¿Cuáles son los ingredientes de la receta del crecimiento
de largo plazo? La pregunta remite a uno de los debates más interesantes que se están
planteando entre los economistas. En este sentido, hay diversas posturas, pero nuevos
enfoques de la teoría económica nos enseñan que el crecimiento de largo plazo se
explica en gran medida por la capacidad que tienen las economías para generar e
incorporar conocimientos y tecnologías.
Dentro de este set de políticas deseables para lograr un ritmo de crecimiento sostenido,
son claves la educación y el entrenamiento de la mano de obra, los cambios en la
organización de la producción y la calidad institucional. Se trata, en suma, de
desarrollar capacidades locales para cerrar las brechas de productividad que separan a los
países de la Región de las naciones avanzadas. La competitividad depende de manera
significativa de la articulación de las diversas etapas de producción y
comercialización: desde el insumo básico hasta el consumidor final. Para ello, es
preciso generar y fortalecer las redes productivas. Y eso se logra estableciendo eslabones
entre proveedores y cadenas de comercialización, coordinando inversiones y promoviendo
mejoras de calidad a través de la interacción entre firmas y la identificación en forma
conjunta de adelantos productivos.
La conformación de estas redes productivas tiende a romper con los falsos dilemas o
falsos mitos del debate económico, como la idea de que existe un conflicto entre la
empresa grande versus la PyME, o entre el sector agropecuario versus la industria o los
servicios.
Estrategias
En general, las acciones emprendidas hasta ahora por los distintos países para aumentar
la competitividad de sus economías procuran atacar de modo directo los denominados
"factores precio" (costo del capital, laboral, impositivo, tipo de cambio).
Sin embargo, no consideran aquellos elementos que la hacen sustentable en el mediano y
largo plazo, y que resultan ser claves para el crecimiento sostenido, como las políticas
que favorecen la innovación tecnológica, la coordinación de inversiones, la
especialización productiva y comercial, la mejora en la diferenciación y la calidad de
la producción de bienes y servicios, la infraestructura institucional. Es decir, las
variables que se conocen como "no precio" de la competitividad. En este marco
hay que inscribir las políticas productivas de un país de desarrollo intermedio como la
Argentina, que debe superar a la vez restricciones económicas y sociales.
El cambio, no obstante, requiere una orientación muy precisa. Cabe recordar que las
reformas estructurales de los años 90, si bien redefinieron el modo de funcionar de la
economía y de sus principales instituciones, no modificaron el carácter espasmódico de
la dinámica de crecimiento de largo plazo ni resolvieron los desequilibrios, largamente
acumulados en el ámbito externo, fiscal, y en el sector de asignación y aprovechamiento
de recursos. La caótica salida del régimen monetario y cambiario, durante esa década,
profundizó esos desequilibrios, cuyas consecuencias sociales se manifiestan esencialmente
en dos planos: el deterioro de los ingresos y de las condiciones de trabajo y la
heterogeneidad y desarticulación del desarrollo productivo. La sustentabilidad de un
esquema de crecimiento a largo plazo requiere atender de modo prioritario ambos aspectos.
¿Cómo actuar en un escenario tan complejo? En principio, por las características y la
trayectoria de la economía argentina, las ventajas a explotar estarán asociadas, en
mayor proporción, a la disponibilidad de recursos naturales y a la calificación de
recursos humanos, factores que aún la distinguen del resto de los países de la región.
En el caso de las actividades industriales, la estrategia a seguir podría sintetizarse en
dos conceptos: especialización y diferenciación. En cuanto a los servicios, parece
deseable y factible estimular el desarrollo de productos de alto valor agregado,
relacionados con el conocimiento. Así, será conveniente priorizar aquellas medidas que
contribuyan a reconstruir el entramado productivo, a mejorar la "calidad" de la
inserción externa, a explotar las oportunidades y la complementariedad que ofrece el
Mercosur, a consolidar el marco institucional de las políticas públicas y a fortalecer
la capacidad de evaluarlas. Si se aprovechan las ventajas actuales y se estimulan las
potenciales, se podrá contar con la masa crítica adecuada para comenzar a transitar por
el sendero de desarrollo planteado.
¿Dónde
están las ventajas competitivas?
La Argentina es un país que posee abundantes recursos naturales. Además, en los últimos
años se produjo un avance importante, no sólo en el sector agropecuario, sino también
en el energético, forestal, minero y pesquero. Este tipo de recursos aumenta la riqueza
de un país y favorece las capacidades potenciales de progreso económico, pero no
garantiza el crecimiento sostenido.
El actual patrón exportador argentino refleja el grado de competencia que se alcanzó en
las producciones basadas en esos recursos y en la fabricación de insumos básicos
(aluminio, petroquímica y siderurgia). No obstante, también nos ilustra sobre el
potencial aún no desarrollado. La posibilidad de utilizar los recursos naturales y los
insumos básicos en cadenas productivas con mayor valor agregado, transitando al mundo de
los bienes diferenciados, es una alternativa que permitiría superar algunas dificultades.
Este avance sólo se puede generar mediante una fuerte articulación entre la base
primaria y los servicios técnicos de apoyo a la producción, comercialización,
distribución, logística, transporte e industria.
Conviene aclarar que poner el foco en la tarea pendiente no significa ignorar las
innovaciones que incorporó la agricultura en los últimos tiempos. En efecto, durante la
década de los 90, en un marco de expansión de la oferta disponible de tecnologías y de
transformaciones técnico-productivas, este sector experimentó en nuestro país un
proceso de modernización y de crecimiento sin precedentes, que profundizó su
internacionalización.
