas hoy en un fuerte sostén de dicha recaudación.


Ahora bien, esta situación no tiene orígenes recientes ni únicamente motivados en las modificaciones al régimen cambiario posconvertibilidad, ni solamente como consecuencias visibles de las mencionadas. En realidad, el sector agropecuario viene ya desde hace muchos años trabajando activamente en la incorporación de nuevas tecnologías productivas, hecho que explica casi el 70% de la evolución de la productividad física en los últimos años.


En ese proceso, el campo ha actuado y actúa como el más activo comprador de los nuevos desarrollos e innovaciones tecnológicas, y como proveedor central de quienes efectúan nuestras exportaciones, ya sea en granos, ya sea en MOA (Manufacturas de Origen Agropecuario).


Esta incorporación ha sido a su vez muy costosa para el agro. La actividad agropecuaria es en sí capital intensiva, con fuertes requerimientos financieros tanto en activos fijos como en capital de trabajo. Pero debemos agregar que suele enfrentar elevados costos financieros por ser una rama de actividad fuertemente constituida por las PyME, de capitales nacionales, que tuvieron poca o nula posibilidad de poder recurrir a fuentes internacionales de financiación, de tan bajo costo durante los últimos años.


Este esfuerzo ha sido realizado en el entorno propio del negocio agropecuario, esto es, en escenarios con riesgo climático e incertidumbre de precios, con ciclos productivos largos, todo ello siempre contemplado en el momento de la fijación de la tasa de interés, y solo ha sido atenuado parcialmente por la posibilidad de la financiación obtenida a través de la operatoria de canje.


Si sumamos largas épocas con reducidos niveles de rentabilidad sectorial, ausencia de políticas económicas activas, y hasta el haber debido enfrentar inmovilizaciones financieras originadas en excedentes de créditos fiscales, queda claramente de manifiesto el coraje empresario del hombre de campo en la fase emprendida.

El resultado de ese proceso de actualización tecnológica se encuentra claramente a la vista hoy, en la visualización de una producción altamente competitiva desde lo tecnológico a nivel internacional y capaz de enfrentar comercialmente la cadena casi inmoral de los subsidios agrícolas, que en diferentes formas fijan los países desarrollados, y que ascienden aproximadamente a 360.000 millones de dólares anuales.

Los desafíos

Los desafíos que se le plantean al sector son altamente interesantes. En la actualidad se encuentran bajo análisis hipótesis sobre los posibles umbrales de productividad física en el mediano plazo de, por ejemplo, la producción granaria, o de stocks o producción de carne, o de oportunidades productivas para las economías regionales, que hace muy poco tiempo habrían sido consideradas desatinadas, pero que ahora llevan consigo la ilusión y la esperanza de la reactivación.


Sin embargo, el interrogante a plantearse es si el resto de la economía, incluidas las herramientas de política económica, está dispuesto a acompañar esas hipótesis.


¿Puede el campo argentino producir 100 millones de toneladas de granos en los próximos años, con la problemática existente, por ejemplo, en materia de infraestructura vial o hídrica, de comunicaciones o ferroviarias? ¿No será hora de pensar en convertir inundaciones en riego?


¿Es factible mejorar el perfil de nuestras exportaciones de carne sin un sistema homologado e integral de trazabilidad, que permita garantizar la identificación agroalimentaria que hoy requieren los consumidores del mundo?


Mas allá de regularizar nuestra deuda pública, ¿hay posibilidades serias de mejorar nuestra inserción comercial internacional sin asumir alguna posición estratégica frente a la situaciones Mercosur, Alca, UE, o simplemente de acceder a nuevos mercados, o poder luchar contra los subsidios sin estas definiciones?


¿Vamos a encarar este proceso, esta etapa de la vida económica nacional, con este sistema tributario, tan cuestionable en términos de la elevada presión fiscal, con las retenciones a las exportaciones a la cabeza del cuestionamiento? Este complicado sistema, con algunos tributos tan distorsivos, ¿cumple con el precepto constitucional de equidad? ¿No habrá que pensar en los tributos, no exclusivamente en términos de recursos fiscales, sino también como una herramienta motorizadora del crecimiento? ¿No es necesario creer que la tan aclamada seguridad jurídica también pasa por no alterar las reglas del juego en materia impositiva, generalizando, por ejemplo, principios tributarios como el de la estabilidad fiscal, ya vigentes para algún sector?

Motor de crecimiento

Solo se mencionan algunos aspectos que debieran ser tenidos en cuenta en una nación que tenga aspiraciones serias de crecer, y existen ya algunos caminos iniciados. Pero esa nación en la que todos deseamos vivir necesitará imperiosamente fijar políticas de Estado. Esas políticas, para ser tales, necesitan consensos entre los diferentes actores participantes y estar diagramadas con una visión estratégica. Aguardamos esperanzados que las autoridades, dirigentes y empresarios asuman este compromiso.


Ahora bien, observemos a la agroempresa, sus posibilidades potenciales y su contexto. La globalización y los cambios tecnológicos han generado transformaciones ciertamente profundas y vertiginosas.


¿Qué implican estas transformaciones? Básicamente, que el negocio agropecuario se ha convertido, por varios motivos, en un negocio difícil, dinámico y complejo. Las tecnologías utilizadas, la complejidad creciente de los mercados lo hacen así. Biotecnología, organismos genéticamente modificados, impacto ambiental, seguridad agroalimentaria, fideicomisos, futuros y opciones, tipificación comercial, siembra directa, retenciones, etc., son hoy términos de uso habitual en la agroempresa. En este entorno, la respuesta productiva, como ya se ha mencionado, ha sido de excelencia con los efectos laterales multiplicadores.


Estos aspectos nos derivan a la necesidad de actualizar el perfil de la gestión en la empresa agropecuaria por una razón fundamental: el gerenciamiento es un factor constructor del destino empresario y, por ende, de sus resultados.


Allí es donde se encuentra el otro desafío de la agroempresa, y ésta es la oportunidad, el momento adecuado para incorporar el agromanagement. Este es definido como un esquema gerencial que posee cualidades y calidades de gestión estratégica, empresarialmente profesionalizado; incluye actitudes funcionales que parten desde la responsabilidad de asumir el liderazgo empresario y alcanza, entre otras, a la capacitación, la gestión de la información, la construcción de escenarios y la proyección en ellos con el objetivo esencial de crear el marco de acción y decisión empresarial que, adecuada a las actuales exigencias, permita asegurar una eficiente y eficaz conversión de productividad en rentabilidad, conversión que sea sostenible y sustentable en el largo plazo.


Estos son los desafíos y estos, los compromisos a asumir para superarlos. Solo así el campo podrá continuar siendo un motor de crecimiento del país a partir de la asunción de nuestras propias responsabilidades. La de las autoridades, en continuar aquellos caminos ya iniciados, y generando las políticas propicias, y nuestra responsabilidad, la de los que profesamos la religión del campo, los que debemos asumir que desarrollar el agromanagement es como la obligación de oír misa.

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