En los tiempos que
corren, el conocimiento está de moda. Se sostiene que es un factor central tanto para el
éxito organizacional como personal.
Se agrega también, con ligereza dogmática, que el mismo está al alcance de todos y que
el formidable avance que se está llevando a cabo en el terreno de las telecomunicaciones
y de la tecnología en general no hace sino allanar y agilizar el camino hacia su acceso.
No sólo es conveniente aclarar, sino también precisar dichos precedentes.
En primer lugar, lo que sin duda está al alcance de la mayoría de las personas es la
información y no el conocimiento.
La información es un conjunto de datos estructurado para lograr un fin determinado.
Conocimiento, en cambio, implica entendimiento, inteligencia, razón. En consecuencia, el
conocimiento no es un insumo, sino una elaboración en la cual la información actúa como
materia prima, debiéndose realizar un esfuerzo adicional de articulación y reflexión.
El conocimiento y los modos de llegar a él pueden aprenderse, no así la sabiduría, que
significa un conocimiento profundo en ciencias, letras y artes, a la vez que implica una
conducta prudente en la vida o en los negocios (acepciones mencionadas en el Diccionario
de la Real Academia Española).En el umbral de una nueva era
Dejando de lado los meandros teóricos, lo que importa a los propósitos organizacionales
es advertir que estamos en una sociedad altamente informada, en tránsito hacia una
sociedad de conocimiento aún lejos de ser alcanzada.
Hablar de sabiduría organizacional, en tanto, es por ahora imaginar una utopía tan
ambigua como distante para la mayoría de las organizaciones actuales.
Sin embargo, no es una utopía irrealizable y, si bien son pocas, ya hay empresas que han
comenzado a recorrer el camino y pueden brindarnos noticias sobre él
Estas organizaciones, por cierto de avanzada, están emitiendo señales muy poderosas que
llevan a pensar en una transición en plena marcha que va dejando atrás, lentamente, la
sociedad industrial en la que nacimos, mientras alumbra una nueva era, que algunos
conservadoramente llaman posmodernismo, y otros más audaces bautizan como era del
conocimiento.
Modernidad y posmodernidad. Autores como Anthony Giddens y Zygmunt Bauman sostienen que
ya estamos inmersos en la posmodernidad, la cual cobra sentido a partir del proceso de
globalización y revolución tecnológica que comenzamos a recorrer. En un libro tan
polémico como crítico, Bauman señala las consecuencias perversas que trae aparejadas la
nueva modernidad a la que denomina "líquida", teniendo en cuenta lo efímero y
los rasgos escasamente sólidos de sus características.
Terry Eagleton, en su obra Las ilusiones del posmodernismo, destaca con precisión:
"es un sorprendente rasgo de las sociedades capitalistas avanzadas que sean a la vez
libertarias y autoritarias, hedonistas y represivas, múltiples y monolíticas. Y la
razón para ello no es difícil de hallar. La lógica del mercado es de placer y
pluralidad, de lo efímero y lo discontinuo, de cierta cadena de deseo descentrada de la
que los individuos parecen meros efectos fugaces".
Este es el nuevo escenario social y económico en el que se llevan a cabo tanto los
negocios tradicionales como los nuevos y en el cual las organizaciones actúan
persiguiendo los objetivos generales y comunes que distinguen a todas ellas:
supervivencia, crecimiento y rentabilidad.
Nunca está demás aclarar que la rentabilidad es un objetivo final para las empresas que
persiguen propósitos de lucro, y un objetivo intermedio para las entidades sin fines de
lucro, dado que para éstas el objetivo final es el acto solidario.
En este escenario se concreta, asimismo, una singular batalla, la que libran el
pensamiento único ícono de las demandas de estandarización que reclama la
globalización- y el pensamiento crítico, que propone, con razón, el respeto a la
diversidad, al disenso y a la reflexión constructiva.
Las nuevas verdades (de siempre). Muchas veces, en el devenir del tiempo y ante una
evolución disruptiva que es característica del ser social, las verdades esenciales de la
vida humana han sido relegadas cuando no ignoradas.
Estas verdades de siempre cobran nueva relevancia ante el reconocimiento del ser humano
como ícono de la nueva era del conocimiento. No es ya la máquina -símbolo de la era
industrial-, sino el hombre en su multifacética dimensión el que debe merecer ahora la
máxima atención.
Y ello implica plantearse el significado de principios básicos como:
Complejidad: a ella alude E. Morín,
señalando que es resultante del "múltiple desdoblamiento al que es sometido el
hombre actual (a la vez racional y delirante, trabajador y lúdico, empírico e
imaginador, económico y dilapidador y también prosaico y poético)".
La teoría de la complejidad opera asociada con la teoría de los desequilibrios
dinámicos y se opone al sentido de orden y control organizacional.
Caos: la teoría del caos, a partir de los aportes de I.Prigogine, no estudia la
confusión y el desorden que puede existir dentro o fuera de la organización, sino más
bien analiza las repercusiones de tal confusión y/o desorden, y la consiguiente gestión
para superar e incluso transformar la situación encontrada convirtiéndola en resultados
positivos.
