A pesar de que
el producto brasileño no crecerá durante el 2003, el consenso de los economistas hoy se
inclina por vaticinar un mejoramiento del mayor mercado de la región para los próximos
meses. En este análisis, Mailson Da Nóbrega, uno de los economistas más prestigiosos de
Brasil, da su visión para el futuro del gobierno de Lula.
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El gobierno de Lula
continúa ganando popularidad a pesar de las malas noticias de la economía (impuestos
elevados, disminución del PBI y aumento del desempleo).
Una reciente investigación de una consultora dice que su luna de miel debe extenderse
hasta el momento más difícil de las tramitaciones de las reformas en el congreso,
comprobando "que el gobierno ha sido muy competente en la administración de su
imagen". Por lo que se vio de la participación de Lula en la reunión del G-8 en
Evian, Francia, esa competencia se opera también en sus declaraciones en el exterior
aunque son propuestas sin chances de materialización.
El discurso de Evian recuerda la época de la crisis de la deuda externa de los años
80, cuando los ministros de economía de los países más pobres de América Latina
proferían amenazas contra el sistema financiero internacional durante las reuniones
anuales del FMI y del Banco Mundial. Los ejecutivos de los bancos acreedores recibían los
discursos con tranquilidad porque interpretaban que eran realizados for domestic
consumption (para consumo interno). Nadie se amedrentaba, mucho menos ante los ministros
del defenestrado Alan García, presidente del Perú, que había decretado la moratoria de
la deuda externa con los bancos, los gobiernos y los organismos multilaterales. Con el
país fuera del alcance de la comunidad internacional, sin capacidad de generar nuevas
pérdidas, los discursos atraían mas por su excentricidad que por su contenido.
Brasil y México padecían los mismos problemas pero no podían adoptar un discurso
irresponsable. Necesitaban obtener concesiones de los bancos lo que habían
conseguido varias veces pero no podían poner en riesgo la continuidad de las
líneas de crédito de comercio exterior. Más de una vez, los ministros de economía
habían tenido que armonizar previamente el discurso en las reuniones convocadas para
discutir la cuestión de la deuda externa.
Ese mismo riesgo no existía para otros ministros, que se beneficiaban políticamente con
la amplia repercusión de sus discursos en sus respectivos países, en tanto los mexicanos
y los brasileños eran acusados internamente de no tener "coraje y
determinación" para confrontar con los bancos. Aquellos hundían todavía más la
economía pero recibían el aplauso de la izquierda y de segmentos de opinión pública
poco familiarizados con el tema. Solamente en 1987 Brasil se rindió al marketing de
confrontación con los acreedores y decretó la moratoria de la deuda externa, que aún
hoy nos genera costos.
Gobiernos militares que estaban perdiendo prestigio y legitimidad buscaban en el ataque a
los acreedores un espacio por donde respirar políticamente. En el país, los últimos
suspiros del régimen militar vinieron acompañados de democratización, de libertad de
prensa y de una expectativa de aumento de bienestar. El ambiente era percibido como
promisor, salvo para el equipo económico, que arrastraba los costos de la pérdida de
dinamismo de la economía, de la inflación que comenzaba a desatarse y de la supuesta
sumisión a los intereses de los acreedores.
Sería equivocado equiparar los discursos de Lula en el exterior con los pronunciamientos
de esa época. El presidente conduce el país con firmeza y responsabilidad, al contrario
de lo que entonces era la actitud de ciertos ministros y jefes de gobierno
latinoamericanos. Sus discursos tienen todavía el mismo objetivo de producir efectos
domésticos sin consecuencias prácticas en el orden internacional.
Se hace justicia si se dice que esa práctica corresponde también a otros presidentes.
Hace pocas semanas, Alejandro Toledo, del Perú, propuso que una parte de la deuda externa
con los países ricos fuera convertida en ayuda para combatir el hambre. Fernando Henrique
(Cardoso) solía defender el "impuesto Tobim", una especie de tributo sobre las
transacciones financieras internacionales propuesto por el premio Nobel de Economía James
Tobim. Esta idea es impracticable, pero tenía su encanto y atraía la atención de
periodistas menos informados y amantes de las utopías.
La propuesta que Lula presentó recientemente en la reunión del G-8 está en esa
categoría. La idea sería crear un fondo mundial para combatir el hambre cuyos ingresos
se generarían por un impuesto sobre el comercio internacional. Recibió aplausos de
líderes como Jacques Chirac y ganó una gran difusión en la prensa brasileña. Como en
el caso del impuesto Tobim, sería necesario crear un nuevo tributo en todos
los países. Quien no se adhiriera podría atraer para su territorio parte de la industria
armamentista.
Como era de esperar, la propuesta no fue acogida por el G-8, pero su respuesta fue
registrada en forma mínima por la prensa escrita, no apareció en la T.V. y solamente fue
comunicada por algunas emisoras de radio. La repercusión doméstica del rechazo de la
idea fue así infinitamente inferior a la de la propuesta.
Para el gran público lo que se fijó fue la impresión de un presidente creativo y
valiente, capaz de hablar bien a los líderes de los países más ricos del mundo. Y hasta
es probable que los asesores presidenciales hayan tenido la ilusión de que la propuesta
podría tener aceptación, pero lo cierto es que Lula obtuvo un nuevo tanto en su bien
trazada estrategia de marketing político.
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Este
articulo de Mailson da Nóbrega fue producido por Tendencias Consultoria para el Sescon-SP
(Sindicato das Empresâs de Serviços Contábeis, de Assessoramento, Perícias, Informaçoes e
Pesquisas no Estado de Sâo Paulo Brasil) y publicado en la revista Sescon-SP Año 15
Nº 170- junio 2003. |
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