El término
"inversión" es utilizado frecuentemente en la Argentina. Como posee
significados diversos, lleva muchas veces a generar confusión respecto a las ideas o
conceptos que quieren ser expresados mediante esa palabra.
Los textos introductorios de la Ciencia Económica suelen diferenciar la connotación
derivada de su empleo en la microeconomía de aquella propia de la macroeconomía.
Así, en el campo de la primera de las materias citadas, el concepto alude a la
adquisición de activos productivos (1) (terrenos, edificios, instalaciones, maquinaria y equipos,
rodados, etc., bienes de uso en general), capaces de generar cierta masa de utilidad para
quien realiza la compra, en tanto que, para la segunda de las acepciones, la adquisición
de los mismos debe implicar la ampliación del aparato productivo de la economía; es
decir que, para ser considerada inversión macroeconómica, debe tratarse de bienes de
capital absolutamente nuevos para el sistema.
De ello puede concluirse que una inversión efectuada por un determinado agente económico
es susceptible de ser la contraparte de una "desinversión" de otro agente; se
verifica, en definitiva, una compensación entre ambas operaciones y la ausencia de
inversión macroeconómica debida a un no incremento del stock de capital social: así
puede entenderse que, al referirnos a la inversión macroeconómica, aludimos a ella como
"formación de capital".
A partir de aquí nos estaremos refiriendo a la última de las acepciones señaladas en la
Argentina: el crecimiento de stock de capital en nuestro país.
La idea que preside este artículo apunta a mostrar que la confusión terminológica
citada deriva de un profuso manejo no técnico del vocablo, o no muy preciso, y lleva a la
falsa apreciación de que aquí existe mucha inversión cuando, en realidad y en términos
relativos, ésta es muy pequeña.
Adicionalmente, este enredo conceptual tiende a generar expectativas sobredimensionadas
con relación al futuro de la economía por sugerir que pocos años de inversión
incremental son suficientes para arribar a instancias paradisíacas.Distintas etapas
Tradicionalmente, la economía argentina mostró una tasa de inversión del orden del 20-22%
del PBI, definiéndola como relación por cociente entre la inversión bruta
interna y el producto bruto interno, o empleando la simbología de los textos (2), Tasa
de I = (I/Y)*100.
La presencia de estos guarismos, su relativa estabilidad y su coincidencia, en general,
con los resultados de cuentas nacionales de economías desarrolladas dieron pie a suponer
que la igualdad de coeficientes era correspondida con la similitud de estadios de
evolución. Difícil era asumir que los datos de las economías avanzadas eran resultado
de haber culminado la maduración de sus respectivos procesos de desarrollo, mientras que
los relativos a nuestro país eran un indicador del agotamiento de una etapa inicial de su
proceso.
Algo semejante ocurría con la propia tasa de crecimiento de la economía, donde la
similitud de sus ritmos de variación hacía creer que se originaban en la pertenencia a
una misma categoría de países.
La situación meramente numérica cambió fuertemente con la posguerra de Malvinas. La
finalización del conflicto evidenció la profunda crisis de las finanzas públicas, lo
que obligó al Estado a reducir su participación en esta variable, de la cual era su
principal aportante y dinamizador (3). Durante los años inmediatos a dicho evento, los
indicadores de inversión macroeconómica de la Argentina se redujeron a niveles cercanos
a la mitad de los anteriores, y la tasa se ubicó en un entorno del 12-14%
del producto.
Ahora bien, como estos indicadores dan cuenta de la formación bruta de capital, se hace
necesario, para dimensionar el verdadero incremento de la capacidad productiva de un
país, tomar en cuenta la variable neteada de amortizaciones. En estos
términos, es posible hablar también de una tasa macroeconómica de amortización,
definida por cociente entre la masa correspondiente al consumo de capital y el producto
bruto, simbológicamente: (A/Y)*100.
