Conmemorar y festejar el 60° Aniversario de la creación de
nuestro Consejo, una de las instituciones profesionales más importantes de América
Latina, que agrupa a 55.000 matriculados activos, me obliga a recordar con agrado varios
acontecimientos que hicieron a su evolución y desarrollo.
En razón de haberme matriculado hacia fines de 1962 y tener una participación activa
desde 1965 a la fecha, me gustaría referirme a ciertos hechos ocurridos en los últimos
40 años.
Días atrás volví a visitar la sala de sesiones del Consejo Directivo, comúnmente
denominada "la herradura" (por la forma de su mesa), coronada por los retratos
de los 18 ex presidentes (3 de ellos con dos mandatos), y puedo afirmar que es el primer
paso para desgranar la rica historia de la Institución.
Los comienzos
En el año 1963 tuve el orgullo de que mi padre, Amadeo P. Barousse, fuera designado
presidente del Consejo. Hombre de gran personalidad, de intensa actividad profesional y
docente, impulsó la participación de los matriculados en las comisiones de estudio del
Consejo y combatió con pasión el ejercicio ilegal de la profesión. Se caracterizaba por
su cortesía hacia pares y colaboradores. Dirigió diversas organizaciones no
gubernamentales dedicadas a la ayuda de pobres y carecientes. Defendió a ultranza la
excelencia en la educación secundaria, base de una buena formación universitaria,
concepto hoy plenamente vigente ante el fracaso de muchos aspirantes para ingresar a la
universidad.
Mencionaré una sola anécdota que marcaba su personalidad. Allá por el año 1964, siendo
presidente, elevó al seno del Consejo Directivo una propuesta debidamente fundada para
adquirir un inmueble en la avenida Córdoba al 1400 (posteriormente sede del Citicorp) con
el objeto de lograr la independencia institucional y financiera del Consejo, o sea, tener
una sede social propia que él denominaba "La casa del profesional". Recordemos
que en esa época el Colegio de Graduados le alquilaba al Consejo un piso. Había llegado
el momento esperado y sorpresivamente perdió la votación por escaso margen. Demostró su
bronca ante la negativa y con su puño partió el cristal de la gran mesa de sesiones y
dijo con voz firme: "Jamás olvidaremos el error que se acaba de cometer".
Gracias a Dios, varios años después (1980), bajo la presidencia del Dr. Horacio López
Santiso se concretó la idea al adquirirse el inmueble de Cerrito y Viamonte para instalar
la primera sede propia. A partir de ese momento se produjo un fuerte crecimiento y
desarrollo, que permitió arribar en el año 1988 al nuevo edificio de Viamonte 1549, que
hoy disfrutamos, en el que se centralizan todas las actividades.
El gran cambio
A partir de 1979, la tarea fue ciclópea. Nace el cambio profundo tan deseado, sin
menoscabar lo realizado por muchas gestiones anteriores. Era un nuevo estilo: el de la
comunicación y el diálogo. Se activó la capacitación y actualización en relación con
las necesidades de los matriculados y, aun así, todo parecía insuficiente. Se llegó a
dictar cursos y realizar jornadas los sábados. Se empezó a brindar nuevos servicios
(médicos, turísticos, informativos, entre otros). También se puso sobre el tapete la
necesidad de atender y difundir los grandes problemas nacionales en foros abiertos a la
comunidad, en los que participaban todas las corrientes de pensamiento y opinión, ejemplo
de una auténtica democracia con plena libertad de expresión. Las mesas redondas, los
almuerzos mensuales y los ciclos de conferencias se convirtieron en una señal
inconfundible de la importancia que tenía la tribuna del Consejo.
Si regreso a l969, debo mencionar a la persona clave en el inicio del proceso de cambio.
Su nombre: Pedro P. Megna. Una vez finalizada su gestión como secretario del Consejo,
durante la presidencia de mi padre, vislumbró anticipadamente lo que ocurriría en el
futuro: la explosión de las profesiones de Ciencias Económicas y la necesidad de contar
con una institución renovada que se adaptara a las necesidades de los nuevos tiempos. A
partir de esa fecha, comenzó a tener seguidores de sus propuestas, ya que se incorporaron
jóvenes matriculados idealistas, que participaron en la redacción de un plan de acción
futuro; una gran parte de él está vigente y es conocida por toda la profesión.
Compartimos años inolvidables de estudio, dedicación y esfuerzo. Hoy veo con agrado que
miles de matriculados están comprometidos en la obra sin exclusiones, sin sectarismos.
El Dr. Megna participó también en el momento de inflexión que se produjo en 1979 y
años siguientes. Una sala del Consejo lleva su nombre y es un homenaje a tanta humildad y
grandeza.
El
esfuerzo, a la vista
Siguiendo con la historia y los recuerdos, tuve el honor de integrar la Mesa Directiva
(1981-1985) como vicepresidente de Horacio López Santiso y Julio P. Naveyra, destacados
colegas de gran prestigio profesional, exigentes y capaces en su accionar, y comprensivos
en el diálogo fecundo.
