El desarrollo
no debería ser una bandera política de un partido o un grupo ideológico, sino que debe
ser el objetivo de toda la sociedad. Sin embargo, la historia reciente muestra que siempre
se antepuso otra prioridad impuesta por las circunstancias: el orden, la recuperación de
la democracia, la estabilidad monetaria, etc. Así, el objetivo del desarrollo siempre
quedó postergado, y eso acentuó las dificultades que padecemos. Con el más amplio
espíritu de contribución a la definición práctica de un acuerdo refundacional, el
Consejo ofrecerá su tribuna a todos los sectores interesados en sumarse al esfuerzo de
unidad con el objetivo de encontrar un proyecto común que abarque a toda la sociedad
argentina.
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Autor:
Dr. Luis María Ponce de León
Vicepresidente 1º del CPCECABA |
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Desde diversos
sectores sociales y políticos se plantea frecuentemente la necesidad de diseñar y poner
en práctica un proyecto nacional compartido. Representaciones empresarias y de
trabajadores, entidades intermedias, partidos políticos y organizaciones no
gubernamentales de diferentes extracciones advierten que el principal problema de
la Nación es la falta de un proyecto de país. Pero lo difícil es articular un
conjunto de propuestas que configuren un proyecto común.
La primera cuestión a asumir es que tal proyecto, necesariamente, está atado a una
estrategia de desarrollo. En efecto, no se puede hablar de bienestar general sin alcanzar
mínimos estándares de desarrollo. Por ello, el desarrollo no debería ser una
bandera política de un partido o un grupo ideológico, sino que debe ser el objetivo de
toda la sociedad. Sin embargo, la historia reciente muestra que siempre se
antepuso otra prioridad impuesta por las circunstancias: el orden, la recuperación de la
democracia, la estabilidad monetaria, etc. Así, el objetivo del desarrollo siempre quedó
postergado, y eso acentuó las dificultades que padecemos.
La tendencia decreciente de nuestra calidad de vida se corresponde con la pendiente
económica. En la década del 70 decíamos que la Argentina necesitaba un cambio en su
política o se profundizaba la crisis. Sin embargo, la caída continuó. Entre 1975 y
2002, la Argentina creció a una tasa inferior al uno por ciento; por lo tanto, hubo un
significativo deterioro del producto medio per cápita, y se registró un marcado
desequilibrio entre el sector de más altos ingresos y el que menos recibe. En efecto, la
brecha existente entre el diez por ciento de la población de más altos ingresos y el
diez por ciento de más bajos ingresos pasó de doce veces a casi cuarenta veces. Además,
en el mismo período se ha pasado de una tasa de desocupación casi inexistente a una de
alrededor del 20% (si no tomamos en cuenta los subsidios a jefes y jefas de hogar).
Resulta más que obvio que en ese período el poder adquisitivo del salario perdió
también una alta proporción.
Todo esto fue la consecuencia de las políticas seguidas en el último cuarto de siglo,
que tuvieron un sesgo claramente antiindustrialista y desalentador de la actividad
productiva en general, proceso en el que el sector de las pequeñas y medianas empresas
fue duramente castigado: alrededor de 1.600.000 PyME disminuyeron a poco más de 800.000
en la actualidad.
Sin dudas, que la falta de un proyecto de país y los diagnósticos equivocados explican
el singular derrotero seguido. Resuta paradójico que estemos haciendo la comparación con
mediados de la década del setenta, en que el país estaba enfrascado en una crisis
profunda, con un gran vacío de poder después de la muerte de Perón, con una situación
económica límite, caracterizada por una inflación incontenible, el déficit del
presupuesto desbocado, el sector externo estrangulado, sin reservas en el Banco Central y
sin crédito externo de ninguna naturaleza.
¡Qué bien que estábamos cuando estábamos en la miseria!
A aquella situación crítica le siguió el período militar, en el que se inició el
proceso de desindustrialización y comenzó lo que será todavía por muchos años más la
pesada hipoteca de la deuda externa. A la década siguiente se la llamó "la década
perdida" y a los 90 hoy se los denomina "la nueva década infame". ¿Cómo
podríamos estar hoy después de tantas malas políticas? ¿Cómo podríamos estar hoy
después de sufrir, sucesivamente, terrorismo de Estado, guerra, hiperinflaciones,
recesiones y depresiones, retrasos cambiarios e hiperdevaluaciones?
Las crisis recurrentes alimentaron la tendencia de los argentinos a ahorrar fuera de
nuestras fronteras y a emigrar. En efecto, la fuga de capitales y de cerebros ha sido la
consecuencia de un largo proceso que ha concluido de la peor manera: la mitad de la
sociedad argentina se encuentra debajo de la línea de la pobreza, un tercio de la
población tiene severos problemas de empleo y, simultáneamente, el equivalente al
producto bruto anual depositado en el exterior, mientras cientos de miles de argentinos,
muchos de ellos con estudios universitarios, están radicados definitivamente en otro
lugar del planeta.
La convertibilidad culminó en el colapso de la economía argentina y el default de la
deuda pública, cuyas consecuencias se vieron agravadas por su salida improvisada, hecho
hoy casi olvidado por la buena performance de algunos indicadores macroeconómicos.
Ahora que la macroeconomía de corto plazo funciona razonablemente bien, con una gestión
fiscal, monetaria y cambiaria coherente y bajo control, es necesario instrumentar
políticas que tengan una clara identificación con objetivos de largo plazo. Para ello,
es imprescindible definir un plan estratégico que se corresponda con un proyecto de país
que condense las aspiraciones de la inmensa mayoría.
Debemos evitar, en consecuencia, que una vez más la prioridad del desarrollo quede
postergada. Por eso, es imprescindible definir claramente los objetivos y canalizar
adecuadamente los instrumentos y los esfuerzos para lograrlos. Avancemos en plantear los
elementos básicos: tal como ocurrió en los comienzos de nuestra historia,
debemos pensar un proyecto de país que involucre toda la geografía nacional y abarque al
conjunto de las capas sociales. La integración geográfica y social es, pues, un
requisito indispensable que garantizará en el futuro el funcionamiento de las
instituciones democráticas y el bienestar de nuestro pueblo.
Nuestra economía, basada todavía en gran parte en la producción y la exportación de
materias primas con escaso valor agregado, resulta insuficiente para proveer a casi 40
millones de habitantes condiciones dignas de vida, equiparables a las de los países
avanzados. Sólo un razonable proceso de expansión y diversificación productiva, cuyo
perfil vincule el mercado interno con el mercado internacional, que amplíe
sustancialmente el nivel de industrialización y multiplique la tecnificación del campo,
podrá encontrar respuestas adecuadas para incorporar a la totalidad del cuerpo social.
Con el más amplio espíritu de contribución a la definición práctica de este acuerdo
refundacional, el Consejo ofrecerá su tribuna a todos los sectores interesados en sumarse
al esfuerzo de unidad con el objetivo de encontrar un proyecto común que abarque a toda
la sociedad argentina |
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