Diversidad: la teoría de la diversidad atribuye al término los significados de
variedad, desemejanza y diferencia, e incluso multiplicidad. El concepto incluye tanto la
cultura dada como las características propias de la raza humana. También abarca los
ecosistemas y las ciudades, y, desde ya, los rasgos de personalidad y los estilos de vida
de las personas. La diversidad está presente permanentemente en el universo
organizacional.
Interacción: el ser humano es un ser social, muy especialmente en su
actividad organizacional. Los compartimentos funcionales estancos, las torres de cristal
gerenciales, son vallas que han dificultado desde antiguo la interacción e integración
que configuran el estado natural en el cual deben desenvolverse las personas dentro de las
organizaciones.
Pensamiento sistémico: la etapa de la Ilustración, desde comienzos del siglo XVIII, de la mano
de Descartes, Kant y el propio Voltaire, instauró el tiempo de la razón y el pensamiento
analítico. Por cierto, ambos fueron indispensables para arribar a un siglo XXI de
progreso incesante, pero también contradictorio en términos de desigualdad e inequidad.
Como señala P. Senge, es tiempo de volver al pensamiento sistémico (nunca
negado por los ilustres pensadores). Desarrollar mentes sintéticas, sin olvidar el
sentido analítico, es uno de los grandes desafíos de las organizaciones actuales.
Ética: la conducta ética y muy especialmente la moral, como práctica concreta
de la misma, están siempre en peligro, enfrentando las amenazas de la deshonestidad, la
corrupción y los diversos flagelos en acecho.
Una ética normativa y la perseverancia en los principios de la responsabilidad social
empresaria son los hábitos a afianzar en la vida organizacional.
Repliegue y recreación de
la administración y el Management
La Administración en general y el Management en especial atraviesan tiempos de grandes
cambios en correspondencia con las transformaciones que se suceden en la sociedad y en la
economía del nuevo siglo.
Cambios sociales. Algunos de los cambios más significativos que hoy vivimos se han gestado
a partir de la segunda parte del siglo XX y continúan produciéndose.
Según estudiosos de la salud, desde los años 50 en adelante, el ser humano ha logrado, a
través de la medicina y los medicamentos, un control generalizado de las enfermedades (el
Sida es la excepción que justifica la regla) que ha permitido extender la expectativa de
vida de las personas.
Por otro lado, el rol de la mujer ha cambiado drásticamente en las últimas décadas. Su
presencia en la vida laboral y en los claustros universitarios así lo atestigua.
Estadísticamente, la familia tipo, con cuatro miembros, ha cedido su lugar a una familia
de tres miembros, observándose asimismo una disminución en los casamientos formales.
Finalmente, los hábitos, gustos y preferencias de las personas están cambiando
permanentemente. El ciudadano ha dejado de ser un mero consumidor, transformándose en
cliente (un cliente difícil de satisfacer, cada vez más exigente e inconformista, como
sostiene R. Mc Kenna).
Nuevas reglas en los negocios. A partir de los años 90, superado el embate de las
empresas japonesas de la década anterior, tres reglas básicas dominan el campo de los
negocios en el mundo globalizado: competitividad, flexibilidad y cooperación (alianzas de
distinta naturaleza) se han tornado indispensables para librar la batalla que se lleva a
cabo en el mercado y así asegurar la consecución de los tres objetivos generales ya
mencionados.
Viejos y nuevos paradigmas,
clave de la Administración y el Management
Con sorprendente velocidad, muchos de los paradigmas que abonaron en el pasado la
prosperidad organizacional hoy se baten en retirada, en tanto otros nuevos procuran ocupar
su lugar.
Veamos algunos casos:
En el
terreno del trabajo: la seguridad laboral ha
dejado de existir para todos los empleados y trabajadores. Ni siquiera los directivos y
CEOS están a salvo de sus consecuencias. En reemplazo de este paradigma, se insinúa,
aunque con alcances más limitados, el llamado paradigma de la empleabilidad.
En el terreno de la perfomance
organizacional: ya no basta con perseguir y
lograr la eficiencia y la productividad (motores según Peter Drucker del crecimiento de
los negocios en el siglo XX). Hoy es necesario ser también efectivo (sumar a la
eficiencia interna la externa, escuchar la voz del cliente y del mercado, y aprender de
competidores y proveedores). La rentabilidad debe ser el fruto de una gestión
estratégica inteligente, sustentable en valores organizacionales y personales.
En materia de liderazgo: el líder tradicional, basado en la relación
superior-subordinado y actuando bajo un sistema de órdenes, se muestra insuficiente e
incapaz para dar respuestas flexibles y oportunas ante un mercado cambiante y dinámico.
El nuevo líder efectivo, en cambio, movilizándose en un sistema de influencia e
interactuando con sus seguidores, parece ser el camino certero para conducir a las
personas y a las organizaciones en la nueva era.
En materia de capital: el capital físico pierde progresivamente importancia ante
el capital intelectual (marcas, patentes, know how y el propio capital humano).
