¿Cuál es la mejor
estrategia para ejecutar un penal en un partido de fútbol? ¿Cuánta lluvia hace falta
para disuadirnos de salir a correr esta tarde? ¿Qué incide más sobre la felicidad de
las personas: un aumento de sueldo o una buena relación sexual con su pareja? ¿Pueden la
psicología o las neurociencias ayudar a entender mejor la crisis económica argentina de
2001-2002? ¿Se acercará la econofísica alguna vez a su Santo Grial, la predicción de
los movimientos financieros?
En los últimos tiempos, las respuestas a estas preguntas no están surgiendo de libros de
autoayuda o de manuales de psicología. Quienes se están encargando de estas cuestiones
son los economistas, cuyas conversaciones ya no están monopolizadas por el desempleo, la
inflación, el tipo de cambio u otras variables tradicionales.
Durante décadas, la ciencia económica invadió, con sus métodos y herramientas, campos
temáticos que eran propios de otras disciplinas. Desde fines de los años 60, el Premio
Nobel Gary Becker aplicó los instrumentos de la economía neoclásica a terrenos poco
comunes hasta entonces, como el crimen o el matrimonio.
Pero la explosión temática que se está produciendo en los últimos años es mucho más
profunda y compleja. Particularmente, porque se basa en el aporte de otras ciencias, como
la psicología, la neurobiología, la física o la biología.
"Durante mucho tiempo, la economía exportó sus métodos y herramientas a otros
campos; ahora estamos en la otra etapa del ciclo, en la que la economía está importando
cada vez más conocimientos, y esto vuelve al fenómeno sumamente interesante", dice
Daniel Heymann, profesor de la UBA, economista jefe de la CEPAL y uno de los analistas
más respetados en el ámbito académico argentino.
Una de las ramas nuevas que tiene más seguidores es la que se conoce como "economía
del comportamiento" (Behavioral
Economics en inglés), la que resulta
de la cruza de la ciencia de Adam Smith y John Maynard Keynes con la psicología,
particularmente en lo que se refiere a la ciencia cognitivista. Se trata de un campo que
ya tiene su propio Premio Nobel: el psicólogo Daniel Kahneman fue el primer no economista
en llevarse el galardón en el año 2001.
La irrupción de esta rama teórica está provocando una conmoción en el ámbito
académico porque ataca uno de los supuestos básicos de la corriente neoclásica, que
dominó la economía en los últimos 50 años y que tuvo (y tiene) su epicentro en la
Universidad de Chicago, en los EE.UU.: el de la racionalidad de las personas. En los
modelos neoclásicos, las personas son seres que siempre toman decisiones racionales:
actúan maximizando sus ganancias, son en algún sentido egoístas y tienen una capacidad
prodigiosa para hacer cálculos.
Los economistas del comportamiento se lanzaron a la caza de "anomalías" o
situaciones donde se toman sistemáticamente determinaciones irracionales. Una de las más
populares es la del exceso de confianza: un 80% de la población cree que es más
inteligente que el promedio, algo que es matemáticamente imposible. Y más de un 90%
está seguro de que es mejor conductor que el promedio, algo que tampoco puede ser cierto,
a menos que se trate de una encuesta entre corredores de Fórmula 1. Este exceso de
confianza lleva a que se cometan todo tipo de errores a la hora de invertir. Cuando una
apuesta financiera resulta acertada, es por nuestra pericia. En cambio, cuando termina
siendo un fiasco, es culpa de la mala suerte. Este pensamiento, muy habitual, hace que se
vuelva muy difícil aprender de los errores y explica por qué los seres humanos tendemos
a caer en las mismas equivocaciones una y otra vez.Shopping y dolor de cabeza
Puestos a detectar zonas donde la hipótesis de la racionalidad de la teoría neoclásica
hace agua, los conductistas ya encontraron más de 50 "sesgos" de comportamiento
hacia la irracionalidad.
Por ejemplo, estamos dispuestos a caminar un par de cuadras si nos dicen que una
calculadora que sale 20 pesos en un local se puede conseguir a 10 pesos en otro. Pero no
estamos dispuestos a hacer lo mismo si nos dicen que un abrigo que vamos a comprar en 200
pesos se puede conseguir a 190 en otro lado, por más que lo que se ahorra en ambos casos
es lo mismo.
