Decenas
de miles de alumnos se unen a sus filas todos los años. Tiene un estatus académico alto:
es la única ciencia social que cuenta con su propio Premio Nobel. Su profesión está
bien representada en los niveles más altos del Gobierno y del mundo de los negocios. Y
los licenciados en Economía son citados a menudo como expertos en los medios de
comunicación.
Si hubo una profesión ascendente en los últimos 20 años, fue la de los economistas. Sin
embargo, la "invasión" de estos profesionales en las distintas esferas de
decisión suscita controversias. Algunas tienen bases reales: la rama predominante en los
90 (la ortodoxia neoclásica) está acusada de haber tenido responsabilidad directa en la
crisis argentina. Otras, en cambio, surgen de equívocos: en su mayor nivel de exposición
pública, la sociedad y los medios reclaman pronósticos a los economistas, lo que provoca
la consiguiente pérdida de prestigio en la profesión cuando los vaticinios no se
cumplen.
En la Argentina no hay un censo de la profesión, pero sí se tiene la certeza de que cada
vez hay más economistas. "Sólo en la UBA se reciben más de 200 licenciados en
Economía por año", le informa a Universo Económico Saul Keifman, director de la
Maestría en Economía de la UBA. Asegura que "es una de las carreras cuya matrícula
más creció".
Sólo en los EE.UU., unos 30.000 estudiantes eligen por año la Economía para dedicarle
su vida laboral y/o académica. Actualmente, hay unos 130.000 economistas matriculados en
la mayor economía del mundo, de los cuales unos 20.000 se han doctorado.
Víctor Becker, un especialista en microeconomía de la UBA y de la UB, recordaba hace un
tiempo, durante una jornada sobre "El rol del economista en la sociedad",
organizada por la Asociación Argentina de Economía Política (AAEP), que, cuando empezó
a estudiar Economía en el año 1959, le tuvo que decir a su padre que también iba a
seguir Derecho, porque en aquella época Economía tenía una salida laboral casi nula,
"era como seguir Filosofía o Historia". Pero los tiempos cambian, comentaba
Becker, "y hoy el currículo de la carrera aumentó muchísimo; inclusive hay
universidades privadas que han surgido exclusivamente en torno a la temática de la
Economía".
Universo Económico presenta, en esta producción de tapa, un debate
sobre el rol de una profesión clave en el campo de las Ciencias Económicas, su papel en
la crisis y en la recuperación de la Argentina, su visión de la coyuntura actual y el
potencial de su relación con el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.
En todos los
frentes
En la Argentina, el punto máximo de la participación de economistas en altos niveles de
gobierno se alcanzó con el gabinete inicial de la presidencia de Fernando de la Rúa.
Allí estaban los economistas José Luis Machinea (en Economía), Ricardo López Murphy
(en Defensa), Juan J. Llach (en Educación) y Adalberto Rodríguez Giavarini (en la
Cancillería).
La crisis barrió con esta representación de economistas neoclásicos en los más
importantes niveles de gobierno.
Para Keifman, la mayoría de la profesión tuvo poca capacidad de autocrítica con
relación a la crisis, "y la minoría de economistas que criticaron las reformas no
fueron escuchados". Agrega luego: "los economistas argentinos hicieron un
recorte sesgado de las ideas y recomendaciones de la profesión, adhiriendo a la corriente
más ortodoxa y conservadora, que quedó notablemente sobrerrepresentada y
sobredimensionada en relación con la influencia que tiene tanto en la academia como en la
formulación de políticas de los países centrales. Esto resulta sorprendente, dado el
peso que tuvieron en el pasado las corrientes heterodoxas, particularmente, el
estructuralismo".
Exactamente cuánta culpa tuvieron los economistas, los políticos, los empresarios, la
sociedad en general o los factores externos en la caída del 2001 es un debate que
probablemente nunca se salde. El economista Roberto Frenkel, del CEDES, suele citar un
corrido mexicano que dice: "El día que la mataron Rosita estaba de suerte: de seis
tiros que le dieron sólo uno era de muerte". El paralelo con la situación local
viene a cuento de que es prácticamente imposible determinar cuál fue el verdadero
culpable de la tragedia local, o al menos el actor que tiene la mayor cuota de
responsabilidad.
