Más allá de la semántica, la "economía social"
-tanto aquella fundacional como la nueva economía solidaria- es un amplio sector de
empresas, organizaciones y movimientos sociales cuya actividad se desarrolla entre la
economía pública, la capitalista y la doméstica. Tiene expresiones formales e
informales y "atípicas" (incluyendo aquí a producciones de pequeña escala y
de "primer trabajo", ocupaciones "paraestatales" y de sobrevivencia),
y está presente en los capitalismos más liberales y en los más intervencionistas,
incluso en experiencias como la china, que se definen como "socialismo de
mercado".
Optar por la denominación "economía social" tiene que ver con una visión
amplia. Agrupa a las actividades económicas ejercidas por formas asociativas,
principalmente cooperativas, mutuales y asociaciones, cuyos principios y ética se
traducen en las siguientes características: finalidad de servicio a los miembros o a la
colectividad en lugar de beneficios, autonomía de gestión, procesos de decisión
democrática, primacía de las personas y del trabajo sobre el capital en la distribución
de los resultados.
De acuerdo con esta óptica, ante una globalización asimétrica y una exclusión
inaceptable e irritativa, es necesaria una respuesta unitaria del sector de la economía
social, precisando que en él militan dos grandes subsectores (Mintzberg, 1996): uno de
ellos está integrado por las ONG no empresariales y las nuevas iniciativas solidarias, y
el otro lo componen las empresas cooperativas y los emprendedores asociados con una
actividad económica de interés común.
En este último subsector se incorpora, aparte de las mutuales, a los
consorcios productivos intermunicipales, a las agrupaciones de colaboración empresaria
(ACE) e, incluso, a las sociedades comerciales de cooperativas o controladas por ellas; a
la nueva generación de cooperativas y/o sociedades de hecho de trabajadores que recuperan
empresas en crisis; a las redes y cadenas productivas de microempresas y PyME asociadas,
que, mas allá de las formalidades jurídicas, tienen una práctica muy similar a la
cooperativa y están imbuidas de un espíritu asociativo y/o de cooperación.
No menos relevante aparece la reflexión de cómo superar integraciones que corren el
peligro de no pasar las fronteras de la formalidad institucional y de reivindicaciones
estancas, como instrumentar este sinuoso recorrido de sectores y actividades con fuerte
incidencia económico-social que logran "reinventarse" a sí mismas con el valor
agregado de personas cooperativizadas y/o autogestionadas, y un capital que es un
componente subordinado a los objetivos de servicio para los asociados y la comunidad.
El
desarrollo local y la economía social
El desarrollo local combina procesos endógenos y exógenos, y posee, sin duda, una gran
convergencia con la economía social. El desarrollo local supone partir "desde
abajo", y los que están abajo son, precisamente, los actores de la economía social.
En esta convergencia, un Estado inteligente tiene mucho que hacer a la hora de fijar
consensos estratégicos e instrumentar políticas activas que, sin desmedro de la
centralidad del Estado-Nación, potencien efectivas descentralizaciones de poder de
decisión, recursos y capacidades. Ello permitirá revertir la debilidad de los gobiernos
municipales, de las regiones y de los corredores y consorcios intermunicipales que -salvo
honrosas excepciones- no han podido o no han querido asumir en plenitud su nuevo rol de
promotores de las producciones territoriales y de la ocupación sustentables.
Para que la economía social confluya efectivamente con el desarrollo local, deberá
contemplar, por un lado, los siguientes factores endógenos (conexión interactiva con el
territorio): surgir de iniciativas locales, sobre la base de capital humano, financiero y
material procedente de la zona; desarrollarse bajo bases de participación interna
democrática; generar servicios para el entorno social y empresarial inmediato; integrarse
localmente entre ellas, y con otras empresas e instituciones, mediante acuerdos formales e
informales. Por el otro, factores exógenos (conexión interactiva con el entorno global):
integrarse horizontal y verticalmente fuera de la localidad, generando redes de
comercialización y de representación regional; integrarse en el Mercosur e, incluso,
internacionalmente para la exportación o el acopio tecnológico; desarrollar sistemas
gerenciales adaptados a la idiosincrasia participativa; utilizar adecuadamente el
potencial educativo, de capacitación y de reentrenamiento.
En suma, en este nuevo estilo de desarrollo local cobran igual significación los
movimientos democráticos asociativos (como catalizadores locales), las comunidades
locales (espacios básicos de interacción y movilización) y la economía social (como
instrumento de gestión y reeducación).
Reorganización
"desde abajo"
La búsqueda de soluciones en torno al desarrollo local y a la economía social aparece
como un intento de reorganización "desde abajo" sin que ello signifique
disociar este esfuerzo de proyectos nacionales de inclusión y equidad distributiva,
aunque sí obliga a establecer metodologías e instancias concretas y novedosas para el
desarrollo asociativo de los territorios.
Luego de la crisis y de la contundente movilización popular de fines de 2001, recuperada
la institucionalidad y la legitimidad democráticas, emerge otro ítem para la agenda
social: dar el salto de los planes asistenciales (del tipo Jefes y Jefas de Hogar) a
planes nacionales de sesgo promotor, que prevean el involucramiento activo de los
beneficiarios. En esta dirección, están vigentes planes nacionales que intentan poner en
el centro de la escena a las cooperativas y a los emprendimientos productivos solidarios,
priorizando la apoyatura técnica interactiva de las universidades y una innovadora
asistencia financiera para todas aquellas iniciativas que no son sujetos de crédito de la
banca formal.
De esta manera, el aporte será tanto para la teoría como para el accionar de los
diversos actores en la medida en que el desarrollo local se potencie como herramienta de
redistribución de ingresos personales y regionales de efectos reactivantes, y la
economía social (tanto la fundacional como la nueva economía solidaria) se revitalice
como un instrumento pedagógico para la democracia participativa. |