Eran otros tiempos
cuando comencé en esta profesión. Creía que el título venía con "un pan bajo el
brazo".
Recibirse en los años 70 u 80 implicaba tener casi asegurada una amplia gama de clientes.
Los que nos recibimos por esos años transitamos disímiles circunstancias: momentos de
esplendor en cuanto al número de clientes e ingresos, con el complemento de prestigio y
bienestar económico. En la actualidad aprendemos que las vivencias son distintas y ya no
alcanza con el título profesional para tener garantizado el trabajo, el respeto y la
solvencia.
Es probable que, cuando alguien nos consulta acerca de cómo nos va, contestemos:
"Y... enloquecido ... tengo que terminar una declaración jurada que vence pasado
mañana y quedé en entregarla hoy sin falta y después combiné una reunión a última
hora para organizar con un cliente una inspección que le van a hacer y que nos va a
llevar todo el viernes. Así que sin tiempo para nada".
La respuesta del otro no se hace esperar y generalmente es: "!!Ah!! Entonces estás
bárbaro. En estos tiempos el que tiene mucho trabajo anda fenómeno".
¿Qué responder? Es casi imposible que nos comprenda. El cambio del mercado, la
situación económica del país en los últimos años y cierta saturación por nuestra
tarea nos puede llevar a no saber qué decir o a que de la respuesta no surja la real
situación a la que nos enfrentamos.
Tenemos que prepararnos, esforzarnos más y hacer trabajos adicionales que no siempre
podemos cobrar, aun habiendo convenido con nuestros clientes una retribución especial por
esas tareas. Eso sí, ocupados, "si tenemos clientela", vamos a estar ocupados.
Si cobraremos como corresponde por nuestro trabajo, eso forma parte de otra historia,
nuestra historia.
Todo esto hace que muchas veces el día de trabajo no sea agradable y distendido, sobre
todo para los que no cuentan con apoyo de empleados y/o socios.
De todos modos, esto no debe quitarnos impulso, aunque a veces no tengamos ganas de
arrancar para el Estudio porque pensamos en lo que nos espera. Lo mejor es decidirse y
enfrentar el día.Comienza el día de trabajo
También aquí hay cambios. En las viejas épocas casi todos los contadores instalaban una
oficina y contaban con una secretaria y un cadete. Algunos comenzaban su actividad
profesional en la casa, pero era un pequeño porcentaje. Hoy se creó el homework para
darle más "realce" a este cambio laboral.
Si bien para muchos puede resultar más cómodo, otros deben hacerlo por necesidad, por no
poder absorber los gastos de una oficina. Los nuevos tiempos también han hecho que sean
frecuentes las asociaciones entre colegas para compartir gastos fijos; antes no era común
pensar en esta variante, salvo para potenciar las posibilidades de trabajo.
Bien, comenzamos la tarea: tenemos organizado el escritorio, sin cuestiones pendientes
para resolver (¿será esto una utopía?) y nos disponemos a cumplir con la agenda.
Primero tenemos una reunión de trabajo con el gerente de un importante cliente con el que
deberíamos conversar sobre la actualización de nuestros honorarios. Cuando llegue el
momento de la reunión, nos encontraremos con un nuevo interrogante. ¿Nos animaremos a
plantear ese ajuste? ¿Será el día apropiado?
Siempre sostenemos en nuestras actividades en el Consejo que hay que buscar el momento
adecuado para hacer nuestra solicitud. Pero a veces la ansiedad nos perjudica y queremos
encararlo cuanto antes.
He aquí uno de nuestros problemas: nos capacitaron para la economía, la administración,
la informática, hasta nos brindaron nociones de derecho, pero nos enseñaron poco o nada
de manejo psicológico. Sólo el tiempo y la experiencia, más alguna sugerencia de amigos
o colegas, nos pueden ayudar en la encrucijada.
Después tenemos que terminar las DDJJ de la R.G. 4120. ¿No las teníamos hechas? Sí,
pero con el viejo aplicativo, así que habrá que rehacerlas como dice la norma ... pero,
si no salió el nuevo aplicativo, y vence el lunes... ¿Para qué lo postergaron? Esta
bien, las presentamos como están y listo.
Un cliente fue a la agencia el día que salió la Resolución (en medio del vencimiento) y
le informaron que no correspondía, que esperara el nuevo aplicativo. Seguramente en ese
momento el cliente habrá pensado: "Este contador metió la pata; no está al tanto
de las novedades y nos hace perder tiempo". ¿Entenderá ahora si le explico que
pasaron dos meses y tiene que presentar lo mismo que aquella vez? No, mejor ni se lo
comento.