Una corriente importante de la ortodoxia argentina sigue pensando que los excesos fiscales
y la irresponsabilidad política fueron la razón principal de la crisis. En el plano
internacional, el principal defensor de esta tesis es el ex economista jefe del Fondo
Monetario Internacional, Michael Mussa.
En el medio de quienes culpan a los economistas o a los políticos por todos los males
están aquellos que piensan que hubo otros factores que desencadenaron la debacle, y que
estuvieron bastante más allá del alcance de un grupo local en particular.
Guillermo Calvo, economista jefe del BID, sostiene que el motivo principal fue el frenazo
abrupto (sudden stop) de los flujos internacionales de financiamiento, que desplazaron a
la economía desde un "equilibrio bueno" a un "equilibrio malo".
Desde un enfoque distinto, Daniel Heymann, economista jefe de la Cepal, también llega a
la conclusión de que la crisis tuvo un disparador más sofisticado que la mera culpa de
políticos o de economistas. Heymann pone el énfasis en las expectativas de los agentes,
que se comportaron como si la economía de 8.000 dólares per cápita fuera a durar para
siempre.
¿Técnicos vs.
políticos?
Jorge Remes Lenicov, ex ministro de Economía, tiene una explicación para abordar el
ascenso de los economistas en los últimos 20 años: "La globalización hizo que se
volviera indispensable usar un herramental de política económica complejo, que antes no
era necesario". Remes, un economista especializado en temas fiscales que a menudo
visita el Consejo Profesional para dar charlas, recuerda que en la década del 70 algunos
funcionarios lo llamaban muy despectivamente "tecnócrata". "Los
economistas tenemos la mala costumbre de plantarnos a veces desde cierta soberbia, y eso
envenena el debate", dice Remes.
La controversia entre políticos y economistas no es local, sino que se produce en todo el
mundo. En una reunión en el MIT, donde daba clases antes de arribar a Princeton, Paul
Krugman comentaba: "El rol del economista que se ocupa de la política puede ser
decepcionante: uno puede estar años armando sofisticadas teorías o testeando miles de
datos, para luego ver cómo los políticos vuelven una y otra vez sobre ideas que uno
supone que fueron desacreditadas décadas atrás, o dicen cosas que contradicen
flagrantemente los hechos de la realidad".
También es cierto que desde la academia, muchas veces, se suele desacreditar el trabajo
político de campo. Para ilustrar este aspecto, hay una anécdota útil que involucra al
pope neoclásico Robert Lucas, ganador del Premio Nobel. Una vez le preguntaron qué
haría si estuviera en el Consejo de Asesores Económicos del Gobierno.
"Renunciaría", contestó, serio y sin inmutarse. A menudo, Lucas despreciaba a
sus alumnos de la costa Este que ansiaban ir a Washington a hacer carrera como asesores
económicos. "Aquí, en Chicago -les aseguraba- somos serios para tratar la
economía."
Oráculos
Uno de los flancos más polémicos en el debate sobre el rol de los economistas tiene que
ver con los pronósticos y vaticinios. La crisis del 2001- 2002 tuvo tanta volatilidad que
los errores de pronóstico estuvieron a la orden del día en buena parte de la profesión.
Suele decirse que los economistas "pronosticaron ocho de las últimas tres
recesiones", y el chiste no es gratuito, ya que los yerros con las predicciones
tienen su propia historia a nivel internacional. Catorce días antes del "martes
negro", el 29 de octubre de 1929, Irving Fisher, el economista estadounidense más
famoso de entonces y profesor de la Universidad de Yale, dijo: "En pocos meses espero
que el mercado bursátil esté bastante más alto de lo que está hoy". Fisher, un
teórico consumado, fundador de la econometría y pionero del análisis de números
índices, era además un empresario muy hábil. A valores de hoy, se calcula que durante
la Gran Depresión perdió unos 140 millones de dólares de su fortuna personal. A John
Maynard Keynes, padre de la macroeconomía moderna, el crack de la Bolsa de EE.UU.
también lo agarró desprevenido: perdió (a precios actualizados) 1.200.000 dólares.