Las estimaciones de esta tasa efectuadas en el pasado para nuestro país (4) dieron
cuenta de que el coeficiente se ubica en alrededor del 10-12% del PBI. En
estas circunstancias, las relaciones tradicionales de inversión obviamente se verían
reducidas a la mitad; serían absolutamente insuficientes como indicadores de inversión
neta y de altísima criticidad dada su cercanía a 0% del PBI en el
período posterior a Malvinas (5).
Durante la presidencia de Carlos Menem, y por impulso del proceso de privatización de
empresas públicas y de reforma del Estado, se vieron recuperados los niveles de
inversión tradicionales, es decir, que la tasa volvió a ser de alrededor de 20-22%
del PBI, lo que dio lugar a un renacimiento de ideas anteriores de igualarnos con
las potencias más desarrolladas; inclusive se llegó a manifestar pública y oficialmente
nuestro ingreso al primer mundo como sociedad.
Pero su agotamiento también provocó un retorno a los coeficientes del 12-14% (en el año
2002, 11%) como en el período postMalvinas, lo que también da pie a comprobar cómo la
tasa de inversión ha sido sostenida por el esfuerzo financiero del Estado o por la fuerza
de su capacidad de inducción de inversiones.
El discurrir de la tasa macroeconómica de inversión durante los últimos años puede ser
seguido en el gráfico ubicado a continuación, elaborado con información tomada del
Ministerio de Economía.
Los datos dan cuenta del peligro de reducción del aparato productivo argentino o, en el
mejor de los casos, de su no crecimiento, siendo éste la demostración cuantitativa, en
el ámbito de las cuentas nacionales, del estancamiento económico soportado por nuestra
sociedad.
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TASAS
DE INVERSION |
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La tasa
"necesaria" de inversión
La definición de esta tasa debe ser puramente empírica, conceptualizándola como aquella
que permita acceder a niveles de desarrollo aceptables, comparables con las de las
potencias económicas, en términos de una generación: 20-25 años;
ello, desde ya, supone una descalificación de pronósticos muy optimistas.
Atendiendo a que el desempeño de la economía argentina en las últimas décadas ha sido
deficiente, la elección de un indicador objetivo, como concreción de anhelos a alcanzar
en materia de inversión, y expresado como proporción del PBI, debe ser resultado de la
observación de experiencias internacionales cercanas y exitosas. La Argentina debe
pretender niveles de inversión muy superiores al 14% del PBI y también muy superiores a
los de su tradición histórica.
Si se toma la experiencia vivida por otras economías que han atravesado un proceso de
desarrollo reciente, por ejemplo las del Extremo Oriente, deberá aceptarse que la tasa de
inversión debería ser igual o superior al 30%. Cabe recordar que en países de esa
región (Japón, Corea del Sur, Taiwan, China, Malasia, Indonesia, Tailandia, Vietnam,
Singapur, etc.) se registraron coeficientes de hasta el 35-36%. También se debe hacer
notar que en dichas economías, al ser la edad de su parque de activos fijos muy reciente,
sus tasas de amortización son menores que aquellas que se registraron en nuestro país.
Es probable que en las economías citadas hubiera coeficientes de amortización mayores
debido a la obsolescencia de equipos por estar insertadas en una vorágine de
competitividad que obligue a ello; pero también es cierto que la obsolescencia no abarca
la totalidad del espectro productivo, sino aquellas actividades que, por estar a la
vanguardia, requieran alta rotación a fin de conservar sus posiciones relativas. Quedan
fuera de esta alternativa aquellas vinculadas a la infraestructura productiva: carreteras,
puentes, centrales hidroeléctricas, puertos, aeropuertos, etc., en las cuales, la
obsolescencia tecnológica es menos veloz que en otras, como la microinformática, nuevos
materiales, etc.
Esto hace que la Inversión Neta de esos países sea notablemente superior a la nuestra.
Ello explica nuestro retraso relativo y nuestro estancamiento productivo.