Y antes de irme debería preparar un presupuesto, dejando bien clara la propuesta de
honorarios para evitar futuras discusiones. Es para un posible cliente que compartiremos
en asociación con un colega amigo; no podía atenderlo solo por la complejidad del tema;
en cambio con su ayuda vamos a poder intercambiar conocimientos, repartirnos la tarea y
aprovechar su estructura, superior a la mía. Sería muy difícil encarar este trabajo sin
su colaboración y hasta podría perder el cliente.
Todo marcharía sobre ruedas si no surgieran las sorpresas. El teléfono suele ser una muy
conveniente herramienta laboral, pero, cuando estamos hasta el tope de trabajo, su sonido
despierta una gran preocupación. ¿Quién será? ¿Qué complicación traerá? Vaya a
saber por qué se teme que algún cliente nos avise que le llegó un requerimiento, una
inspección, un juicio, que tiene un problema con un empleado, que va a cerrar la empresa,
etc. Si fuéramos positivos, pensaríamos que pueden ser nuevas propuestas laborales, pero
generalmente acertamos y son problemas.
La ayuda de las nuevas
herramientas
Pero no todo se ha complicado. En materia de recaudación los organismos han agilizado su
gestión con la informática. Nuestros clientes no entienden que hay que tener tanto o
más cuidado que antes al llenar los formularios; pero algo es cierto, se nos facilitó la
parte ejecutiva de la presentación.
Hace unos años, cuando se nos terminaban las boletas para el pago de las cargas sociales,
acudíamos presurosos a un colega para pedirle alguna que le sobrara. Cuando podíamos,
pasábamos por la agencia a solicitarlas y, después de cumplir con una larga cola, al
llegar a la ventanilla, un empleado de mal carácter vociferaba: "No hay formularios,
vuelvan mañana". "Pero, si mañana vence, ¿cómo hacemos para pagar?" era
la respuesta masiva antes de emprender la resignada vuelta.
¡Hoy es distinto! Está Internet, las páginas de los organismos, los pagos virtuales.
Pero existen otros inconvenientes: hay que conectarse y no siempre es fácil.
"Yo me conecto a las 7.30: a esa ahora no tengo problemas" dirá un colega.
"Está muy lenta, voy a necesitar banda ancha", escucharemos a otro. "No,
yo voy al locutorio", dice un tercero. Claro que muchas veces debemos esperar
ansiosos la aparición de la última versión del SIJP a dos días del vencimiento, pero
esos son gajes del oficio.
Por suerte, con el advenimiento del correo electrónico, se facilitó muchísimo nuestra
actividad. Antes debíamos ubicar telefónicamente a nuestros colegas para una consulta
puntual. En cambio ahora, en la Comisión o en nuestro Consejo, por ejemplo, logramos
plantear las dudas mediante un correo sabiendo que, en el momento que le resulte posible,
algún colega del grupo nos asistirá en la consulta.
Este movimiento por Internet trajo un problema mayor: los virus informáticos.
¡Con tantos correos, llegan los virus! Es inevitable: se agregan los correos de amigos,
propaganda, asistencia técnica y en alguno viene algún gusano o cosas por el estilo.
Tardes enteras perdidas por este problema, y también información, si no se tuvo la
precaución de hacer copias de seguridad.
También produce algún cortocircuito el uso del mail: un día en que no había pasado por
el Estudio y en consecuencia no había visto los correos, llegué puntual a mi reunión de
las 17 con un colega, que me reclamó "¿Trajiste lo que te pedí?"
"No", respondí, "¿Cuándo me lo pediste?" "Hoy al mediodía por
mail. ¿No lo recibiste?" No siempre es inmediata su recepción; aunque ahora hay
celulares que permiten recibir mails. Y llegamos a otra "novedad" de los
últimos años: los celulares.
Se da por sentado que hoy en día un profesional debe tener su celular para poder
localizarlo de inmediato. La pregunta es "¿Y para que?". Si hay un teléfono
donde dejar mensajes o alguna radiollamada, ¿por qué tiene que ser al instante la
comunicación? Se entiende en el caso de una inspección abrupta o alguna situación que
requiere inmediata solución; pero en general no es así. Después sus otras derivaciones:
si toma o no los mensajes en el subterráneo, el ruido en las reuniones (¡Cómo lo
sufrimos en las actividades que organizamos!), la falta de batería. De todos modos, ha
llegado para quedarse.
Cuando la jornada se termina, si cumplimos con nuestra agenda, ordenamos los papeles,
dialogamos con los clientes, atendimos sus necesidades, cumplimos con los vencimientos y
evitamos los virus, habremos salvado la prueba: podremos, un día más,
considerarnos miembros del "selecto club de contadores". |