El 7º Congreso de
Economía, organizado por el Consejo, ha dejado un saldo muy positivo en cuanto al nivel y
la calidad de expositores y participantes, y, al mismo tiempo, una seria y fundamentada
advertencia sobre lo que se está desenvolviendo en la realidad de la producción y el
empleo en la Argentina.
Quienes son responsables de la marcha de los asuntos públicos, no sólo en los más altos
niveles del Gobierno, sino también en los sectores de opinión que gravitan sobre las
decisiones fundamentales que se toman en el vértice del Estado debieran tomar prolija
nota de lo que se planteó en este evento, puesto que, al analizarse las tendencias en
curso, surgen con claridad los principales desafíos que el país tiene por delante.
El Congreso se planteó siguiendo un orden coherente, empezando por el análisis del
contexto mundial, que condiciona claramente las estrategias nacionales en cuanto a sus
prioridades y sus posibilidades concretas. Resulta imprescindible un diagnóstico adecuado
sobre el curso de la economía mundial para el diseño de estrategias de desarrollo
exitosas.Lo
que se debatió
El replanteo que surge de las deliberaciones del Congreso es convergente con el que se
está formulando desde diversos ángulos de la opinión más seria: aparece como un punto
de partida la reflexión de qué debemos plantearnos frente al mundo consolidando la
alianza regional Mercosur, en cuyo ámbito encuentren vías concretas de expansión
productiva y de equidad creciente los países que lo componen, empezando por la
corrección de las gruesas asimetrías que se observan en su seno. Salir al mundo con la
marca Mercosur supone que cada parte (cada pueblo y cada gobierno) canalice allí sus
mejores esfuerzos y obtenga claros avances favorables para su propia situación social y
económica.
El historial en la coalición, ahora aumentada con Venezuela, no exhibe claros avances en
ese sentido. Es decir, se advierte la importancia del instrumento, pero no arroja todavía
resultados suficientes respecto de las expectativas depositadas en él.
La crisis de los años 2001-2002 implicó una impactante toma de conciencia para quienes
creían que el país había encontrado un sendero de progreso. Las recomendaciones
conocidas como el Consenso de Washington, que en nuestro país se aplicaron sin suficiente
evaluación crítica, tuvieron como resultado la acentuación de nuestro retroceso
relativo.
Es lamentable que hayamos tenido que pasar por ello para admitir que el desarrollo es una
prioridad y que crear empleo y ensanchar la producción son las bases
para satisfacer las necesidades de la población. El debate sobre el modelo productivo fue
muy claro al respecto: es necesario mantener los logros actuales, acentuando la
producción de manufacturas de origen industrial (sin por ello dejar de apoyar las de
origen agropecuario), que permita una mayor diversificación de las exportaciones cada vez
con más alto valor agregado.
Ligado con lo anterior, resulta indispensable la total recuperación del
sistema financiero y el desarrollo del mercado de capitales, que permita la adecuada
canalización de las inversiones necesarias que consolide en el mediano y largo plazos las
tendencias actuales.
La agenda pendiente
Ahora, cuando el pozo más profundo de la crisis ha quedado atrás (pero no sus secuelas),
hay que evitar el riesgo de caer en el triunfalismo y el error que éste entraña: creer
que se está haciendo lo que corresponde con sólo aprovechar el estímulo que genera una
nueva paridad cambiaria, más favorable para la producción local y las exportaciones.
El análisis del mercado laboral y de la situación social fue muy elocuente. No debemos
engañarnos: incluso con la mejora en los índices de empleo, que el gobierno anuncia como
un gran avance, el desempleo todavía sigue siendo muy alto y, además, el 44 % del empleo
es en negro, con lo que eso significa en términos de precarización de la clase
trabajadora.
Por otra parte, la distribución del ingreso es mucho más inequitativa que hace una
década. La política de los 90 generó más pobres e instaló lo que se conoce como
"pobreza estructural", es decir, la existencia de sectores que ya no se
esfuerzan en encontrar trabajo ni pueden educar a sus hijos como aspiraciones básicas. El
trabajo precario y la baja productividad de la economía son fenómenos que se presentan
asociados en nuestra realidad nacional. Ambos hechos conviven con los segmentos altamente
tecnificados que viven hoy un momento propicio para los negocios.
La solución es bien difícil, puesto que la modernización tecnológica prescinde de la
mano de obra menos calificada. Allí es donde una acción estatal es insoslayable para
crear condiciones genuinas de empleo. Pensar que éste es un tema que se resuelve con
asistencialismo sería admitir una degradación del pensamiento científico en materia
económica y social que lleva ya milenios de desenvolvimiento y ha alcanzado niveles muy
altos en la comprensión de los fenómenos humanos.
Las soluciones técnicas existen y de ello el 7º Congreso ha dado pruebas conceptuales
bien claras. Pero se requiere, no sólo en los núcleos políticos, una visión
caracterizada por la grandeza para aplicar soluciones eficaces.
A modo de cierre, quizás convenga recordar la importancia asignada a la educación como
palanca para contribuir al desarrollo, destacando que el ministro Filmus enfatizó lo
relevante que significa que la educación haya sido el tema elegido para la apertura de un
congreso de economía. No fue una casualidad, pues ello está en el núcleo de las
propuestas que hace siempre el Consejo. |