Cuando se dice que la
educación es un tema que convoca a todos, es algo cierto. Involucra desde el presidente
de un país hasta el hogar de las personas, pasando por docentes, profesionales,
compañeros de trabajo.
La educación de una persona difícilmente pueda separarse del contexto que la rodea y
esto tiene múltiple implicancias.
No es la idea de Universo Económico analizar qué fija la educación de
los argentinos ni mucho menos. Más bien se trata de averiguar qué determina la
capacitación de los profesionales, un tema en el que el Consejo viene trabajando
constantemente y estableciendo acciones puntuales sobre cada uno de los problemas que hay
detrás de la formación de los graduados en Ciencias Económicas.
La realidad es que nuestros profesionales viven (y trabajan) en Buenos Aires y
fueron educados en la Argentina. Por ello corresponde hablar de educación
porque, por más que se empieza a instruir a un profesional en la universidad, la base
cultural de una persona comienza a construirse, en parte, a partir de la escuela. Es allí
donde los argentinos reciben sus primeros estímulos, pero también sufren sus primeras
atrofias.
En esta nota de tapa se plantea qué se está haciendo en materia educativa
en la Argentina: cuánto se invierte, cuáles son los principales lineamientos desde la
visión del Estado y sus proyecciones.
Quienes se preocupan por el presente y el futuro de los profesionales en Ciencias
Económicas no pueden desconocer las siguientes cuestiones: cuál es el tablero de la
educación en la Argentina, en qué estado se encuentra; y ello lleva a comprender que
esto termina impactando tarde o temprano n la calidad de los profesionales que se forman.
Aunque a una persona se le enseñen conceptos en su etapa más madura y
cuando ya es profesional, difícilmente se obtengan los mismos beneficios acerca de ella
que habiéndola capacitado a una edad más temprana. No por nada en los países
desarrollados las carreras e grado tienden a ser más cortas, estimulando así a la gente
desde la adolescencia. En la Argentina, en la universidad pública al menos, las carreras
de Ciencias Económicas duran cinco años en promedio. Recibirse de Contador Público o
Economista en la London School of Economics (LSE) (una de las cinco universidades más
prestigiosas del mundo) no lleva más de tres años. Si luego se cursa un posgrado, hay
que añadirle dos años. Quiere decir que el paso de una persona por la academia en un
país desarrollado (o en una economía desarrollada) no lleva más de cinco años a lo
sumo. Cabe tener presente, asimismo, que la relación entre la duración de las carreras
cambia si se toma en cuenta el tiempo de estudio. En la Argentina, una parte importante de
los estudiantes trabaja, con lo cual la graduación se retrasa por el menor tiempo que,
obligadamente, los alumnos en esta situación destinan al estudio.
De este modo, la inserción de los graduados en el Primer Mundo es mucho más temprana que
la de los profesionales en la Argentina. Lógicamente, por una cuestión de fluidez y
dinámica propia del empleo en este país, se hace difícil equiparar los resultados a los
de las economías más grandes (probablemente, la oferta de un egresado de LSE es más
amplia y hasta aparezca más rápido que la de un graduado de la UBA).
Tal vez este peor desempeño local no sea culpa de los planes de
estudios con que se forma a los profesionales en la Argentina (ver discusión en Ventana Profesional). Pero lo cierto es que la capacitación de los
profesionales en países con más de US$ 15.000 de ingreso por habitante parece estar
mucho más orientada al mercado que aquí. La cuestión parece pasar más que
nada por la agenda de la educación en este país.Qué hace falta
La educación y la política siempre
han ido de la mano. Adam Smith, el padre de la economía moderna y mal llamado padre
del liberalismo, decía que entre las obligaciones que debían quedar en manos del
Estado estaba la de la educación. Ni a los más fervientes defensores del capitalismo se
les ocurriría alguna vez pedir que el sector público no tuviera injerencia en la
educación de las personas. Ello atentaría directamente contra la competitividad de los
profesionales, de las empresas y, por último, de la economía.