Se verificó, entonces, el pasaje hacia una agricultura más intensiva, con un mayor
empleo de productos fitosanitarios, la aplicación masiva de la fertilización y la
adopción de ciertas técnicas, como la siembra directa, lo que, en conjunto, permitió un
aumento notable de la productividad y de los rendimientos. La introducción y la rápida
difusión de las semillas de soja transgénica a partir de mediados de la década hicieron
posible una importante reducción de costos y la expansión del cultivo en todo el país.
De este modo, se incorporaron, sólo con un breve retraso respecto de su lanzamiento en
los países de origen, tecnologías de nivel internacional en los insumos y en la
maquinaria. Paralelamente, se amplió la frontera agrícola y se modificaron la estructura
de la industria y la organización de la producción.
Apoyar
a las PyME
La amplitud de oportunidades de mercado y de recursos naturales del país contrasta con la
limitación de los aportes que destinan tanto el sector público como el privado al
desarrollo de programas. Ante esta situación de escasez, convendría focalizar los
recursos disponibles en los productos o ramas que abran las perspectivas más alentadoras,
definiendo planes subsectoriales con la participación de las diversas instituciones que
integran el sistema global de apoyo a las PyME y de promoción de las exportaciones.
En este contexto, el Mercosur puede brindar aún importantes ganancias en el comercio, en
especial a los segmentos productivos de mayor valor agregado. Para desarrollar nuevas
ventajas competitivas, la Argentina debe asumir una estrategia clara al respecto. El país
tiene un enorme potencial en áreas tan diversas como biotecnología, software, química
fina, instrumental científico, telemedicina, producción de bienes culturales,
publicidad, turismo receptivo, entre otras.
Sin desconocer el impacto positivo que la salida de la convertibilidad tuvo sobre la
competitividad-precio, un crecimiento importante de las exportaciones no basadas en
ventajas naturales depende, fundamentalmente, de la concurrencia de atributos que maduran
en un plazo más largo. Por otra parte, el avance sostenido de un proceso de sustitución
de importaciones requiere de oferta disponible y, especialmente, de una capacidad
tecnológica generalizada y una trama productiva sólida.
En general, estos factores fueron particularmente descuidados en el modelo de
reconversión productiva y social que prevaleció durante la última década, y más
agredidos aún durante la prolongada recesión de los últimos años y los acontecimientos
que marcaron la ruptura y la salida de la convertibilidad.
Las
redes de conocimiento
El escenario internacional muestra la creciente relevancia asignada a las redes de
conocimiento en el desarrollo de ventajas competitivas dinámicas. En los últimos años,
a la vez que se consolidó un nuevo paradigma intensivo en información y conocimiento,
avanzó la discusión sobre la competitividad de los agentes que actúan de manera
interrelacionada por oposición a la de quienes lo hacen en forma individual. En ese
sentido, la revisión de trabajos recientes confirma la complejidad que supone el
desarrollo de estas redes, en parte debido al carácter cada vez menos público del
conocimiento y del proceso de aprendizaje que llevan a cabo los agentes.
En la Argentina, este debate tiene importantes implicancias. A lo largo de los años 90 se
profundizó la tendencia a la especialización de la estructura productiva en commodities
y en bienes basados en recursos naturales, y disminuyó el peso de los productos
intensivos en conocimiento. Este proceso de relativa primarización, junto con la
insuficiente transformación del sistema institucional, la desconexión de la política
tecnológica respecto de la demanda de los agentes y la debilidad de los sistemas locales,
explica el limitado desarrollo de las redes de conocimiento en la Argentina. Desde una
perspectiva más amplia, la pronunciada distancia en relación con las comunidades que
lideran el cambio técnico y tienen ventajas competitivas dinámicas en el plano
internacional constituye una grave restricción para diversificar el patrón de
especialización y para generar un sendero de crecimiento sustentable que tienda a
disminuir las heterogeneidades y los niveles de inequidad que hoy prevalecen.
Desde ya, el debilitamiento o la ruptura de las cadenas productivas limita el desarrollo
de procesos de aprendizaje, la demanda de recursos humanos calificados y la efectividad de
la política tecnológica. En nuestro país, la asimetría entre la dinámica de las
firmas de distinto tamaño y el creciente abastecimiento de partes, materias primas y
subensambles importados por las firmas de mayor tamaño han restringido las cadenas
productivas y el desarrollo del proceso de aprendizaje en red. Esto afectó,
especialmente, a las empresas de menor tamaño y a las firmas grandes que no integran
redes internacionales. En este marco de conexiones "débiles", no resulta
sorprendente que las redes intensivas en conocimiento tengan un espacio reducido en la
estructura productiva.
La tarea de construir el mercado igualando las oportunidades, mejorando las
capacidades, desarrollando las instituciones y replanteando el papel de la
"empresa" equivale a crear un nuevo entorno para fortalecer el progreso
económico y generar empleo decente. Las políticas públicas deben recurrir a
instrumentos distintos de los utilizados en el pasado y actuar como catalizadoras de los
procesos de transformación, respetando algunos requisitos básicos sin los cuales
perderían efectividad. El primero de ellos es adoptar una estrategia económica de
irrupción en el mercado mundial; el segundo, garantizar la continuidad en el tiempo de
los programas; el tercero, lograr coordinación y consistencia con el resto de las
políticas públicas; y el cuarto, crear instancias institucionales del Estado y de la
sociedad civil que operen como contrapesos para reducir el riesgo de captura rentística. |