La tasa "probable"
de inversión
Si la tasa necesaria de inversión es superior al 30% del PBI, la tasa "probable",
definida como aquella que cabe esperar de acuerdo con nuestra tradición histórica, es
bastante inferior.
Esta afirmación no se encuentra avalada exclusivamente por la estadística histórica
referida a esta variable, sino que además existen condicionantes económicos que tienden
a consolidarla: finanzas públicas deterioradas, actuales niveles de utilidad en sectores
de actividad susceptibles de levantarla y una generalizada conducta desaprensiva respecto
al manejo de nuestros recursos productivos.
Por otra parte, habría que remover los argumentos recién citados para poder acceder a la
tasa necesaria.
La experiencia histórica mostró que, en tanto la Inversión Pública tuvo dinamismo y el
Sector Público fue activo promotor de la actividad económica, como en la etapa
preMalvinas o durante los primeros años de la década anterior, la Inversión Bruta Total
también evidenció "tonicidad" en su performance. Por el contrario, cuando
aquel desertó como inversor, careció de proyectos o no ofreció alternativas
estimulantes al conjunto de la sociedad, la inversión bruta interna presentó guarismos
decepcionantes, como los de los últimos años o los primeros de la década del ochenta.
Esto supone que en la estructuración de las finanzas públicas deben ser tenidas en
cuenta estas características de la evolución de la cuenta inversión bruta interna y hay
que incluir dentro de los futuros presupuestos fuertes partidas destinadas a la
inversión. Por supuesto, no es cualquier inversión, sino aquella orientada a incrementar
el capital social básico de nuestro país, aquella orientada a ampliar el aparato
productivo, aquella destinada a servir de infraestructura de la inversión privada,
aquella que induzca al inversor privado a concretar su propio proyecto.
Mientras el tratamiento de la situación de las finanzas públicas sea similar al llevado
a cabo durante los últimos años, la tasa de inversión que presentará nuestro país se
acercará fuertemente a la verificada en el mismo: cercana a la Inversión Neta negativa.
El riesgo se irá disipando a medida que la confección de los presupuestos de gastos
estatales vaya teniendo en cuenta las necesidades de consolidar la nación creada por
nuestros mayores.
Por otro lado, el proceso de reforma del Estado y privatización de empresas estatales
verificado a comienzos de la década pasada, que, como se dijo, supuso un retorno a la
tasa de inversión tradicional de la Argentina, ha tenido paradójicamente sus
consecuencias en el deterioro de las expectativas de inversión futura. Durante el proceso
privatizador, las modalidades que este adoptó implicaron el acceso a muy altas tasas de
rentabilidad para los inversores por su capital efectivamente inmovilizado; ello es como
consecuencia de haber aportado títulos públicos que pudieron ser adquiridos a valores
venales y aportados a valor nominal, como asimismo por haber recibido seguridades de altas
tasas de remisión de utilidades al exterior.
El agotamiento de este proceso supone la reducción de su tasa de ganancia media, dado que
se reduce la tasa marginal de utilidad para toda nueva inversión, sea
esta nueva o de reposición, debido a la imposibilidad de recrear las condiciones
existentes en el momento de la privatización. Es por ello que, en varios casos, las
autoridades gubernamentales, con la idea de concretar inversiones, otorgaron mayores
concesiones a las originalmente pactadas (ampliación de plazos, reducción de exigencias
de mejoras o ampliaciones, etc.) como forma de atenuar la caída de la rentabilidad media
de la inversión, aunque los resultados obtenidos, por lo que muestra el indicador del
año 2002 (11%), dan cuenta del fracaso.
El sinceramiento de esta situación ocasionará no pocos problemas a las autoridades que
la aborden y significa, para la actual conducción, mostrar una gran entereza y valentía
al haberse propuesto su renegociación.