Claro que más educación no significa necesariamente más
competitividad para una economía. La Argentina, por ejemplo, fue un país que
primero se volvió competitivo y luego educado. Hace un siglo, cuando el país
se ubicaba entre los más ricos del mundo, la mitad de sus habitantes no sabía leer ni
escribir (las mujeres ni siquiera votaban).
La educación argentina en todo caso creció bajo el paraguas de una economía que se
había constituido y crecido ya un tiempo antes. El sueño de Sarmiento, alimentado por
sus viajes a un Estados Unidos que crecía exponencialmente en la segunda mitad del siglo
XIX, no podía ser puesto nunca en práctica en la Argentina sin suficientes recursos para
financiar la educación. La Argentina se volvió rica a principios del siglo XX, pero
recién alcanzó su madurez en materia de educación décadas después. Luego, el sistema
se iría desfinanciando y deteriorando.
La conclusión de todo esto es que la educación, la política y la economía van de la
mano. Si no se coordinan los tres ámbitos, difícilmente un país se vuelva competitivo a
futuro.
Hoy parece que el paradigma ha cambiado y se ha alterado el orden de los factores: los
países en desarrollo, como la Argentina, necesitan invertir intensamente en capital
humano para así insertarse exitosamente en el proceso de globalización.
De un modo u otro, la dirigencia argentina ha intentado siempre, a lo largo de los años,
recrear aquel sueño de Sarmiento. Por ejemplo, a partir de fines de la década del 80 y
principios de los 90, el sistema educativo argentino registró importantes modificaciones
destinadas a mejorar la eficiencia con que se prestaba este servicio público. El eje de
las reformas fue la descentralización de la educación básica (primaria y media) y la
ampliación de su cobertura.
En este sentido, la reforma del sistema educativo involucró la
transferencia de los establecimientos educativos, secundarios y terciarios desde la
Nación hacia las provincias. Esta modificación se hizo en dos etapas: primero se
descentralizó la educación primaria en 1978 y luego, en 1992, la educación secundaria.
Más tarde, con la Ley Federal de Educación de 1993 (Nº 24.195), se volvió a rediseñar
el sistema educativo argentino y se incrementó la obligatoriedad escolar de 7 a 10 años.
También se redefinieron los niveles educativos.
En América Latina se vive una especie de necesidad de volver a apostar por la
educación. Sobre todo en las dos economías más grandes del Cono Sur: la argentina y la
brasileña. No por nada en ambos países el núcleo más duro de pobreza está compuesto
por aquellas personas que tienen entre 18 y 25 años.
El Presidente de Brasil, Lula da Silva, lanzó unas semanas atrás un plan para fomentar
la educación. Se llama Plan de Desarrollo de la Educación y contempla inversiones en ese
campo de casi US$ 3.815 millones durante los próximos cuatro años. El proyecto apunta a
mejorar los salarios de los maestros, invertir en su formación e instalar laboratorios de
informática en todas las escuelas públicas del país, entre otras medidas. Lula afirmó
que Brasil está "entre los peores del mundo" en el campo de la educación. El
mandatario se refirió así al pobre nivel educativo que tiene Brasil como la principal
explicación de la violencia inmersa en su sociedad.
Con estilo distinto, Néstor Kirchner también tuvo su plan de educación,
como el de Lula. No fue otro que la aprobación de la no tan debatida Ley de
Financiamiento Educativo, que prevé una inversión de 6 puntos del producto para 2010.
¿Cuál es la implicancia más importante de esta reforma?
La educación en las
provincias
Durante la década pasada, las provincias debieron asumir la responsabilidad de invertir
en educación sin contar necesariamente con suficientes recursos propios para financiar
los compromisos firmados. La reforma implicó la necesidad de realizar una importante
asignación de recursos para absorber el crecimiento de la matrícula, de docentes y de
establecimientos, la formación y perfeccionamiento de recursos humanos y la
reformulación de diseños curriculares, acorde con las funciones mencionadas por la Ley
Federal y con la determinación de los contenidos básicos comunes para el nivel inicial
de todo el país.
