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Publicaciones - Universo Económico

UE Nº 72 - Octubre 2004
Nota de Tapa
La construcción de un nuevo proyecto nacional
El desarrollo no debería ser una bandera política de un partido o un grupo ideológico, sino que debe ser el objetivo de toda la sociedad. Sin embargo, la historia reciente muestra que siempre se antepuso otra prioridad impuesta por las circunstancias: el orden, la recuperación de la democracia, la estabilidad monetaria, etc. Así, el objetivo del desarrollo siempre quedó postergado, y eso acentuó las dificultades que padecemos. Con el más amplio espíritu de contribución a la definición práctica de un acuerdo refundacional, el Consejo ofrecerá su tribuna a todos los sectores interesados en sumarse al esfuerzo de unidad con el objetivo de encontrar un proyecto común que abarque a toda la sociedad argentina.
Autor: Dr. Luis María Ponce de León
Vicepresidente 1º del CPCECABA

 

Desde diversos sectores sociales y políticos se plantea frecuentemente la necesidad de diseñar y poner en práctica un proyecto nacional compartido. Representaciones empresarias y de trabajadores, entidades intermedias, partidos políticos y organizaciones no gubernamentales de diferentes extracciones advierten que el principal problema de la Nación es la falta de un proyecto de país. Pero lo difícil es articular un conjunto de propuestas que configuren un proyecto común.

La primera cuestión a asumir es que tal proyecto, necesariamente, está atado a una estrategia de desarrollo. En efecto, no se puede hablar de bienestar general sin alcanzar mínimos estándares de desarrollo. Por ello, el desarrollo no debería ser una bandera política de un partido o un grupo ideológico, sino que debe ser el objetivo de toda la sociedad. Sin embargo, la historia reciente muestra que siempre se antepuso otra prioridad impuesta por las circunstancias: el orden, la recuperación de la democracia, la estabilidad monetaria, etc. Así, el objetivo del desarrollo siempre quedó postergado, y eso acentuó las dificultades que padecemos.


La tendencia decreciente de nuestra calidad de vida se corresponde con la pendiente económica. En la década del 70 decíamos que la Argentina necesitaba un cambio en su política o se profundizaba la crisis. Sin embargo, la caída continuó. Entre 1975 y 2002, la Argentina creció a una tasa inferior al uno por ciento; por lo tanto, hubo un significativo deterioro del producto medio per cápita, y se registró un marcado desequilibrio entre el sector de más altos ingresos y el que menos recibe. En efecto, la brecha existente entre el diez por ciento de la población de más altos ingresos y el diez por ciento de más bajos ingresos pasó de doce veces a casi cuarenta veces. Además, en el mismo período se ha pasado de una tasa de desocupación casi inexistente a una de alrededor del 20% (si no tomamos en cuenta los subsidios a jefes y jefas de hogar). Resulta más que obvio que en ese período el poder adquisitivo del salario perdió también una alta proporción.


Todo esto fue la consecuencia de las políticas seguidas en el último cuarto de siglo, que tuvieron un sesgo claramente antiindustrialista y desalentador de la actividad productiva en general, proceso en el que el sector de las pequeñas y medianas empresas fue duramente castigado: alrededor de 1.600.000 PyME disminuyeron a poco más de 800.000 en la actualidad.


Sin dudas, que la falta de un proyecto de país y los diagnósticos equivocados explican el singular derrotero seguido. Resuta paradójico que estemos haciendo la comparación con mediados de la década del setenta, en que el país estaba enfrascado en una crisis profunda, con un gran vacío de poder después de la muerte de Perón, con una situación económica límite, caracterizada por una inflación incontenible, el déficit del presupuesto desbocado, el sector externo estrangulado, sin reservas en el Banco Central y sin crédito externo de ninguna naturaleza.


¡Qué bien que estábamos cuando estábamos en la miseria!


A aquella situación crítica le siguió el período militar, en el que se inició el proceso de desindustrialización y comenzó lo que será todavía por muchos años más la pesada hipoteca de la deuda externa. A la década siguiente se la llamó "la década perdida" y a los 90 hoy se los denomina "la nueva década infame". ¿Cómo podríamos estar hoy después de tantas malas políticas? ¿Cómo podríamos estar hoy después de sufrir, sucesivamente, terrorismo de Estado, guerra, hiperinflaciones, recesiones y depresiones, retrasos cambiarios e hiperdevaluaciones?


Las crisis recurrentes alimentaron la tendencia de los argentinos a ahorrar fuera de nuestras fronteras y a emigrar. En efecto, la fuga de capitales y de cerebros ha sido la consecuencia de un largo proceso que ha concluido de la peor manera: la mitad de la sociedad argentina se encuentra debajo de la línea de la pobreza, un tercio de la población tiene severos problemas de empleo y, simultáneamente, el equivalente al producto bruto anual depositado en el exterior, mientras cientos de miles de argentinos, muchos de ellos con estudios universitarios, están radicados definitivamente en otro lugar del planeta.


La convertibilidad culminó en el colapso de la economía argentina y el default de la deuda pública, cuyas consecuencias se vieron agravadas por su salida improvisada, hecho hoy casi olvidado por la buena performance de algunos indicadores macroeconómicos.


Ahora que la macroeconomía de corto plazo funciona razonablemente bien, con una gestión fiscal, monetaria y cambiaria coherente y bajo control, es necesario instrumentar políticas que tengan una clara identificación con objetivos de largo plazo. Para ello, es imprescindible definir un plan estratégico que se corresponda con un proyecto de país que condense las aspiraciones de la inmensa mayoría.


Debemos evitar, en consecuencia, que una vez más la prioridad del desarrollo quede postergada. Por eso, es imprescindible definir claramente los objetivos y canalizar adecuadamente los instrumentos y los esfuerzos para lograrlos. Avancemos en plantear los elementos básicos: tal como ocurrió en los comienzos de nuestra historia, debemos pensar un proyecto de país que involucre toda la geografía nacional y abarque al conjunto de las capas sociales. La integración geográfica y social es, pues, un requisito indispensable que garantizará en el futuro el funcionamiento de las instituciones democráticas y el bienestar de nuestro pueblo.


Nuestra economía, basada todavía en gran parte en la producción y la exportación de materias primas con escaso valor agregado, resulta insuficiente para proveer a casi 40 millones de habitantes condiciones dignas de vida, equiparables a las de los países avanzados. Sólo un razonable proceso de expansión y diversificación productiva, cuyo perfil vincule el mercado interno con el mercado internacional, que amplíe sustancialmente el nivel de industrialización y multiplique la tecnificación del campo, podrá encontrar respuestas adecuadas para incorporar a la totalidad del cuerpo social.


Con el más amplio espíritu de contribución a la definición práctica de este acuerdo refundacional, el Consejo ofrecerá su tribuna a todos los sectores interesados en sumarse al esfuerzo de unidad con el objetivo de encontrar un proyecto común que abarque a toda la sociedad argentina

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