La República
Argentina se encuentra en un momento crucial. Nuevas autoridades nacionales acaban de
asumir la conducción de los destinos del país, y lo hacen en tiempos de una elevada
incertidumbre de los agentes económicos, que se origina en la delicada situación
económica y social, más allá de la aparición de los primeros síntomas de
reanimación.
El escenario mundial también posee una trama sensibilizada, globalización mediante. Los
atentados del 11 de septiembre de 2001 agravaron la desaceleración de la actividad de la
economía norteamericana -fenómeno este tardíamente reconocido- colocándola hoy en
camino al ingreso a un período recesivo, más la complicación de la impopular guerra en
Irak. Señales similares comienza a enfrentar Alemania, motor de la economía de la Unión
Europea.
En este contexto, los hechos acontecidos durante los últimos años en nuestro país
dejaron como consecuencia una economía con una serie de fuertes transformaciones
estructurales. La situación del sistema financiero, el nivel de desempleo y su efecto
sobre la problemática social, la deuda pública, el régimen cambiario, el regreso del
proceso de sustitución de importaciones, son solo algunas pruebas de ello. Pero
seguramente el más profundo cambio sea el que muestra el acentuado grado de
primarización de nuestra economía actual.
Frente a los avances que en esa estructura habían ubicado a la actividad industrial y a
la de servicios como más relevantes, con una fuerte tendencia a la concentración
empresaria, el nuevo escenario económico nacional ha generado un reposicionamiento del
sector primario con el campo a la cabeza del mismo.El protagonismo de las exportaciones
Este proceso posee como principal consecuencia visible la revalorización de las
exportaciones, que se espera alcancen este año los 28.500 millones de dólares. Comprende
un doble carácter: por un lado, como fuente de ingreso de divisas, con el correspondiente
efecto estabilizador sobre el mercado cambiario a la luz de los próximos requerimientos
externos, y, por el otro, por el aumento de la recaudación fiscal, originada tanto en los
ingresos por tributos tradicionales como así también en las retenciones a las
exportaciones, constituidas hoy en un fuerte sostén de dicha recaudación.
Ahora bien, esta situación no tiene orígenes recientes ni únicamente motivados en las
modificaciones al régimen cambiario posconvertibilidad, ni solamente como consecuencias
visibles de las mencionadas. En realidad, el sector agropecuario viene ya desde hace
muchos años trabajando activamente en la incorporación de nuevas tecnologías
productivas, hecho que explica casi el 70% de la evolución de la productividad física en
los últimos años.
En ese proceso, el campo ha actuado y actúa como el más activo comprador de los nuevos
desarrollos e innovaciones tecnológicas, y como proveedor central de quienes efectúan
nuestras exportaciones, ya sea en granos, ya sea en MOA (Manufacturas de Origen
Agropecuario).
Esta incorporación ha sido a su vez muy costosa para el agro. La actividad agropecuaria
es en sí capital intensiva, con fuertes requerimientos financieros tanto en activos fijos
como en capital de trabajo. Pero debemos agregar que suele enfrentar elevados costos
financieros por ser una rama de actividad fuertemente constituida por las PyME, de
capitales nacionales, que tuvieron poca o nula posibilidad de poder recurrir a fuentes
internacionales de financiación, de tan bajo costo durante los últimos años.
Este esfuerzo ha sido realizado en el entorno propio del negocio agropecuario, esto es, en
escenarios con riesgo climático e incertidumbre de precios, con ciclos productivos
largos, todo ello siempre contemplado en el momento de la fijación de la tasa de
interés, y solo ha sido atenuado parcialmente por la posibilidad de la financiación
obtenida a través de la operatoria de canje.
Si sumamos largas épocas con reducidos niveles de rentabilidad sectorial, ausencia de
políticas económicas activas, y hasta el haber debido enfrentar inmovilizaciones
financieras originadas en excedentes de créditos fiscales, queda claramente de manifiesto
el coraje empresario del hombre de campo en la fase emprendida.
El resultado de ese proceso de
actualización tecnológica se encuentra claramente a la vista hoy, en la visualización
de una producción altamente competitiva desde lo tecnológico a nivel internacional y
capaz de enfrentar comercialmente la cadena casi inmoral de los subsidios agrícolas, que
en diferentes formas fijan los países desarrollados, y que ascienden aproximadamente a
360.000 millones de dólares anuales.
Los desafíos
Los desafíos que se le plantean al sector son altamente interesantes. En la actualidad se
encuentran bajo análisis hipótesis sobre los posibles umbrales de productividad física
en el mediano plazo de, por ejemplo, la producción granaria, o de stocks o producción de
carne, o de oportunidades productivas para las economías regionales, que hace muy poco
tiempo habrían sido consideradas desatinadas, pero que ahora llevan consigo la ilusión y
la esperanza de la reactivación.