La gente suele mantener dinero en un plazo fijo que a duras penas le sirve para mantener
el capital (nada mejor que la Argentina actual para este ejemplo) y al mismo tiempo paga
tasas usurarias por atrasos en tarjetas de crédito. La economía neoclásica supone que
cada peso que tenemos es considerado de la misma forma, y sin embargo la gente tiende a
mantener "cuentas mentales": lo que se ahorra no se toca; el consumo sale de los
ingresos corrientes.
Y hay decenas de casos similares de apartamiento de la racionalidad. Para la economía
tradicional, cuantas más opciones tenga un consumidor, mejor para él. ¿Qué dice la
psicoeconomía de esta afirmación? Adivinó: que es falsa. Experimentos realizados en
supermercados demostraron que es mucho más probable que alguien compre una mermelada si
le dan a elegir entre seis tipos diferentes que entre 24 opciones. Existe, inclusive, un
"umbral de saturación", a partir del cual una opción adicional agregada a la
lista paraliza, literalmente, a un consumidor. Cualquiera que haya ido una tarde a un shopping center habrá experimentado esta sensación.
Existe una tribu aún más estrambótica que la de los conductistas. La neuroeconomía no
tiene todavía más de 200 cultores en todo el mundo, pero va un paso más allá: trata de
descubrir qué fenómenos químicos que se producen en el cerebro tienen que ver con los
comportamientos económicos.
"Estamos abriendo la caja negra del proceso de decisión", asegura Aldo
Rustichini, un neuroeconomista que da clases en la Universidad de Minnesota y que habla
algunas palabras de castellano porque su esposa es santafecina. Rusticini utiliza
técnicas como los electroencefalogramas o las tomografías por emisión de positrones
para saber qué áreas del cerebro "se activan" cuando una persona realiza una
transacción económica, gana o pierde dinero, o planifica una estrategia financiera.
¿Qué hay de nuevo?
Cada año, unos 30.000 alumnos eligen Economía en las universidades de los Estados Unidos
para dedicarle sus vidas. En la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, la más grande
de Sudamérica por cantidad de inscriptos, unos 200 jóvenes reciben por semestre su
título de licenciados en Economía. A pesar de los chistes que se hacen con la profesión
y del fenomenal golpe a su imagen que se produjo en la Argentina durante la crisis de
2001-2002, los economistas siguen gozando de un estatus social alto. Su disciplina es la
única ciencia social que cuenta con un Premio Nobel propio para distinguir a sus
académicos más encumbrados.
Sin embargo, en la "ciencia sombría" (dismal science)
hay algunos síntomas de preocupación. Aunque siguen apareciendo aportes valiosos, la
economía convencional hace rato que viene mostrando algunos signos de agotamiento. El
premio Nobel 2004 fue para el noruego Finn Kydland y para el estadounidense Edward
Prescott. Los trabajos que motivaron el reconocimiento de la Academia Sueca, Reglas antes
que discrecionalidad: la inconsistencia de los planes óptimos y El tiempo para construir
y las fluctuaciones agregadas, fueron escritos, respectivamente en 1977 y 1982.
"Hay una distancia cada vez más grande entre los economistas y el resto de la
sociedad", afirma Arjo Klamer, profesor de la Universidad de Rotterdam, experto en
metodología y uno de los observadores más interesantes y críticos de las "tribus
económicas" en la actualidad.
Para el profesor de Rotterdam existe un lenguaje, que denominó "econospeak",
que hablan los economistas y que resulta totalmente ajeno al resto de los mortales.
Por eso las nuevas líneas de investigación están despertando tanto entusiasmo en
jóvenes graduados. "Espero que estas flamantes ramas teóricas nos ayuden a los
economistas a abrir un poco más la cabeza", dice Patricio Dalton, un joven
economista argentino, egresado de la UBA, que en la actualidad trabaja en Warwick,
Inglaterra, y en cuya tesis de doctorado combina la psicología y la última crisis
argentina. "El potencial de las nuevas líneas de investigación para entender mejor
la historia económica argentina es gigantesco", afirma Dalton.
Se trata, en definitiva, de una de esas instancias que ocurren una vez cada varias
décadas en la historia de la ciencia: el paradigma dominante es atacado por varios
ejércitos desde distintas posiciones. "Aún no sabemos cómo va a terminar esta
historia -dice Rolan Bénabou, un profesor de la Universidad de Princeton que trabaja con
modelos económicos aplicados a la vida cotidiana-; "lo que sí sabemos es que
estamos viviendo un período muy fértil en el campo de las ideas económicas. Y eso, ya
de por sí, es muy excitante". |