Así, durante el último decenio, el sistema educativo en las provincias experimentó una
expansión cuantitativa importante en su matrícula, cantidad de establecimientos y
personal, pasando el gasto público provincial en educación y cultura de representar el
27% del total de erogaciones en 1994 al 31% en 2001.
Cuando se escucha que las provincias son las culpables de que el gasto público se haya
disparado durante los 90 (argumento que esgrime el Fondo Monetario Internacional, por
ejemplo), la realidad es que el conjunto de las jurisdicciones asumió la responsabilidad
de prestar más servicios públicos por su cuenta, como la educación, mientras que el
Gobierno Nacional hizo suyos más recursos tributarios y previsionales. La discusión, por
cierto, no está cerrada. Además, a los efectos financieros que trajo aparejados esta
descentralización, debería agregarse el también polémico análisis sobre el impacto de
esa medida en la calidad de la enseñanza.
¿Qué pasó durante el último tiempo con la inversión en educación? Habiéndose
mantenido el gasto en educación, técnica y ciencia en valores cercanos a los $10.000 /
$11.000 millones anuales, a partir de 2003 comenzó a expandirse en forma acelerada
mostrando en los tres últimos años las mayores tasas de variación anual. Desde que se
abandonó el 1 a 1 hasta 2006, el gasto en educación para las 23 provincias y la CABA
pasó de $10.600 millones a casi $25.000 millones, representando un crecimiento de 134%.
Entre las causas de este aumento, se encuentra principalmente la recuperación de los
salarios docentes y, en particular, en 2006, el impacto de la Ley de Financiamiento
Educativo.
Esta ley tiene por objeto aumentar la inversión en educación, ciencia y tecnología
entre los años 2006 y 2010. También apunta a mejorar la eficiencia en el uso de recursos
con el propósito de garantizar la igualdad de oportunidades de aprendizaje, apoyar las
políticas de mejora en la calidad de la enseñanza y fortalecer la investigación
científico-tecnológica. Promueve, además, objetivos cualitativos que se han de lograr
con el incremento de la inversión, como incluir al 100% de la población de 5 años en el
nivel inicial, garantizar un mínimo de 10 años de escolaridad obligatoria, avanzar en la
universalización del nivel medio/polimodal, erradicar el analfabetismo en todo el
territorio nacional, mejorar la calidad del sistema educativo nacional y mejorar las
condiciones laborales y salariales de los docentes.
Para cumplir con sus objetivos, el gasto consolidado en educación, ciencia y tecnología
del Gobierno Nacional, de los gobiernos de las provincias y de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires deberá incrementarse anualmente hasta llegar a representar el 6% del PBI en
2010, desde el 4,4% que representó en 2005. Este incremento, que sería asumido en un 60%
por las provincias y en un 40% por la Nación, se financiará con el aumento de
disponibilidad de recursos fiscales y se destinará principalmente a la mejora de las
remuneraciones a docentes.
En 2005, el gasto en educación de las provincias habría llegado a $ 19.200 millones y,
en 2006, a fin de cumplir con el objetivo de mantener constante la participación de la
educación en los presupuestos provinciales (en términos del PBI) según los niveles de
2005, las jurisdicciones deberían haber asignado cerca de $ 4.225 millones más.
Asimismo, para cumplir con la meta de incrementar en un 60% la participación hasta
alcanzar la meta de gasto consolidado del 4,7% del PBI, las provincias tendrían que haber
aportado, hacia fin de año, $ 1.150 millones adicionales. Es decir, durante 2006, el
total de incremento para la educación debería haber sido de $ 5.375 millones respecto a
2005. Según una estimación de la consultora Economía & Regiones, las provincias
habrían sobrecumplido la meta el año pasado al ejecutar aproximadamente $ 375 millones
más de lo estipulado por la Ley.
