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Fuente:
Universo Económico
Número 77 |
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La Argentina suele
desinteresarse por lo que sucede en el mundo. Mira demasiado su propio ombligo, dicen en
el exterior. Se piensa que las potencias y sus líderes están pendientes de temas como
los de la deuda o el FMI. Pero en realidad no es tan así. Calculan que, si se hiciera
mayor esfuerzo por comprender, por ejemplo, cómo funciona el mundo actual, se hubieran
evitado muchos de los problemas del pasado. Pero ahora el país enfrenta una nueva
oportunidad: son muchos los que pronostican un cambio histórico para los próximos años
en la economía mundial, y la Argentina debería aprovechar este momento.
Hace algunas semanas se celebraron dos de las cumbres mundiales más importantes que
reunieron a todos los líderes del mundo en un solo país: Estados Unidos, la mayor
economía del planeta. Allí estuvieron presentes el Presidente, Néstor Kirchner, y el
ministro de Economía, Roberto Lavagna. El primero asistió a la Cumbre de las Naciones
Unidas, organizada en su sede de Nueva York. El segundo lo hizo en la Asamblea Anual del
Fondo Monetario y el Banco Mundial.
Al primer evento asistieron invitados los presidentes de todos los países; al segundo,
todos los ministros de Economía. Ambas reuniones fueron organizadas con una semana de
diferencia. Se definió allí la agenda de los temas que se discutirán en los próximos
meses a escala mundial. La Argentina no solamente no aparece allí citada, sino que
tampoco logró llamar la atención, excepto por algunos puntos que tienen que ver más con
su pasado que con su futuro.
Para aquellos que recuerdan con nostalgia a un país que supo tener alguna vez un papel
protagónico en el mundo, el desafío ahora es más bien al revés: la Argentina deberá
mostrar interés por lo que ocurre en el mundo y no esperar que el mundo hable de ella.
Pasarán muchos años, y con viento a favor, para que el país vuelva a ser foco de
atracción en el sentido más amplio del término: atraer inversiones, que se hable de un
desarrollo de país, que sus profesionales sean más valorados, que se deje de mencionar a
la Argentina solamente cuando hay una crisis.
Hay varios motivos económicos y políticos por los cuales el país debería poner el ojo
no en su ombligo y sí en lo que pasa a su alrededor.
El primero es más bien económico. Al ser este un país con una economía pequeña y
abierta, los avatares internacionales tienen efectos inmediatos. Esto lo saben bien los
argentinos que sufrieron en carne propia la avalancha de crisis financieras durante la
segunda mitad de los 90, que desembocó en la crisis que azotó al país en 2001. Lo que
sucede en la Argentina es intrascendente para el mundo. No así lo opuesto.
El segundo también tiene una raíz económica. Cada vez son más los economistas
(argentinos e internacionales) que sostienen que el mundo hoy está frente a uno de los
cambios tal vez más grandes de los últimos 100 años. La irrupción de China para muchos
representa algo similar al despertar, en su momento, de Estados Unidos, la mayor potencia
de la historia. Las consecuencias son inminentes: la entrada del Dragón Asiático
(juntamente con la India) supone el ingreso de millones de personas al mercado de trabajo
mundial, algo que nunca existió con estas proporciones ni con esta dinámica en la
historia del capitalismo. En la Argentina, las personas con formación y calificaciones,
no se verán amenazadas por la irrupción china. En cambio, aquellos que no tengan
formación, o trabajen en sectores cuyos oficios no requieran un gran despliegue de
habilidades, probablemente, se sentirán invadidos.
El tercer motivo sería de orden político. Como consecuencia de este último punto, los
líderes del mundo hoy están discutiendo cómo será la futura arquitectura que gobierne
el planeta durante los próximos años. El G7 (el grupo que incluye a Estados Unidos,
Reino Unido, Canadá, Francia, Japón, Alemania e Italia), como está hoy configurado, no
resistirá muchos años más, sostienen diversos analistas. Entre las alternativas que se
escuchan se cree que el Grupo de los 20 (donde aparece la Argentina) tendrá un rol más
importante.
Aquellos jóvenes que hoy tienen 30 años vieron cómo el país se fue desconectando del
mundo en las últimas tres décadas. Pareciera que ahora están frente a una nueva
oportunidad. Pablo Gerchunoff alguna vez trazó una similitud entre este período de la
Argentina y el de hace 100 años. Luego de una crisis brutal, el contexto internacional
fue favorable y el país logró remontar.
Aquellos líderes y dirigentes supieron "leer" lo que ocurría en el mundo.
Vieron por dónde pasarían las oportunidades y dónde habría que hacer esfuerzos. Se fue
moldeando un modelo de capitalismo y de instituciones políticas (muchas veces con
tropiezos) que sentó las bases del país en el siglo XX.
Pensar que al país le irá bien por el solo hecho de que el mundo crezca sería cometer
un error como el de la década pasada. Se sabe que el "efecto derrame" no
funciona. En la Argentina de los 90 se creyó que todo crecimiento de la economía
llegaría a todos los argentinos por igual, pero el resultado fue otro.
Un mundo que crece y más rico, donde supuestamente habrá más dinero para comprar
productos argentinos, no asegura nada. Tal vez ello era suficiente 100 años atrás, pero
hoy ya no lo es. El mundo está más globalizado, más competitivo, y otros países han
progresado más. La Argentina debe desarrollar una estrategia bien clara en función de lo
que supondrán los próximos 10 años. Y para ello hay que "entender" el mundo. |
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