Uno supondría que desde entonces, con todo el avance econométrico y con los progresos de
la computación, las técnicas de predicción deberían haber mejorado. Pero no. Años
atrás, los expertos en economía Kathring Dominguez, Ray Fair y Matthew Shapiro hicieron
un experimento: un economista moderno, armado con las más nuevas e innovadoras técnicas
econométricas, tampoco hubiera sabido detectar en 1929 que la Gran Depresión estaba a la
vuelta de la esquina.
Internacionalmente, el último gran papelón que se recuerda es el de la Nueva Economía:
con Internet, muchos suponían que las viejas reglas de la economía ya no eran
aplicables, e inclusive se llegó a hablar de "el fin de los ciclos", o, lo que
es lo mismo, de una expansión sin límites. Lo más curioso del asunto es que, en el
campo académico, los pronósticos son absolutamente despreciados. Pregúntenle a
cualquier economista respetado en los círculos de enseñanza a cuánto va a estar el
dólar a fin de año, y lo más probable es que se ofenda.
Sin embargo, la mayor exposición pública tiene que ver con los pronósticos. ¿Por qué
sigue sucediendo esto? Una explicación vendría por el lado de la dinámica de los medios
de comunicación: un pronóstico es un buen título y, si es catastrófico, mejor. Un
periodista llama a un economista para preguntarle cuál va a ser el futuro de equis
variable, y el economista sabe que sus probabilidades de salir citado como experto están
directamente relacionadas con la truculencia de la expectativa que promueva. Probablemente
piense que el beneficio de la exposición es mayor que el costo de ser más adelante
escrachado por un mal pronóstico, multiplicado por la posibilidad de equivocarse.
Puede haber otras
razones. Recientes estudios de la economía del comportamiento y de la neuroeconomía
demostraron que el cerebro humano tiene una especie de "compulsión a
pronosticar", es decir que tiende a ver patrones donde no los hay y a creer que puede
"controlar" el futuro. Pero no está dicha la última palabra en este aspecto.
Econospeak
Un profesor de Macroeconomía Superior de la UBA solía decirles a sus alumnos que la
clave para tener éxito en la carrera laboral consistía en "hablar en difícil para
que los empresarios creyeran que hacemos cosas importantes y, por lo tanto, nos
paguen". Lo decía en broma, claro. Pero la afirmación no deja de tener un costado
verdadero.
Al igual que todas las profesiones (contadores, ingenieros, arquitectos, etc.), los
economistas suelen apelar a una jerga cuando hablan. No la usan más que otras
profesiones, pero el hecho de que en los últimos años hayan tenido tanta exposición
pública hace que mucha gente (especialmente quienes no estudiaron Ciencias Económicas)
quede fuera de las discusiones sobre economía.
Si la profesión contratara en algún momento a un experto en Relaciones Públicas para
mejorar su imagen, sin duda una recomendación central sería la de esforzarse por crear
mensajes más claros.
"La gente común descubre que los economistas hablan una suerte de lenguaje
extranjero, algo que a mí me gusta llamar econospeak", explica el economista
holandés Arjo Klamer, profesor de la Universidad de Rotterdam, que estuvo recientemente
en Buenos Aires dando una serie de charlas en diversas instituciones. El académico se
dedica a la economía de la cultura y al estudio de la metodología de la economía. Al
igual que otros especialistas que abordan la temática de la profesión, Klamer remarca el
hecho de que la formalización matemática como lenguaje común es una tradición que
surgió después de la Segunda Guerra Mundial. "¿Adam Smith o John Maynard Keynes
habrían calificado para este trabajo con las exigencias de hoy? De ninguna forma: sus
ideas estaban expresadas con demasiadas palabras, demasiado imprecisas, poco
científicas", provoca el profesor holandés. |