La Patagonia, la que más
gasta
En promedio, durante 2006, las distintas regiones gastaron 29% de sus presupuestos en
educación, lo que hace que este tipo de gasto se consolide como principal destinode las
erogaciones provinciales.
La región Pampeana es la que destina mayor proporción de sus erogaciones a la
educación, ya que concentra 36% de sus gastos totales. Por su parte, la región Centro
dedica un porcentaje idéntico al promedio (29%), mientras que el resto destina entre 22%
y 25% de sus erogaciones al gasto en educación; NOA es la región con menor porcentaje de
gasto dedicado a este rubro.
En cuanto a la distribución regional del gasto en educación, la región Pampeana
concentra más del 40% del total de erogaciones, totalizando $18.712 millones, seguida por
la región Centro, que gastó $8.113 millones (18% del total). El resto de las regiones
presentó participaciones entre el 7% y el 13%.
Pero la mejor forma de observar la eficiencia del gasto en educación es analizar la
asignación del gasto educativo por alumno y por docente. Esto permite considerar con
mayor precisión cuánto del gasto provincial se destina a la
educación per cápita. De acuerdo con la información del último relevamiento realizado
por el Ministerio de Educación de la Nación, se obtienen indicadores de gasto por alumno
y por docente para 2005.
Con un total de 823.600 docentes que se desempeñan en todo el país, en promedio, las
regiones destinaron unos $ 23.100 por docente en el año. La Patagonia es la que tiene
mayor gasto anual por docente, ya que totaliza $ 34.900 y se ubica 56% por encima
del promedio. La otra región que está por encima del promedio es la Pampeana, con un
total de $ 23.300 por docente. Las restantes regiones presentan gastos que oscilan entre $
22.400 y $ 19.500.
En cuanto al gasto por alumno, las regiones destinan anualmente, en promedio, $1.807 por
alumno. Otra vez, la Patagonia se ubica en lo más alto del ranking. Es la región con
mayor gasto por alumno ($ 3.309) y se sitúa en un 83% por encima del promedio. Le sigue
la zona Pampeana, con un total de $1.909. Las restantes regiones presentan gastos que
oscilan entre $ 1.700 y $ 1.300.
La realidad es que el gasto por alumno y por docente por región (y por provincia) es
dispar. ¿A qué obedece esto? En parte, a las distintas canastas de precios en las
regiones (y provincias), pero también a los problemas de financiamiento y de prioridad de
la educación para cada jurisdicción.
Esta situación es la que intenta suplir la ley de Financiamiento Educativo y, en
particular, respecto a la equiparación salarial de los docentes de cada provincia. El
Presidente Néstor Kirchner ha dejado en claro que quiere lograr ese objetivo en su
administración.
El punto es particularmente preocupante, ya que debe recordarse que los salarios
representan aproximadamente la mitad del gasto primario provincial, y una recomposición
de los salarios docentes (como la que se implementó hace unos meses en la provincia de
Buenos Aires) ejercerá presión sobre el resto de los trabajadores provinciales.
Para el ex subsecretario deCoordinación Fiscal con las provincias, Rogelio Frigerio
(n.), en 2007, en un contexto de deterioro de sus números fiscales y de una creciente
incidencia de los servicios de la deuda financiera por la presión del CER, esto obligará
a las provincias a desviar recursos de otros destinos a educación.
La nueva ley y el futuro
próximo
La nueva ley de Educación Nacional genera varios consensos: entre ellos, la
obligatoriedad de la enseñanza media y la unificación de la estructura educativa en todo
el país, con seis o siete años de educación primaria, y seis o cinco de educación
secundaria. Pero también ha despertado algunas críticas. Una de ellas es que ha
desatendido ciertas cuestiones que tenían aceptación entre especialistas. Según mostró
una consulta abierta que realizóel Ministerio de Educación antes de cerrar el proyecto,
hubo una mayoría a favor de desarrollar competencias laborales en la escuela secundaria.