En el enfoque producto/servicio: el concepto de servicio se muestra integrador y abarcador,
incluyendo la noción de producto. Los principios de calidad se derraman sobre los
servicios y la organización en general, convirtiéndose en instrumentos competitivos
indispensables.
En el terreno de la creatividad y el
liderazgo: la innovación y la gestión del
conocimiento suplen con rapidez los enfoques tradicionales. La creatividad personal se ha
tornado menos frecuente, no así la innovación, que implica una mirada nueva, una
expectativa de mejora siempre posible, sobre lo ya existente. Como señala T. Peters,
imaginar de nuevo las cosas e innovar son las respuestas apropiadas a la era perturbadora
actual.
En materia de arquitectura
organizativa: las estructuras planas, con pocos niveles, y los sistemas y
procesos descentralizados y a medida avanzan rápidamente sobre las configuraciones
burocráticas.
En el terreno del poder organizacional: la centralización deja lugar a la descentralización y la
autonomía. Las estrategias de empowerment y trabajo en equipo se consolidan.
En la cuestión tecnológica: se abandonan viejos tabúes y temores, entendiendo la informática como un
medio y no como un fin, como un instrumento asociado al negocio y no disociado de él.
En el enfoque social: la organización tiene un rol comunitario y social a
cumplir. La responsabilidad social empresaria y el cuidado del medio ambiente son los
nuevos valores que se han de practicar.
La organización virtuosa
Valores, límites y restricciones para
el cambio. La organización virtuosa
del futuro, un futuro en pleno desembarco, está centrada en la gente (entendiendo a esta
no solo en términos de empleados, sino en sentido amplio, incluyendo a los hoy llamados
stakeholders, es decir, todos los interesados en la suerte organizacional).
Esta organización reposa en dos valores trascendentes:
Alcanzar los objetivos que la organización se ha
propuesto. Para ser más concretos: lograr los resultados previstos, según enfatiza D.
Ulrich.
Proporcionar a todos los empleados de la organización, y muy
especialmente a quienes están en carrera ejecutiva, un ambiente favorable, un espacio de
libertad al decir de M. de Pree, que haga posible el logro de los objetivos personales. La
organización no asegura su cumplimiento pero sí contribuye a generar el ambiente
propicio para ello.
Pero debemos ser realistas y poner los pies sobre la tierra. El porqué se alcanzan pocas
veces estos propósitos no debe llamarnos a engaño y menos a conformidad. Son muchas las
organizaciones que no superan la etapa discursiva y muchos también los líderes, con
buenas intenciones, que no llegan a buen puerto.
Las restricciones para el cambio son
variadas y abundantes: paradigmas del pasado, paradojas irresueltas, exceso optimizador,
apego burocrático, incomprensión acerca de la inteligencia emocional de las personas,
falta de reconocimiento oportuno, ejercicio mediocre del poder y, desde ya, el rosario de
debilidades propias de la naturaleza humana (envidia y egoísmo entre ellas).
Las dificultades para cambiar naturalmente aumentan al combinarse o potenciarse, como es
común, tales restricciones.
Del conocimiento a la
sabiduría organizacional: fragilidad y esperanza
Cuando el experto en Gestión del Conocimiento N. Bontis afirma que las organizaciones
apenas aprovechan el 20% del conocimiento que se halla a su disposición, una esperanza de
cambio efectivo y de progreso nos invade.
Conviene dejar en claro que el conocimiento disponible no sólo está en la mente y en las
habilidades desaprovechadas de los trabajadores, sino también en el exterior de la
organización, en los clientes, en los proveedores e incluso en los competidores de los
cuales siempre puede aprenderse. Del mismo modo, es menester entender que no debemos
limitarnos al conocimiento explícito, el que practican las empresas occidentales, sino
también incluir al conocimiento tácito, que tan bien conocen y aplican las empresas
orientales.
La brecha desaprovechada es enorme y ello significa que, de proponernos mejoras del 5% ó
10% adicionales, los cambios podrían ser sustanciales, modificando poderosamente el rango
de competitividad organizacional.
Claro está que el nuevo empeño sobre la Gestión del Conocimiento requiere modificar la
forma de pensar los negocios, de entender la organización, de relacionarse y comunicarse
con las personas. Y ello no es nada fácil si los paradigmas, los hábitos y la conducta
no cambian seria y profundamente.
M. Feinberg y J. Tarrant nos ofrecen múltiples testimonios acerca de estas dificultades
en su libro Por qué hay personas inteligentes que hacen estupideces.
Cuando J. Kotter lanzó en los años 90 su célebre proclama "Olvide todo lo
aprendido en las escuelas de negocios. El mundo ha cambiado", inauguró una serie de
advertencias sobre la cuestión que no ha cesado.
El paso difícil pero inevitable que deben afrontar las organizaciones actuales reside en
aprender a gestionar su conocimiento para luego, a partir de esta toma de conciencia,
comenzar a desarrollar la gestión de la inteligencia -tanto la humana como la
artificial-.
Fragilidad y esperanza son las conclusiones y también los interrogantes que nos propone
la era que acabamos de iniciar.
La utopía de la sabiduría organizacional se halla al final del camino y vale la pena
comenzar el recorrido cuanto antes. |