Sin embargo, el interrogante a plantearse es si el resto de la economía, incluidas las
herramientas de política económica, está dispuesto a acompañar esas hipótesis.
¿Puede el campo argentino producir 100 millones de toneladas de granos en los próximos
años, con la problemática existente, por ejemplo, en materia de infraestructura vial o
hídrica, de comunicaciones o ferroviarias? ¿No será hora de pensar en convertir
inundaciones en riego?
¿Es factible mejorar el perfil de nuestras exportaciones de carne sin un sistema
homologado e integral de trazabilidad, que permita garantizar la identificación
agroalimentaria que hoy requieren los consumidores del mundo?
Mas allá de regularizar nuestra deuda pública, ¿hay posibilidades serias de mejorar
nuestra inserción comercial internacional sin asumir alguna posición estratégica frente
a la situaciones Mercosur, Alca, UE, o simplemente de acceder a nuevos mercados, o poder
luchar contra los subsidios sin estas definiciones?
¿Vamos a encarar este proceso, esta etapa de la vida económica nacional, con este
sistema tributario, tan cuestionable en términos de la elevada presión fiscal, con las
retenciones a las exportaciones a la cabeza del cuestionamiento? Este complicado sistema,
con algunos tributos tan distorsivos, ¿cumple con el precepto constitucional de equidad?
¿No habrá que pensar en los tributos, no exclusivamente en términos de recursos
fiscales, sino también como una herramienta motorizadora del crecimiento? ¿No es
necesario creer que la tan aclamada seguridad jurídica también pasa por no alterar las
reglas del juego en materia impositiva, generalizando, por ejemplo, principios tributarios
como el de la estabilidad fiscal, ya vigentes para algún sector?
Motor de crecimiento
Solo se mencionan algunos aspectos que debieran ser tenidos en cuenta en una nación que
tenga aspiraciones serias de crecer, y existen ya algunos caminos iniciados. Pero esa
nación en la que todos deseamos vivir necesitará imperiosamente fijar políticas de
Estado. Esas políticas, para ser tales, necesitan consensos entre los diferentes actores
participantes y estar diagramadas con una visión estratégica. Aguardamos esperanzados
que las autoridades, dirigentes y empresarios asuman este compromiso.
Ahora bien, observemos a la agroempresa, sus posibilidades potenciales y su contexto. La
globalización y los cambios tecnológicos han generado transformaciones ciertamente
profundas y vertiginosas.
¿Qué implican estas transformaciones? Básicamente, que el negocio agropecuario se ha
convertido, por varios motivos, en un negocio difícil, dinámico y complejo. Las
tecnologías utilizadas, la complejidad creciente de los mercados lo hacen así.
Biotecnología, organismos genéticamente modificados, impacto ambiental, seguridad
agroalimentaria, fideicomisos, futuros y opciones, tipificación comercial, siembra
directa, retenciones, etc., son hoy términos de uso habitual en la agroempresa. En este
entorno, la respuesta productiva, como ya se ha mencionado, ha sido de excelencia con los
efectos laterales multiplicadores.
Estos aspectos nos derivan a la necesidad de actualizar el perfil de la gestión en la
empresa agropecuaria por una razón fundamental: el gerenciamiento es un factor
constructor del destino empresario y, por ende, de sus resultados.
Allí es donde se encuentra el otro desafío de la agroempresa, y ésta es la oportunidad,
el momento adecuado para incorporar el agromanagement. Este es definido como un esquema
gerencial que posee cualidades y calidades de gestión estratégica, empresarialmente
profesionalizado; incluye actitudes funcionales que parten desde la responsabilidad de
asumir el liderazgo empresario y alcanza, entre otras, a la capacitación, la gestión de
la información, la construcción de escenarios y la proyección en ellos con el objetivo
esencial de crear el marco de acción y decisión empresarial que, adecuada a las actuales
exigencias, permita asegurar una eficiente y eficaz conversión de productividad en
rentabilidad, conversión que sea sostenible y sustentable en el largo plazo.
Estos son los desafíos y estos, los compromisos a asumir para superarlos. Solo así el
campo podrá continuar siendo un motor de crecimiento del país a partir de la asunción
de nuestras propias responsabilidades. La de las autoridades, en continuar aquellos
caminos ya iniciados, y generando las políticas propicias, y nuestra responsabilidad, la
de los que profesamos la religión del campo, los que debemos asumir que desarrollar el
agromanagement es como la obligación de oír misa. |