¿Qué significa esto? Que el 78,5% de los encuestados respondió que los establecimientos
de enseñanza media deberían preparar al alumno tanto para el mundo del trabajo como para
ingresar a la universidad.
Para muchos, esta omisión en el nuevo proyecto es inexplicable. Por
ejemplo, el ex ministro de Educación, Juan José Llach, argumenta que esto
generará un riesgo de segmentación entre lo técnico y lo académico. La enseñanza
secundaria no recorre los caminos que puedan complementar la educación con las prácticas
en empresas.
Como ya se mencionó, el presente proyecto tiende a contar en 2010 con una inversión de
6% del PBI en el sistema educativo nacional. Pero no es la primera vez que el país se
propone un debate profundo en materia de educación y realiza un esfuerzo presupuestario
para conseguir los objetivos propuestos.
En 1993, el Congreso votó unaley que fijaba una meta similar que luego no se llevó
a la práctica. Nuestros gobernantes deben mirar la educación como una inversión y
no como un gasto, dice Axel Rivas, un especialista de CIPPEC.
¿Acaso entonces una nueva ley es suficiente como para que los dirigentes tengan
conciencia de que hay que invertir más en educación? Hay dos explicaciones al respecto.
Una es la de aquellos que argumentan que el problema es de una profunda falta de
coordinación de políticas y una mala concepción de lo que significa la educación para
el desarrollo productivo. Generalmente adscriben a esta visión los especialistas en
educación.
El otro argumento, más utilizado en general por los economistas, dice que las emergencias
económicas que atravesó el país en las últimas décadas justifican el poco interés de
los políticos por la agenda educativa. Una caja fiscal comprometida con el pago de
servicios de la deuda y años de inestabilidad macroeconómica hacen difícil cumplir con
cualquier monto de inversión por mínimo que sea.
La Argentina es un país donde sobran leyes de todo tipo: de ayuda social, de trabajo, de
promoción a sectores, de educación, etc. Lo que sucede, explican los que saben, es que
es bajo el nivel de cumplimiento. Seguramente, habrán contribuido en algo el
empobrecimiento del país a lo largo de estos años y la baja calidad institucional.
De todas formas existen mejorasen el margen. Esto quiere decir que no hay que ser
Suecia o Noruega para invertir más y mejor en educación.
Rivas explica que existe una baja planificación educativa en el país, que fue abandonada
especialmente en la década pasada. Aún hoy, con una economía más solvente y más
orientada a lo productivo, el tema está lejos de solucionarse: Todavía no tenemos
la capacidad del sistema educativo de funcionar con esa lógica.
Para Osvaldo A. Sorrentino, presidente de la Comisión de Relaciones con Instituciones
Educacionales, detenerse a analizar el estado de la educación en la Argentina es central
para saber qué está pasando hoy con los profesionales en Ciencias Económicas. Lanza una
interesante mirada transversal al tema y plantea tres puntos: la educación en general, el
nivel de enseñanza y el avance de la tecnología. Señala que existe una falta de
pensamiento crítico en la Argentina (los chicos no piensan). Y que el avance
de la tecnología hace más notorias falencias como éstas: Así lo planteó el Dr.
Gussoni en su último editorial. Ya no se trata de adaptarse a los cambios
ocurridos como si fuese una especie de postgrado o de meta a alcanzar, sino el verdadero
desafío es de naturaleza epistemológica.
La Argentina necesita invertir más en investigación y desarrollo. En 2003, el país
gastó US$ 522 millones en ellos mientras que Daimler Chrysler gastó US$ 7.691, según un
artículo de la CEPAL. Así, la Argentina invierte tanto como Shell, Rolls-Royce o
Monsanto, pero mucho menos que Sony, Intel o Samsung. |