El tercero de los pilares problemáticos tiene que ver con el manejo desaprensivo que se
hace en nuestro país de los recursos productivos, haciendo especial referencia en este
caso a los recursos de capital. Volviendo a los textos introductorios de
la macroeconomía, se señala la existencia de tres recursos fundamentales: naturales,
humanos y de capital.
En materia de recursos productivos se nota despilfarro: aparece así una conducta que no
existe ni en los países más desarrollados del planeta. El despilfarro existe a pesar de
que los agentes encargados de su cuidado, protección y/o desarrollo, dirigentes
políticos, funcionarios, etc., en el caso de ser consultados acerca de la política que
llevan a cabo respecto a esos recursos, tienden a afirmar que deben satisfacer
necesidades múltiples administrando ese recurso escaso.
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RECURSOS
PRODUCTIVOS |
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La experiencia indica
lo contrario. En cuanto a recursos naturales (T), existe una concepción
generalizada acerca de la riqueza de nuestro país, dimensionable en la superficie
cultivable, la magnitud de tierras aptas para la ganadería, la disponibilidad de
yacimientos minerales, masas boscosas, plataforma submarina, fuentes de agua dulce, etc.
Pero lo que no posee el mismo grado de generalización es el descuido de ellos que llegó
al punto de poner en peligro la propia existencia de masas boscosas patagónicas (6). También
es perceptible el aumento en la desertificación en nuestras llanuras, la dilapidación de
recursos no renovables, etc.
Respecto del recurso humano (L), también existe consenso acerca de la
riqueza potencial de la mano de obra argentina, su calificación, profesionalización,
etc. Pero los indicadores de desocupación abierta o encubierta dan cuenta de una realidad
muy distinta de la aceptada, y las deficiencias de nuestro sistema educativo, en todos los
ciclos, muestran que los problemas persistirán en el largo plazo. Aquí también hay
igualmente desaprovechamiento de capacidad productiva.
En materia de recursos de capital (K), nuestro país adopta una conducta
no menos despilfarradora que en los casos anteriores, pero más grave aquí debido a que,
por tratarse de un país no desarrollado, su nivel de desarrollo es expresión de la
falencia de capital, mostrando así en algunos casos una notoria insuficiencia.
La actitud hacia este recurso es también de destrucción, nítidamente visible en los
casos de levantamiento de ramales ferroviarios o en la fuerte reducción del número de
establecimientos industriales, como los resultados de los últimos censos económicos se
encargan de demostrar, y sin que se detecte una sincera preocupación al respecto de parte
de las autoridades de turno.
El panorama descripto más arriba contradice abiertamente la teoría económica más
elemental, ya que no se ha visto en los últimos años una articulación de políticas
tendientes a "administrar recursos escasos para atender necesidades múltiples",
sino que lo más destacado es la conducta suicida respecto
a los recursos productivos que tiende a minar nuestra constitución como
sociedad.
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(1)
Incluso, en una acepción más amplia, son incluidas compras de activos monetarios y
financieros del tipo depósitos a plazo fijo, acciones, títulos públicos, obligaciones
negociables, fondos comunes, etc.
(2) Se parte de la conocida Identidad Fundamental, cuya expresión más frecuente es:
Y = C + I + G + (X M).
(3) La Inversión pública representaba en ese entonces alrededor del 60% de la inversión
total e inducía fuertemente al 40% restante (inversión privada).
(4) El autor de este trabajo realizó un estudio sobre el tema: INFORME SOBRE LA
CUENTA CAPITAL, que fuera continuado por Beatriz Iancilovici y Samuel
Goldberg.
(5) En nuestro estudio anteriormente citado, para algunos sectores de actividad productiva se
detectaron situaciones de peligro de reducción neta del stock de capital empleado; esto
quiere decir situaciones cercanas a la Inversión Neta negativa.
(6) Es conocida la desidia de la funcionaria encargada de preservarlos, que rehusaba atacar
los incendios forestales con lacónicos argumentos, como "no es mi jurisdicción" o
parecidos. |
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