Esta etapa de mi vida produjo una simbiosis difícil de asimilar en los primeros meses:
Consejo-familia-profesión. El Consejo ocupaba el 70% de mi tiempo y esfuerzo; para la
familia y la profesión quedaba el 30% restante (por cierto, esta distribución era de mi
consciente agrado e incluía la comprensión de mi esposa). Con la tarea profesional
había que hacer malabarismos, teniendo en cuenta además que algunos fines de semana
había que preparar exposiciones para jornadas y discursos si el presidente así lo
disponía, siempre aplicando el concepto de la distribución de tareas. Para la oficina,
ciertamente podían quedar algunas horas sueltas del día, las noches o las vacaciones.
Aclaro que la ley era para todos los miembros de la Mesa y algunos consejeros. Sin duda,
la actualidad no es diferente. En síntesis, la Institución, o sea la matrícula que la
conforma, exige con razón el esfuerzo de sus directivos, que deben inyectarse una gran
dosis de sacrificio y entusiasmo.
Quiero aclarar que solo me he referido a los presidentes y colegas con los que debí
actuar como directivo en ejercicio. A todos los demás integrantes de las diversas
gestiones brindo mi mayor consideración porque también tuvieron excelentes gestiones. La
obra está a la vista.
Un
nuevo edificio
Algunos recuerdos más. Cómo olvidar la entrevista con el maestro Raúl Soldi, en su casa
del barrio de Núñez, con el objeto de solicitarle autorización para ilustrar la tapa
del Boletín Informativo del trimestre enero-marzo 1982 con un magnífico dibujo de su
autoría, alegórico, sobre el dramático momento del inicio de la Guerra de Malvinas. Con
gran cortesía, feliz por la idea y sin ninguna condición, nos facilitó el boceto
original para concretar el trabajo de impresión.
Poco tiempo después se vivió el histórico acontecimiento de la visita a nuestro país
del Sumo Pontífice Juan Pablo II, hacedor de la paz tan deseada.
En esa ocasión, el edificio Mirafiori, sede de nuestro Consejo en esa época, iluminó la
noche de Buenos Aires con la cruz más alta jamás imaginada. Fue un emotivo y feliz
homenaje.
Por último mencionaré otro gran acontecimiento como fue la inauguración del edificio de
Viamonte 1549 el día 3 de junio de 1988, fecha coincidente con el festejo del Día del
Graduado y bajo la presidencia de Carlos E. Albacete. El reciclado del edificio fue una
obra relevante y estuvo a cargo del Estudio Cassano, Poli y Zubillaga (publicado en la
sección arquitectura del diario La Nación). El inmueble, adquirido un año y medio
antes, pertenecía a la firma Goffre & Carbone, un ex concesionario automotriz, con
venta de repuestos y talleres en el primer piso de la entrada por la calle Paraná. Hoy,
el amplio pasillo da frente a las cajas del Banco Ciudad. El edificio era un laberinto de
antigua data, pero el metraje, el precio y la ubicación eran lo más adecuado a las
necesidades del proyecto de futuro que se deseaba concretar.
En la obra se trabajó las 24 horas y al terminar vino el esfuerzo de la mudanza que
permitiría concentrar todas las actividades. El personal del Consejo tuvo en esa ocasión
una intervención relevante y diligente.
Recuerdo el día de la habilitación, la primera matriculación, la primera legalización,
la primera consulta, todo era un acontecimiento, todo era asombro y alegría. No faltó la
anécdota cuando en algún sector de la planta baja se atendía a los matriculados con
iluminación de faroles, ya que algunos operarios estaban haciendo los últimos ajustes de
instalación eléctrica. En oportunidad de habilitar el sector de cocheras, todavía
recuerdo la cara sonriente del encargado que decía "estacione donde quiera",
pero observando con picardía cómo el conductor esquivaba las malévolas columnas. Todo
era cuestión de práctica y tiempo.
El futuro
Los que participan del accionar de alto voltaje que requiere el Consejo deben adaptarse a
todas las situaciones que se presentan, muchas veces imprevistas, pero siempre
solucionables, incluso con la participación y buena voluntad de los colegas matriculados.
De todas formas, hay un tema preocupante y es la cruda realidad: colegas sin trabajo,
otros con bajas remuneraciones u honorarios, agobiados por una legislación a veces
incomprensible y confusa. Las autoridades están en extremo preocupadas y es sabido que
hacen lo imposible para revertir y normalizar situaciones golpeando a todas las puertas
que sean necesarias, aun las de funcionarios sordos. Las publicaciones y la página Web
informan permanentemente sobre el estado de las diversas gestiones.
El compromiso es que los colegas tengan en el Consejo un interlocutor para escuchar sus
propuestas, su problemática y sus preocupaciones en la búsqueda de soluciones válidas
para sus necesidades.
Se aprecia en estos últimos tiempos una elevada participación de jóvenes matriculados y
eso es muy bueno: representa el semillero de una gran reserva futura para el recambio
generacional que necesitan las instituciones, con decisión e inteligencia, en paz y
armonía.
Finalmente quiero homenajear, en este aniversario, a todos los colegas y amigos que
participaron de estos recuerdos, y especialmente a los que ya no están con nosotros. |